Jeshván es un mes curioso. A diferencia de los demás, no tiene fiestas, ayunos ni conmemoraciones. Nada. Y justo por eso, los sabios lo consideraron especial. Durante siglos se lo llamó Mar Jeshván, y esa pequeña palabra "Mar" encierra más significado del que parece.
En hebreo, "mar" puede significar dos cosas. La primera, "amargo". Porque, claro, este mes no ofrece los momentos festivos de alegría o recogimiento que llenan Tishrei. Es el mes "vacío", el que llega después de la intensidad espiritual de Rosh Hashaná, Yom Kipur y Sucot. Pero el judaísmo no ve en ese vacío una carencia, sino una oportunidad: la de volver a lo cotidiano con propósito, de llevar la inspiración a la acción. La verdadera vida espiritual no se mide por los fuegos artificiales, sino por la constancia. "Amargo" también, según otros intérpretes, porque en ese mes ocurrieron algunas cosas negativas para el pueblo judío en época ancestral.
Y un tercero, el origen de este término en Babilonia (waraj shamnu, octava luna en acadio), siendo cambiada la w por una m en siglos posteriores, en época del Talmud.
Interpretación adicional es la del sentido de "mar", "gota" o "agua". En Israel, Jeshván marca el comienzo de las lluvias, esas primeras gotas que despiertan la tierra después del calor del verano. Esas lluvias, silenciosas pero necesarias, son una imagen perfecta del espíritu de este mes: lo invisible que da vida, lo pequeño que sostiene lo grande. Jeshván enseña que no todo lo importante se anuncia; a veces, simplemente cae y transforma.
Los maestros de la tradición lo explican así: después del torbellino espiritual de Tishrei, llega el momento de construir. Jeshván no invita a hablar ni a prometer, sino a cumplir. No hay plegarias extraordinarias, solo la tarea de hacer que cada día refleje algo de lo que aprendimos en las fiestas. Es el tiempo de bajar las ideas a la tierra.
Por eso, más que un mes sin festividades, Jeshván es el mes de la madurez espiritual. Su silencio no es vacío: es espacio para actuar. Es el mes de quienes siguen adelante, sin necesidad de aplausos, sin escapar de la rutina. En su aparente sencillez, Jeshván nos recuerda que la fe se demuestra en lo que hacemos cuando nadie nos ve ▪
