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La desconocida de la cena y los nuevos rostros del odio

Dos años después del 7 de octubre, el recuerdo del dolor convive con la alegría de Simjat Torá y el retorno de los secuestrados. También coexiste una realidad incómoda: el odio ya no se oculta, se expresa sin pudor y con naturalidad.

Rafaela Almeida

Casi dos años después, mientras el calendario marca nuevamente la fiesta de Simjat Torá (la "Alegría de la Torá"), el pueblo de Israel vuelve a vivir días intensos. Durante esta festividad —que celebra el cierre y el reinicio de la lectura de la Torá—, el mundo judío recuerda que aquel mismo día, hace dos años, Israel sufrió uno de los ataques más dolorosos de su historia: el del 7 de octubre. Esta semana, el país recibió a 20 rehenes vivos liberados y los cuerpos de 9 fallecidos (1 adicional entregado no correspondía a ningún secuestrado sino, al parecer, a un colaboracionista de Israel), mientras siguen pendientes de devolución otros 19 cuerpos, según el acuerdo alcanzado. Un cierre parcial de un círculo de extremo dolor que aún pesa sobre todos.

Para quienes no vivimos en Israel, la sensación fue agridulce: vidas recuperadas y pérdidas irreparables… a cambio de miles de prisioneros y terroristas procesados. Y lo que es peor, el silencio sepulcral de odio de quienes siguen señalando a un gobierno que hizo todo lo posible para recuperar a sus ciudadanos, la mayoría civiles.

Hace poco, en una cena con dos amigas y una invitada fuera de mi entorno habitual, salió el tema. Tras expresar mi punto de vista, la que llamaremos "desconocida" perdió el control. Empezó a gritar en la mesa, repitiendo las barbaridades que —según había escuchado— había cometido el gobierno israelí. Entre ellas, "matar a miles de niños".

Mi respuesta fue sencilla: "Si un grupo terrorista hubiera secuestrado a uno de mis hijos (que D-os no permita que ninguna madre vuelva a vivir algo así), probablemente sería la primera persona en coger un par de armas e ir a por ellos. O, en todo caso, como madre desesperada, hubiera presionado con todas mis fuerzas para que el gobierno hiciera todo lo posible por rescatarlos".


Mis amigas secundaron mis palabras. La "desconocida", enfadada, dejó un par de euros en la mesa y se fue sin despedirse. Paradójicamente, antes de irse, argumentó que el gobierno israelí debería haber utilizado "la negociación y la diplomacia". A juzgar por los modales de nuestra desconocida; y lo peor de todo, parecía inicialmente una persona educada y cultivada, hasta que empezó a repetir consignas extremistas.

Sin embargo, lo más impactante fueron sus palabras finales: "El gobierno israelí no debería haberse puesto a la altura de los terroristas. Yo tengo muchos amigos hebreos y no soy una antisemita, pero todos los que formáis parte de la comunidad judía estáis con las manos manchadas de sangre por no condenar a Netanyahu". Recuerdo claramente su chantaje emocional, su cinismo en culparnos y todo el veneno que desprendió de su boca. Aunque en aquél momento, impactada, solo pude quedarme en silencio.

Al pensarlo después, entendí que esta "desconocida" representa a muchos de los que organizan huelgas nacionales y se manifiestan por las calles. Personas que no se ponen en los zapatos de los familiares de los secuestrados, que solo quieren oír una parte del relato… Los que obvian miles de años de colonización, imperios, masacres y opresión del pueblo judío. Y lo peor, no tienen argumentos… Pero eso les da igual; solo repiten ideas genéricas. Gente manipulable, que piden parar un "genocidio" aun cuando ya se ha firmado un acuerdo de paz por la guerra, televisado mundialmente.

Por supuesto que la gran mayoría de los israelíes no quería entrar en una guerra. Por supuesto que en una guerra también ocurren atrocidades. Pero fue la única opción que tuvieron para recuperar a los secuestrados, tras una guerra que empezó por Hamás. Una causa moralmente dolorosa, pero necesaria. Tal como cita el padre del realismo político, el judío-alemán Morghenthau: "la moral en política internacional no puede ser absoluta, porque los Estados, al buscar su supervivencia, se ven obligados a recurrir a medios que serían inaceptables en la esfera privada. La guerra es, por tanto, una tragedia moral necesaria para preservar la seguridad y la soberanía en un mundo sin autoridad superior".

Y, señoras y señores, a pesar de haberos explicado mi cena inoportuna, esta ha sido una semana de alegría y celebraciones para toda la comunidad judía a nivel mundial. También para Trump en su cumbre de firma de paz, aunque rodeado de políticos indeseables, nos ha enseñado que nunca debemos perder la esperanza de que incluso las serpientes encuentren un destello de luz y se transformen.

El otro día, un rabino local muy sabio —y que me encanta su sentido del humor— brindó en sus redes con un chupito de mezcal. A su lado, tenía la botella gigante de la bebida: una edición especial con forma de proyectil.

¡Lejaim para todos! Y lo más importante: el perdón nos libera. ¡Brindemos!, incluso con nuestros enemigos. Con misericordia y sin rechazarlos, pero asegurémonos de servir el tequila nosotros. AM ISRAEL JAI ▪

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Rafaela Almeida, nacida en Brasil y nacionalizada española, es empresaria, escritora, educadora y presentadora de televisión. Es autora del libro Comunicación Internacional y Relaciones Públicas (Editorial Base, 2023), obra recomendada por la Escuela Diplomática de España. Ha alzado la voz contra el antisemitismo en charlas TEDx y en medios nacionales e internacionales. Actualmente estudia Relaciones Internacionales en la UOC.

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autor
y no necesariamente reflejan la postura editorial de Enfoque Judío ni de sus editores.

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