"Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos…" (Devarim 21:10). Así comienza Ki Tetzé, la parashá con más leyes de toda la Torá. No es casual: la guerra revela lo más crudo de la condición humana, y por eso requiere límites éticos estrictos. Desde la forma en que se trata a una mujer cautiva (21:10-14) —a quien no se puede tomar como botín inmediato, sino que se exige un proceso que reconoce su humanidad— hasta el mandato de pagar el salario a tiempo (24:15), que protege la dignidad del trabajador vulnerable, esta sección insiste en que incluso en contextos de poder, deseo o confrontación, la dignidad humana no debe negociarse.
La parashá concluye con una orden llamativa: "Recuerda lo que te hizo Amalek… no lo olvides" (25:17-19). Amalek atacó por la retaguardia, cobardemente, a los más débiles. Nuestros sabios enseñan que Amalek no es solo un pueblo, sino una ideología que desprecia la moral y se disfraza de víctima mientras destruye al inocente (Rambam, Hiljot Melajim 5:5; Séfer HaJinuj mitzvá 603).
Rav Hirsch explica que esta sección de la Torá busca construir una sociedad justa desde lo íntimo hasta lo económico, y que el recuerdo de Amalek cumple una función pedagógica: enseña a identificar el mal sin perder la conciencia moral (Comentario a Devarim 25:17-19).
Israel enfrenta hoy enemigos que atacan desde túneles, usan escudos humanos y manipulan discursos para invertir los roles de agresor y víctima. Hamás y la Yihad Islámica no son solo actores militares, sino expresiones modernas del paradigma de Amalek: no en el sentido literal o étnico —los sabios como R. Yosef Albo (Sefer HaIkarim III:23) y el Rambam (Hiljot Melajim 5:5) advierten contra aplicar el concepto de Amalek sin claridad histórica o legal—, sino en cuanto al uso sistemático del terror, la manipulación y el desprecio por la vida humana: odian la vida, ocultan la verdad, y atacan a los más indefensos.
Más grave aún es el fenómeno paralelo: el discurso que instrumentaliza el pasado para deslegitimar el derecho a defenderse. Se acusa a Israel de "genocidio" mientras se ignora la masacre del 7 de octubre, y se revierte el relato: los sobrevivientes del Holocausto son presentados como opresores, y organizaciones islamistas son blanqueadas como "resistencia".
Este mecanismo es, en esencia, amalekita. No porque los palestinos sean Amalek —la Torá prohíbe aplicar ese rótulo étnicamente—, sino porque el uso de la mentira, la manipulación emocional y el odio como herramienta política representa el mismo espíritu destructivo.
Jonathan Sacks z"l enseñó que recordar a Amalek no es un llamado al odio, sino al coraje moral de nombrar el mal cuando aparece, sino reconocer que hay males que no se negocian: "El primer paso para derrotar el mal es nombrarlo sin miedo" (Not in God’s Name, cap. 13).
Las leyes de guerra en Ki Tetzé muestran que incluso en combate, el pueblo judío está llamado a ejercer autocontrol, justicia y discernimiento. No se trata de venganza, sino de claridad moral. El Sefer HaJinuj destaca que el recuerdo de Amalek fortalece nuestra identidad ética, nos impide ceder ante el olvido o la confusión (mitzvá 603).
Frente al terrorismo mediático y la desinformación, la respuesta judía no puede ser el silencio. Frente a la distorsión, nuestra respuesta debe ser la verdad con responsabilidad, una memoria que distinga el bien del mal, sin caer en el odio ni en la tibieza del relativismo.
Porque no se construye un mundo mejor borrando el pasado, sino defendiéndolo con verdad ▪