La figura de Noaj, descrito por la Torá como "un hombre justo, íntegro en su generación" (ish tzadik tamim bedorotav), cobra especial relevancia en nuestros días. Fue protagonista de una crisis moral total, en un mundo corrompido por la injusticia y la violencia. Su historia no es la de un héroe perfecto, sino la de alguien que elige mantenerse fiel a una ética cuando todo a su alrededor se ha degradado.
Los sabios han debatido durante siglos la verdadera estatura moral de Noaj. Rashi sostiene que su justicia era relativa: se destacaba solo en comparación con su generación decadente. Rambán, por el contrario, valora su firmeza, considerando que mantenerse recto en medio de la corrupción tiene un mérito aún mayor. Sforno enfatiza su obediencia activa: seguir la voluntad divina incluso sin comprenderla del todo. Estas lecturas revelan una figura compleja, imperfecta, pero resistente.
La palabra hebrea hamás (חמס), usada en la Torá para describir el pecado dominante de su generación, alude a una violencia estructural, una injusticia sistémica que destruye los vínculos humanos. Aunque etimológicamente distinta, su coincidencia con el nombre del grupo terrorista Hamás resulta simbólicamente significativa: ambos remiten a los mismos patrones de destrucción moral.
Noaj no fue un líder que confrontara a su sociedad ni intentara reformarla. No predicó, no movilizó multitudes. Pero cuando la corrupción alcanzó el punto de quiebre, él actuó. Construyó un arca. Respondió a una voz interna que le decía que aún valía la pena sostener la vida. Su resistencia silenciosa bastó para preservar la posibilidad de un nuevo comienzo.
También nosotros vivimos en tiempos donde las referencias morales se disuelven. Se invierte el sentido de la verdad y se promueve la obediencia disfrazada de protección. Como entonces, lo más cómodo es adaptarse, repetir lo que otros dicen, evitar el conflicto. Pero precisamente por eso, la decisión de no ceder adquiere un valor esencial.
Jonathan Sacks z"l escribió en To Heal a Fractured World que "no basta con ser bueno: hay que hacer el bien". Y añade que, en ciertas generaciones, simplemente mantenerse fiel a la verdad ya es una forma de acción transformadora. Noaj representa esa posibilidad: no cambia el mundo, pero tampoco se entrega a su corriente. Y gracias a eso, el mundo sigue.
El judaísmo no exige perfección; exige integridad. La historia de Noaj nos recuerda que, incluso desde lugares modestos y sin gran influencia, cada uno puede convertirse en sostén de algo esencial. En tiempos de colapso, construir un arca propia —hecha de valores, coherencia y responsabilidad— puede ser el acto más revolucionario y esperanzador■
