"Sal de tu tierra, de tu lugar natal, y de la casa de tu padre hacia la tierra que Yo te mostraré" (Génesis 12:1).
Así comienza uno de los capítulos más audaces de la historia espiritual de la humanidad. No con una revelación milagrosa, ni con un acto heroico que impresione a las multitudes, como cabría esperar de un enviado divino, sino con un mandato íntimo y desconcertante, pronunciado en silencio, dirigido al corazón de un individuo que aún no conoce su destino: lej lejá — "Vete".
Rashi interpreta que este llamado no es solo geográfico, sino existencial: "para tu bien y para tu beneficio". El viaje no es solo una prueba de obediencia, sino un proceso de autorrealización. Salir del entorno conocido implica, como señala el Midrash (Bereshit Rabá 39:1), romper con la idolatría del pasado, con la comodidad del presente, y con las expectativas ajenas que definen el futuro. Abraham —todavía llamado Abram— no solo deja atrás su tierra: deja el relato que los demás habían escrito para él.
Maimónides, en Mishné Torá, Hiljot Avodá Zará (1:3), describe a Abraham como un joven que, rodeado de idolatría, comenzó a reflexionar por sí mismo. Al ver cómo todos seguían costumbres sin sentido, se preguntó si no habría una verdad más allá de lo heredado. Y así, sin maestro ni tradición previa, descubrió la unicidad de Dios por medio de la razón. Su camino comienza con una ruptura. Con pensar.
Ese gesto inaugural —cuestionar lo dado y actuar en consecuencia— es la esencia del lej lejá. No es un acto adolescente de rebeldía, sino el momento fundacional de la adultez ética. Salir del nido no es solo independizarse económicamente; es empezar a responder por lo que uno cree, por lo que uno hace, y no solo por lo que ha recibido.
Desde los orígenes de la humanidad existe una tensión constante entre quienes buscan dominar y quienes resisten ser dominados. Abraham encarna esa resistencia: se enfrenta a un mundo plagado de ídolos, normas impuestas y estructuras de poder que exigen obediencia ciega, y sin embargo elige pensar, cuestionar, desobedecer lo injusto y fundar un camino distinto. A lo largo del tiempo, distintas formas de autoridad han promovido una ilusión de libertad mientras manipulan nuestros sesgos cognitivos para ejercer control emocional. Muchas de esas formas de esclavitud adoptan ahora disfraces más sutiles. Se proclama la autenticidad, pero se impone ser "uno mismo" dentro de moldes ajenos. No hay ídolos de piedra, pero sí de pantalla. La presión por pertenecer ha sustituido al pensamiento autónomo. Como dice Pirkei Avot (2:5): "En un lugar donde no hay hombres, esfuérzate tú por ser un hombre".
Salir de la zona de confort, en este contexto, no es irse lejos, sino atreverse a pensar diferente: cuestionar, por ejemplo, una práctica social normalizada si contradice nuestros principios, optar por el silencio cuando todos gritan, o defender una convicción ética aunque implique incomodidad o aislamiento. No se trata de rechazo irracional al consenso, sino de no delegar nuestra conciencia. Como Abraham, hay que tener el coraje de mirar el mundo heredado —incluso el que resulta querido— y preguntarse: ¿esto es verdad? ¿esto es justo? ¿esto es mío, o solo lo repito?
El camino ético que inaugura Abraham no se basa en revelaciones cómodas ni en certezas colectivas. Se construye en la soledad del que busca lo verdadero, incluso a costa de popularidad.
Y sin embargo, esta salida no es un rechazo del mundo, sino su redención. El lej lejá es un viaje hacia la responsabilidad. Dios le promete a Abraham tres cosas: tierra, descendencia y nombre. Pero como advierte Abarbanel, no son premios, sino instrumentos: no se trata de acumular, sino de servir, de construir algo que valga más que uno mismo.
Cuando tantos se sienten estancados, adormecidos o absorbidos por la opinión dominante, Lej Lejá recuerda que la madurez espiritual comienza cuando dejamos de ser espectadores de nuestra vida. Cuando nos hacemos cargo de nuestra historia. Cuando nos animamos a salir del molde, no por capricho, sino por fidelidad a la verdad.
Salir de la zona de confort es un acto revolucionario. Abraham no solo lo hizo: lo fundó. Cada uno de nosotros tiene su lej lejá. Y empieza cuando dejamos de ser lo que otros esperan, para convertirnos en quienes debemos ser■
