Un llamado al servicio sagrado
Dios instruye a Moisés sobre la designación de Aarón y sus hijos como kohanim, los sacerdotes encargados de mediar entre el pueblo de Israel y la divinidad.
El texto comienza con la orden de preparar aceite puro de oliva para la Menorá. Este aceite debía ser utilizado para mantener encendido el fuego del candelabro de siete brazos que debía arder de manera continua.
La luz que nunca se apaga representa la permanencia de la presencia divina y la necesidad de un compromiso constante con la espiritualidad.
La vestimenta del sacerdocio y su simbolismo
Esta porción de la Torá describe en detalle las vestiduras sacerdotales. Todas las piezas están diseñadas con belleza y majestuosidad. No solo cumplen una función sino que también conllevan una simbología específica.
El efod, el manto sagrado, estaba adornado con piedras de ónice donde estaban grabados los nombres de las doce tribus. Simbolizaba que el sumo sacerdote lleva a toda la nación sobre sus hombros.
El pectoral del juicio, decorado con doce piedras preciosas, representaba la equidad y la justicia divina, y reflejaba la presencia de cada tribu en las decisiones espirituales.
La diadema de oro, inscrita con las palabras "Kadosh LaHashem" (Santo para Hashem) reflejaba la consagración absoluta del sumo sacerdote al servicio divino y recordaba su misión de mantener la santidad del pueblo.
El manto azul con campanillas de oro en su borde anunciaba la presencia del Kohen Gadol al entrar al santuario. Este detalle resaltaba la reverencia con las que debía desempeñar su labor.
Consagración y ofrendas
La parashá también explica el rito de consagración de los sacerdotes, un proceso que incluye purificación, vestiduras sagradas y ofrendas. Refuerza que el servicio a Dios exige preparación y entrega total.
Entre las ofrendas, se destaca el sacrificio diario de dos corderos, un recordatorio de la necesidad de una conexión constante con lo divino. En el contexto del Mishkán, estos sacrificios aseguraban que el pueblo de Israel tuviera una presencia constante ante lo sagrado. La relación con Dios no era un episodio esporádico, sino parte integral de la vida cotidiana.
Finalmente se menciona la construcción del altar de incienso, un elemento central en el Mishkán, donde los kohanim ofrecían diariamente una mezcla aromática especial. Su función no era solo ritual sino también simbólica, y representaba las plegarias del pueblo elevándose hacia Dios en un acto de conexión espiritual constante. Los kohanim (sacerdotes) debían quemar esta mezcla cada mañana y tarde. Este acto simboliza cómo las plegarias que ascienden hacia Dios fortalecen el vínculo entre lo terrenal y lo celestial.
La Parashat Tetzavé hoy
A lo largo de la parashá podemos percibir un mensaje claro: la santidad y el liderazgo requieren compromiso y atención al detalle. La conexión con lo espiritual no es un suceso esporádico ni improvisado, sino el fruto de una disciplina diaria que exige constancia y entrega.
En contraste con la velocidad que domina la vida moderna, donde lo efímero suele reemplazar lo profundo, el compromiso espiritual demanda un esfuerzo continuo que involucra tanto el corazón como la acción.
En el mundo de la "sociedad líquida", donde todo fluye a gran velocidad y se privilegia la inmediatez, es fundamental encontrar momentos para detenernos y dar espacio a lo espiritual. Saber diferenciar entre lo urgente y lo importante nos permite cultivar la constancia y el esfuerzo, cualidades esenciales para el aprendizaje y el verdadero éxito. La disciplina diaria en el crecimiento personal y espiritual nos ayuda a establecer un equilibrio en un mundo que avanza rápidamente.