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El antisemitismo en el país de la tertulia

El antisemitismo crece en España alimentado por narrativas sesgadas, discursos políticos irresponsables y silencios cómplices. Urge visibilizar a la comunidad judía y defender hechos verificables.

Adrian Elliot Apap-Bologna

El sesgo de confirmación, ese filtro inconsciente que nos lleva a aceptar solo lo que refuerza nuestras creencias, es un mal que impregna el debate público, especialmente en los medios de comunicación. El periodismo, por su naturaleza endogámica, tiende a nutrirse de las mismas fuentes, frecuentar los mismos círculos y amplificar ideas que, por mera repetición, se convierten en verdades incontestables. Asimismo, en un país con una relativa homogeneidad cultural, estas narrativas se extienden rápidamente, calando en la opinión pública con una fuerza que puede tornarse peligrosa.

Un ejemplo alarmante de este fenómeno es la percepción del conflicto entre Israel y Hamás. Según el barómetro del Real Instituto Elcano de abril de 2024, el 71% de los españoles calificaba la actuación de Israel como un "genocidio". Además, si en 2016 el 63% consideraba a israelíes y palestinos igualmente responsables del conflicto, en 2024 esta cifra cayó al 48%, mientras que el 44% culpa hoy exclusivamente a Israel. Este cambio drástico en la opinión pública no es casual, y sus consecuencias van más allá de la retórica: según la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE), los incidentes antisemitas se multiplicaron por cinco en los seis meses posteriores al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023.



¿Cómo llegamos a este punto? La respuesta es compleja, pero algunos factores son evidentes. Políticos, medios y líderes de opinión han contribuido a una narrativa que, en muchos casos, distorsiona los hechos. La palabra "genocidio" se ha normalizado en el discurso público, a menudo invocando de forma errónea un fallo del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, malinterpretado y repetido hasta la saciedad. Más grave aún es la equiparación del sionismo con un término peyorativo que justifica culpar no solo al gobierno israelí, sino a todo un pueblo y su identidad.

Este discurso, que no distingue entre un Estado y una comunidad étnica o religiosa, recuerda a las peores épocas de la historia, cuando se estigmatizaba colectivamente a los judíos. Sorprendentemente, ni siquiera durante la Shoá se acusó a toda Alemania de los crímenes del nazismo con la misma generalización que hoy se aplica a Israel.

Se ha dicho que el antisemitismo en España era insignificante en el siglo XXI debido a la escasa población judía. Sin embargo, el 7 de octubre de 2023 marcó un antes y un después. En cuestión de horas, el conflicto de Oriente Medio se convirtió en un tema candente, y con él emergió una hostilidad que muchos creían superada. Partidos políticos con influencia en el gobierno han hecho declaraciones casi diarias que ofenden y demonizan a la comunidad judía, mientras que en las calles y redes sociales se han multiplicado los actos de intolerancia, desde insultos hasta amenazas graves contra sinagogas y centros judíos.

El antisemitismo no se mide solo en agresiones físicas o verbales. También se manifiesta en los silencios: el de una comunidad que, por miedo, oculta su identidad, evita llevar símbolos religiosos o prefiere no hablar del conflicto para no enfrentar hostilidad.



Este temor no es exclusivo de los judíos. Quienes, por motivos personales o afectivos, nos solidarizamos con ellos, a menudo nos encontramos con un muro de incomprensión o sospecha. Un ejemplo reciente es la reacción oficial ante los votos de españoles a la cantante israelí Yuval Raphael en Eurovisión 2024, que levantó sospechas infundadas de "manipulación". Este incidente, aunque pueda parecer trivial, refleja un clima de desconfianza que se suma a amenazas más graves, como las dirigidas contra la comunidad judía en ciudades españolas.

Tener que esconder la propia identidad o religión por temor a represalias es una tragedia. Igual de doloroso es intentar alzar la voz en defensa de una comunidad y encontrar solo rechazo o indiferencia. En un país donde la opinión pública se forja en tertulias y debates, la comunidad judía —minoritaria y apenas representada en estos espacios— queda en desventaja. Quienes desafían la narrativa dominante se sienten solos, enfrentados a una mayoría que, a menudo, no cuestiona los prejuicios que consume.

No podemos seguir así. Es hora de dar voz a la sensatez, combatir la ignorancia y promover un debate basado en hechos. El antisemitismo, ya sea en forma de agresiones, silencios o narrativas distorsionadas, no tiene cabida en una sociedad que aspire a ser justa. Dar voz a la comunidad judía y cuestionar los lugares comunes que alimentan el odio es un primer paso imprescindible hacia un futuro más abierto y tolerante ▪

Adrian Elliot Apap-Bologna es consultor de comunicación e imagen corporativa en Grayling. Nacido en Londres, es licenciado en Filología Hispánica y Ciencias Políticas. A España llegó hace 25 años para un máster en Comunicación en la Complutense.

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autor
y no necesariamente reflejan la postura editorial de Enfoque Judío ni de sus editores.

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