La última edición del Barómetro del Real Instituto Elcano arroja una afirmación tan reveladora como preocupante: "Menos de la cuarta parte de los españoles (23%) siente antipatía o baja simpatía hacia los judíos (como pueblo, en general, no como ciudadanos de Israel). Sólo un 16% de los españoles cree que el antisemitismo está extendido en España".
Ambos datos, lejos de ser anecdóticos, evidencian una ceguera colectiva profundamente arraigada, una negación sistemática del problema y, lo que es peor, una falta absoluta de autocrítica por parte de una sociedad que vivió —y sigue viviendo— de espaldas a la historia del pueblo judío y de su único Estado nación: Israel.
Que el informe pretenda presentar como señal de madurez democrática el hecho de que un 82% de los encuestados califique la operación militar de Israel en Gaza como "genocidio" y, al mismo tiempo, sostenga que esto no ha desembocado en antisemitismo, no solo resulta ingenuo. Es, en sí mismo, una falacia peligrosa. La línea que separa la crítica legítima al Estado de Israel del antisemitismo es, hoy más que nunca, delgada y difusa. En el caso español, esa frontera no solo se ha cruzado en múltiples ocasiones desde el 7 de octubre: se ha borrado con entusiasmo. La ha borrado el Gobierno y la han borrado muchos medios de comunicación.
El informe, al igual que tantos otros discursos institucionales, insiste en separar el juicio político desenfrenado sobre Israel de cualquier animadversión hacia los judíos. Pero el terreno nos dice otra cosa: pintadas antisemitas, amenazas a instituciones y personas judías, boicots a eventos culturales y académicos vinculados a Israel, acoso a universitarios, un repunte sostenido de incidentes registrados por observatorios independientes, etc etc. Ninguno de estos elementos aparece reflejado en el estudio. Ni siquiera se menciona la metodología y objetivos de las preguntas en torno al antisemitismo, como si fuera un epígrafe marginal en un debate sin consecuencias reales. ¿Por qué no se realizaron consultas comparativas con otros conflictos para saber qué "conciben" exactamente los españoles como "genocidio"? Para completar el despropósito, el barómetro ni siquiera se toma la molestia de preguntar a los propios judíos –a modo comparativo- si perciben un aumento del antisemitismo en su entorno. Como si su voz colectiva no contara. A priori, parecen preguntas selectivas con un aparente ánimo de obtener unas respuestas premeditadas. ¿Mala fe o simplismo? Los dos son igualmente preocupantes.
Lo más grave es que el informe desconoce abiertamente la existencia de numerosos estudios nacionales e internacionales que sí alertan de un crecimiento sostenido del antisemitismo, especialmente desde el estallido de la guerra en Gaza. Sus resultados no están incluidos en la formulación de las preguntas. Desde el Observatorio de Antisemitismo en España hasta instituciones paralelas en la UE y tantas y tantas organizaciones judías internacionales, las advertencias han sido múltiples, claras y persistentes. Pero el Instituto Elcano no las incorpora. Se desentiende. Consulta sobre antisemitismo en un entorno vacío, de desconexión histórica. En su burbuja metodológica, bastan mil encuestas telefónicas para retratar una realidad que, según todas las señales del terreno, escapa a esa simplificación.
¿Y cómo iba a ser de otra forma? España es un país que, en su historia reciente, no ha hecho ni el más mínimo ejercicio de memoria con respecto al Holocausto. Un ejercicio real, verdadero y genuino. Con el obligado respeto a todos aquellos que lo han intentado incesantemente, que no son pocos, los incontables proyectos educativos aplicados en los últimos 20 años, los cientos de actos de recuerdo por el 27 de enero, no han resultado más que en una fachada de buenismo y politiqueo. Dice un dicho hebreo que "es fácil juzgar a posteriori", y así es. El esfuerzo de muchos por transmitir los valores del Holocausto ha sido titánico, su voluntad inquebrantable. Nuestra deuda con ellos impagable. Pero el resultado es el que es: Tan pronto como ocurrió la masacre del 7 de octubre, las enseñanzas sobre el Holocausto sucumbieron a un efecto bumerán y se convirtieron en arma de doble filo que permitió a políticos y medios de comunicación aplicar contra Israel las supuestas "enseñanzas" del Holocausto que se les había transmitido, de forma injustificada y totalmente errónea. Y lo hicieron desde el primer día, cuando las IDF ni siquiera habían pisado Gaza. Conclusión: las audiencias entendieron poco o nada. Triste, pero esa parece que es la realidad.
La española es una sociedad que no solo vivió de espaldas a la Shoá, sino también al proceso de emancipación del pueblo judío, la historia del sionismo y la legitimidad del Estado de Israel como proyecto nacional. En España, muchos aún ven el judaísmo desde un prisma religioso, que no étnico. Es, en términos generales, una sociedad que jamás ha mirado a la cara los siglos de exclusión, persecución y olvido de su propia historia judía. Sí, hay muchas cosas que agradecer a España –la Ley de nacionalidad sefardí entre otras muchas y muchas- pero la sociedad general suele vivir de espaldas a estos procesos. A final de cuentas, no han visto a un judío más que por televisión.
¿Cómo esperar entonces una percepción lúcida del antisemitismo cuando el Gobierno no destina los presupuestos necesarios para su plan de lucha contra el antisemitismo? ¿Cuando el ministro de Exteriores niega que en sus filas haya antisemitismo, pero él mismo, y Sánchez, falsean -con fines políticos- detalles históricos sobre qué parte exactamente comenzó esta guerra de Gaza, dando lugar a libelos? ¿Cuando una vicepresidenta grita "Del río al mar…? Y ni hablar ya de un buen número de medios de comunicación y periodistas que aún no entienden que antisemitismo y antisionismo van estrechamente relacionados, y que desde el 7 de octubre son la misma cosa. Lo expone la Declaración de la IHRA, firmada por España. Firmada por el anterior gobierno de Sánchez.
Pero qué se puede esperar de una sociedad que, ni siquiera con su propia historia, ha sido capaz de construir una memoria crítica, ecuánime, capaz de aceptar el dolor del otro y los errores propios. ¿Cómo pedirle entonces que identifique, con honestidad, los discursos de odio dirigidos al judío contemporáneo —el de carne y hueso, el que vive aquí y ahora— cuando aún se aferra a esquemas de culpabilidad maniqueos y a lecturas emocionales simplistas?
Lo que expone el sondeo de Instituto Elcano no es una fotografía de la opinión pública: es un retrato del autoengaño colectivo. Y como bien apunta Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia, no es posible obtener respuestas lúcidas cuando las preguntas inducen a juicios morales cerrados, sin contexto ni matices. Si el 82% de los españoles cree que en Gaza hay un "genocidio" -cruzando incluso más allá de la posición del Tribunal Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional, que no se han pronunciado aún sobre esta cuestión- es porque alguien ha hecho muy bien su trabajo de agitación. Y si al mismo tiempo esa mayoría se considera ajena al antisemitismo, es porque alguien ha fracasado estrepitosamente en combatirlo.
Quizás el Instituto Elcano debería plantearse ahora otro estudio. No para seguir preguntando a una mayoría ajena qué piensa del antisemitismo, sino para interrogar a quienes lo padecen. ¿Qué opinan los judíos españoles sobre si hay más o menos antisemitismo? ¿Cómo ha cambiado su vida desde el 7 de octubre? ¿Se sienten seguros, comprendidos, protegidos? Las organizaciones judías españolas deberían exigírselo.
Porque mientras no se escuche esa voz con claridad, cualquier intento de análisis será parcial, incompleto y, en última instancia, irresponsable. El antisemitismo en España no es "minoría". Lo que es minoritario —y cada vez más— es la voluntad de enfrentarlo con seriedad desde las instancias de Gobierno y los medios de comunicación. El Instituto Elcano, con toda su gracia y renombre, sólo ha colaborado con ellos ▪