La guerra no solo se libra en los campos de batalla. También se libra en las redacciones. En los titulares. En los zócalos. Y muchas veces, la verdad es la primera víctima.
Desde hace meses, una parte importante del periodismo internacional repite una narrativa que no resiste el más mínimo contraste con la evidencia: que en Gaza hay una hambruna masiva provocada por Israel. La consigna es clara: demonizar, culpar, sensibilizar. El periodismo abandona su deber de informar y se convierte en militante. De una causa, de una ideología, de una agenda.
Israel permite en Gaza un mayor ingreso de ayuda humanitaria que el requerido por el derecho internacional humanitario. El problema en la distribución de la misma es responsabilidad de la ONU y de otros organismos internacionales, que no cumplen eficientemente con su tarea. Las imágenes de la ayuda estacionada en Gaza fueron vistas por todos, pero gran parte del periodismo elige faltar a la realidad.

¿Qué pasa con los periodistas que omiten la verdad y el contexto? ¿Qué pasa con los medios que se tragan informes de ONGs con antecedentes de parcialidad sin chequear una sola fuente alternativa? ¿Qué pasa con los organismos internacionales que, en lugar de repartir ayuda, reparten culpas?
Pasa lo de siempre: la doble vara. La indignación selectiva. La obsesión por convertir a Israel en el villano perfecto, aunque para eso haya que deformar la realidad hasta que deje de parecerse a los hechos. ¿Acaso han mostrado como Hamás roba la ayuda de los gazatíes?
No se trata de negar el sufrimiento palestino. Se trata de no construirlo sobre una mentira. Porque cuando se manipula el dolor, se pierde toda autoridad moral para exigir justicia.
El periodismo que milita es un periodismo que traiciona. Traiciona a sus lectores, traiciona a la verdad, y lo que es peor: traiciona a las víctimas reales. De un lado y del otro.
Contar la historia completa no es tomar partido. Es hacer periodismo. Lo otro es propaganda. Y ya estamos bastante intoxicados ▪