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El rostro hipócrita del pacifismo comunista progresista

El pacifismo comunista progresista ha demostrado ser el rostro más hipócrita del siglo XXI: predica justicia mientras apoya el terror; habla de libertad mientras justifica la opresión; invoca los derechos humanos mientras los viola. Su cruzada no busca la paz, sino la destrucción moral y simbólica de Israel y de todo lo que representa el mundo libre.

Elías Cohen

En los últimos años, el discurso "pacifista" y "progresista" se ha convertido en una máscara conveniente para quienes, bajo el disfraz del humanitarismo, encubren el odio, el antisemitismo y la complicidad con el terrorismo islámico global. La reciente Global Sumud Flotilla 2025 —liderada por figuras como Greta Thunberg, Ada Colau y Ana Alcalde— es el ejemplo más grotesco de esta impostura. Una operación presentada como "ayuda humanitaria" hacia Gaza que en realidad formaba parte de una estrategia política contra Israel, el único Estado democrático de Medio Oriente.

El pacifismo comunista progresista ya no es una causa por la paz, sino una maquinaria de propaganda que utiliza el lenguaje de los derechos humanos para justificar el terror islámico y perpetuar la persecución del pueblo judío. La historia lo confirma. Las flotillas hacia Gaza nunca han llevado ayuda real ni buscado la reconciliación, sino provocar enfrentamientos, legitimar a los terroristas de Hamás y victimizar al agresor.

Desde 2008, más de cuarenta embarcaciones han intentado romper el bloqueo israelí. Ninguna lo ha logrado. Todas terminaron revelando la misma constante. Vínculos con organizaciones terroristas, manipulación mediática y financiación opaca. La más célebre, la Flotilla de la Libertad de 2010 —y su barco Mavi Marmara— fue organizada por la IHH, una entidad turca con lazos comprobados con los grupos terroristas Hamás y Al Qaeda. Cuando comandos israelíes interceptaron el barco, los supuestos "activistas" respondieron con barras de hierro y cuchillos. Nueve murieron. Ninguno era humanitario. Eran provocadores al servicio del terrorismo islámico.

Un fracaso histórico convertido en propaganda antisemita

Esa es la herencia que hoy retoma la flotilla de Thunberg, Colau y Alcalde. Repetir un fracaso histórico y convertirlo en propaganda antisemita. La "Global Sumud Flotilla", con 40 barcos y un costo diario de 6.000 euros por embarcación, pretendía "entregar ayuda humanitaria" a Gaza. Pero el verdadero objetivo era desafiar el bloqueo israelí, provocar una reacción militar y manipular la opinión pública internacional. Ninguna organización transparente podría costear semejante operación sin revelar su fuente de financiación. Los informes apuntan a redes europeas con conexiones directas con Hamás y la Yihad Islámica Palestina, ambas clasificadas como terroristas por la ONU, la UE, Estados Unidos y Canadá.

La supuesta "solidaridad" de estas activistas se transforma, así, en colaboración indirecta con el terrorismo. Documentos hallados en Gaza demuestran transferencias de fondos entre organizadores de la flotilla y estructuras económicas de Hamás, que luego financian la compra de armas, túneles del terror y propaganda jihadista. Incluso los terroristas de Hamás celebraron la partida de la flotilla, llamándola "una operación de resistencia global".

¿Puede considerarse pacifismo apoyar a un grupo que asesina, tortura y secuestra civiles? ¿Es humanitario desafiar el Derecho Internacional con el propósito de encubrir redes de financiamiento del terror? No. Es una violación flagrante de los principios fundamentales del Derecho Internacional Humanitario (DIH), que prohíbe el uso de medios civiles con fines militares y condena la instrumentalización del sufrimiento humano con fines políticos.

El nuevo rostro del antisemitismo moderno

Estas activistas no representan la paz; representan el nuevo rostro del antisemitismo moderno. Ya no se trata de pogromos ni de discursos raciales, sino de campañas mediáticas, flotillas y boicots diseñados para deslegitimar la existencia de Israel. Bajo la bandera del progresismo, promueven la misma intolerancia que durante siglos ha alimentado persecuciones contra los judíos.

Greta Thunberg, convertida en símbolo global de la juventud "concienciada", ha pasado del activismo climático al fanatismo ideológico. Su retórica contra Israel reproduce clichés antisemitas disfrazados de justicia social. En múltiples manifestaciones, ha coreado consignas como "Crush Zionism", una forma encubierta de llamar a la destrucción del Estado judío. No es pacifismo: es incitación al odio.

Ada Colau y Ana Alcalde, por su parte, repiten el mismo libreto. Invocar la "defensa de los derechos humanos" mientras respaldan públicamente causas que están en directa conexión con grupos terroristas armados responsables de crímenes de guerra y violaciones al DIH. Su narrativa se alinea con el viejo comunismo disfrazado de progresismo. Una ideología que en el siglo XX asesinó a millones de personas en la Unión Soviética, China, Cuba y otros regímenes totalitarios, siempre en nombre de una supuesta "justicia social".

El pacifismo comunista progresista no condena los crímenes de Hamás, ni la masacre del 7 de octubre de 2023 —donde más de 1.200 israelíes fueron masacrados y 251 secuestrados—. Prefiere ignorarlos y justificarlos. En cambio, acusa a Israel de genocidio sin pruebas, repitiendo una narrativa nazi (de repetir una mentira muchas veces, para hacerla ver como una verdad), manipulada por quienes buscan convertir al agresor en víctima. Este doble rasero constituye una violación moral y jurídica de los principios de imparcialidad y universalidad que sustentan el sistema internacional de derechos humanos.

El silencio selectivo del pacifismo

La incoherencia de este falso pacifismo se evidencia también en su silencio ante los genocidios verdaderos. El de los cristianos en Nigeria, perseguidos y masacrados por el grupo terrorista islámico Boko Haram y los pastores Fulani; el de las minorías yazidíes y drusas en Siria, exterminadas por el Estado Islámico; o el de los cristianos en Asia y África, víctimas de un extremismo islámico que el progresismo global prefiere callar. Para ellos, las víctimas solo importan si encajan en su narrativa ideológica.

Mientras marchan por Gaza, guardan silencio ante los cuerpos mutilados de miles de africanos asesinados por su fe. Esa selectividad —ese racismo implícito— es la prueba más contundente de su hipocresía. No defienden los derechos humanos. Los utilizan.

Y cuando son confrontados con la verdad, recurren a la mentira. Tras ser interceptadas por la marina israelí, Thunberg, Colau y Alcalde arrojaron sus teléfonos y ordenadores al mar, intentando destruir pruebas digitales de sus aparentes comunicaciones con Hamás. Luego afirmaron haber sido "secuestradas" y "torturadas" por las Fuerzas de Defensa de Israel. Sin embargo, las investigaciones independientes demostraron que fueron tratadas con humanidad, recibieron atención médica, alimentos y fueron deportadas sin violencia. Las supuestas torturas nunca existieron.

La maniobra fue clara. Fabricar un relato de martirio para victimizarse y reforzar su narrativa propagandística. Pero el guión se les derrumbó. Las imágenes, testimonios y documentos expusieron la farsa. Y en ese instante, el pacifismo comunista progresista quedó desnudo ante el mundo. No son víctimas, sino cómplices de quienes sí torturan, asesinan y esclavizan.

Complicidad con el terrorismo

Desde la perspectiva del Derecho Internacional Humanitario, apoyar logística o financieramente a grupos terroristas como Hamás, constituye complicidad con crímenes de guerra. El DIH prohíbe la participación directa o indirecta en actos de violencia contra civiles y sanciona la propaganda que incite al odio. Las flotillas "humanitarias" que desafían bloqueos legales, reconocidos por la ONU (como el informe Palmer de 2011 sobre la legalidad del bloqueo de Gaza), no son actos de paz, sino provocaciones que ponen en riesgo vidas humanas y violan el principio de distinción entre combatientes y población civil.

El uso político del humanitarismo es una de las amenazas más graves contra los derechos humanos contemporáneos. Cuando el lenguaje de la compasión se convierte en herramienta ideológica, se destruye la esencia misma de la solidaridad. Estas activistas no buscan aliviar el sufrimiento en Gaza —que también es producto de la dictadura de Hamás—, sino legitimar a quienes lo causan. Convierten el dolor ajeno en mercancía política.

Detrás de sus pancartas de "justicia social" se esconde un proyecto global. El intento del comunismo progresista de deslegitimar a las democracias liberales, promover la división social y reemplazar la verdad por la propaganda. En esta narrativa, Israel es el enemigo simbólico porque representa lo que odian. Un Estado libre, democrático y próspero que defiende su derecho a existir.

El peligro de este falso pacifismo no reside solo en su hipocresía, sino en su capacidad de influencia. Sus discursos moldean la opinión pública, penetran en universidades, ONG’s y organismos internacionales, distorsionando los valores del derecho humanitario y debilitando la respuesta internacional frente al terrorismo.

Falsos profetas

Por eso, esta denuncia no puede quedarse en la crítica moral. Es necesario exigir a la ONU, la Unión Europea y los gobiernos democráticos una investigación exhaustiva sobre las redes de financiación y colaboración de los integrantes de la flotilla. Debe aplicarse el principio de responsabilidad internacional frente a la complicidad con organizaciones terroristas. No se trata de censurar el activismo, sino de proteger el verdadero humanitarismo de quienes lo utilizan como fachada para el odio.

El mundo no necesita más falsos profetas de la paz. Necesita coherencia, coraje y respeto por la verdad. El auténtico pacifismo no se alía con dictaduras ni con grupos armados. No manipula el sufrimiento de los inocentes para alimentar la propaganda ideológica.

El pacifismo comunista progresista ha demostrado ser el rostro más hipócrita del siglo XXI: predica justicia mientras apoya el terror; habla de libertad mientras justifica la opresión; invoca los derechos humanos mientras los viola. Su cruzada no busca la paz, sino la destrucción moral y simbólica de Israel y de todo lo que representa el mundo libre.

Denunciarlo no es una opción ideológica, sino una obligación ética. Permanecer en silencio ante esta manipulación sería complicidad con el odio. La paz auténtica no se construye desde el engaño, sino desde la verdad y la dignidad humana. Y la verdad, en este caso, es clara: las flotillas comunistas progresistas no llevan ayuda ni esperanza. Llevan propaganda, dinero y odio

Elías David Cohen Cohen es activista y defensor de Derechos Humanos.

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autor
y no necesariamente reflejan la postura editorial de Enfoque Judío ni de sus editores.

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