En los últimos años, Cataluña se ha convertido en un banco de pruebas sobre el alcance del antisemitismo. Ya sea porque la mayoría de los políticos catalanes -salvo honrosas excepciones que ya mencionaré algún día cuando se acerquen las elecciones- piensan que el antisemitismo sale rentable políticamente; o porque la mayoría de los ciudadanos catalanes desconocen que, como dice mi madre, els catalans som catalans perquè som jueus (los catalanes somos catalanes porque somos judíos). Como la ignorancia no tiene límites, quizá a más de uno le convendría la lectura de los trabajos de investigación del profesor Manuel Forcano sobre los judíos catalanes y nuestra participación en la construcción de eso que se denomina Cataluña, que para algunos judíos forma parte de la doble existencia vital que nos determina: el Eretz Israel y la Galut (así, en mayúsculas).
Digo que Cataluña se ha convertido en un banco de pruebas del alcance del antisemitismo porque, para bien o para mal, nos sirve para demostrar empíricamente los límites de la libertad de expresión y para explicar hasta dónde puede llegar el discurso de odio contra los judíos sin afectar a la esencia del Estado democrático. Los judíos podemos de dar lecciones de muchas cosas y, también, podemos dar lecciones de democracia. Entre otras cosas porque Israel, Estado judío, es la única democracia de Oriente Medio. Una democracia que no es perfecta, como ninguna democracia occidental. ¿O es que solo se exige la perfección democrática a Israel y no a Estados Unidos o a España? Porque si es así, esa exigencia también es antisemitismo.
Pero no nos desviemos del tema. En las fiestas de este año en el barrio de Gràcia de Barcelona se ha colocado una pancarta en catalán que dice: "Gràcia amb Palestina. Sionistes no sou benvinguts" (Gracia con Palestina. Sionistas no sois bienvenidos). También en inglés, supongo que por aquello de ser internacionalistas. El lector me permitirá tirar de ironía: puestos a ser internacionalistas, mejor traducirlo al hebreo para que lo entiendan todos los sionistas, no sea que alguno se cuele y consuma ratafía catalana en algún local. Que el dinero judío -perdón, sionista- no es bienvenido.
Fuera bromas, se trata de un mensaje antisemita, pero a la vez, es un mensaje protegido por la libertad de expresión. Porque la libertad de expresión, precisamente porque es la garantía de una opinión pública libre y de la existencia del propio Estado democrático, permite los mensajes críticos, hirientes y que molesten a una parte de la población. A mi molesta el mensaje. Y mucho. Por su intencionalidad dolorosa al ser igual al que ponían los nazis dirigiéndose a los judíos. De entrada, esto me lleva a preguntarme: ¿Hay algún judío catalán que no sea sionista, es decir, defensor de la Tierra de Israel? Pero, aun así, no sólo lo tolero, sino que, además, lo incumplo: me he paseado por el barrio de Gracia con mi habitual Maguen David al cuello, perfectamente visible. A ver si va a venir un antisemita a decirme que no puedo pasear por una de mis ciudades vitales y le voy a obedecer. Pero esto, en todo caso, queda dentro del fuero interno de cada uno y, por ello, cada uno es muy libre de reaccionar como quiera ante esta provocación. Faltaría más.
Como digo, este mensaje está protegido por la libertad de expresión por el hecho de tratarse de un mensaje de relevancia pública al estar vinculado con un tema de naturaleza política. Opinar sobre el sionismo, atreverse a moralizar sobre lo que pueden o deben hacer los sionistas, o esconder cobardemente su odio a los judíos bajo el eufemismo del odio a los sionistas es, a pesar de todo, libertad de expresión. Pero claro, tampoco nos despistemos. Cuando se incite a la violencia contra nosotros, cuando se nos denigre como personas o cuando se nos intente discriminar por el hecho de ser judíos o ser "sionistas", esas expresiones no estarán protegidas por la libertad de expresión. E incluso nos podemos encontrar con expresiones materialmente protegidas por la libertad de expresión por su contenido ideológico pero que puedan ser restringidas por la forma en que se exteriorizan. Esta pancarta, ¿se puede poner, como han hecho, en la zona de fiestas del barrio de Gracia? Sí. Sin lugar a duda. Pero esta misma pancarta, ¿se puede poner delante de una sinagoga? No. También sin lugar a duda. Porque en este caso se manda un mensaje directo y objetivamente discriminatorio valorado no por su contenido ideológico sino por el lugar en que se ubica la pancarta. Es la forma que tienen los antisemitas de decirnos a los judíos: "Aquí no podéis estar. Fuera de aquí". Y eso es discriminar. Además, los antisemitas deberían saber -o casi mejor que no lo sepan y, como diríamos en catalán, que vagin fent (que vayan haciendo)- que las expresiones discriminatorias están tipificadas como delito en el Código Penal. Y que aprendan ▪






