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Greta y Ada Colau: cómo hacer el ridículo en cero pasos

La imagen de Barcelona ha sido utilizada nuevamente por aquellos adictos al selfie y cuyas motivaciones están lejos de la pureza, disfrazadas bajo la desgracia ajena.

Rafaela Almeida

Una vez más, la imagen de Barcelona ha sido utilizada como escaparate mundial por una flotilla de adictos al selfie, disfrazados bajo la desgracia ajena.

Si alguien, en algún momento, creyó ingenuamente en la pureza de sus motivaciones, la pantomima se desmoronó en pocas horas desde el zarpazo oficial.

Y qué decir de los medios que han regalado cobertura a personajes tan infames…

Sinceramente, confieso que también fui algo ilusa. Deseé que, si finalmente conseguían entrar en Gaza, entregaran la ayuda a los necesitados y, completamente entregadas a la causa, desaparecieran de la escena pública.



Sin embargo, parece que incluso decidieron zarpar en un día en que la mar no les era favorable… aunque aquí marque 20 grados. Quizás tuviera más relación con la tormenta diplomática que el ministro de Seguridad Nacional de Israel, Itamar Ben-Gvir, anunció desde su gabinete para detener la flotilla recién salida de Barcelona.

El plan era claro: detener a los 50 activistas y acusarlos de intentar socavar la soberanía de Israel y de apoyar a Hamás en Gaza, lo que supondría imputarlos por colaboración con el terrorismo.

Bajo esta acusación, podrían ser internados en las cárceles de Ketziot y Damon, prisiones de máxima seguridad con un régimen muy severo, normalmente reservadas a acusados de terrorismo, sin derecho a televisión, radio o alimentos especiales.

Ya de vuelta a la cruda realidad de Gaza, quizá los activistas amigos de Greta prefirieron no arriesgarse a eso, aunque desearan firmemente llegar a la frontera israelí, degustar un rico bocadillo kosher y volver sin más consecuencias al confort de sus casas.



En el judaísmo se enseña que la Tzedaká (la ayuda al necesitado) se da en silencio y anonimato ("matán beseter"). Sin embargo, como ocurre con casi todos los principios de la izquierda woke, esos valores están a años luz del verdadero amor al prójimo y de la misericordia. Lo suyo se reduce a exhibición: ruido y más ruido. Las acciones, quizá otro día, si conviene… o si sale el sol.

Mientras tanto, la realidad es que todos deseamos que una organización o un gobierno sea finalmente capaz de controlar el caos que vive la población civil en Gaza, sometida a sus propios dirigentes: un grupo terrorista que los oprime, los manipula y que, como ya se ha demostrado, roba y gestiona a su antojo la ayuda humanitaria. El Ejército israelí ha denunciado que Hamás desvió hasta un 25 % de esa ayuda en ciertos momentos, controlando su distribución y utilizándola como herramienta de poder político y social.

Además, retiene a civiles y rehenes en condiciones inhumanas. Actualmente permanecen secuestrados en Gaza entre 48 y 50 rehenes, de los cuales se estima que apenas una veintena sigue con vida.

Qué bochorno e impotencia sentimos los ciudadanos al comprobar cómo se utilizan los recursos de Barcelona sin transparencia alguna, con el único objetivo de ofrecer carnaza y circo a los medios.

Y lo que es peor: banalizar una guerra y colgarse una medalla de activistas de ayuda humanitaria.

La tradición judía enseña otro camino: el del Tikún Olam, la reparación del mundo a través de actos reales de justicia y compasión, no de gestos vacíos. Esa debería ser la meta de cualquier organización que pretenda causar un impacto positivo real en nuestra sociedad ▪

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Rafaela Almeida, nacida en Brasil y nacionalizada española, es empresaria, escritora, educadora y presentadora de televisión. Es autora del libro Comunicación Internacional y Relaciones Públicas (Editorial Base, 2023), obra recomendada por la Escuela Diplomática española. Ha alzado la voz contra el antisemitismo en charlas TEDx y en medios nacionales e internacionales. Actualmente estudia Relaciones Internacionales en la UOC.

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autor
y no necesariamente reflejan la postura editorial de Enfoque Judío ni de sus editores.

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