30 diciembre 2025
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Vayetzé

Con los pies en la tierra y la mirada al cielo

Soñar en grande no evita tropiezos: la vida espiritual se juega en el trabajo, los vínculos y los límites que elegimos para no quedar atrapados en la casa de Laván.
Con los pies en la tierra y la mirada al cielo

Yaakov se marcha de la casa de sus padres como fugitivo. Deja atrás un hogar cargado de bendiciones y tensiones, y se interna solo en el camino hacia Jarán. Anochece, toma una piedra como almohada y se duerme al aire libre. Justo en esa intemperie recibe una de las visiones más intensas de la Torá: una escalera apoyada en la tierra, cuyo extremo llega al cielo, con ángeles que suben y bajan (Gén. 28:12).

Rashi, citando al Midrash, ve en esa escalera también los futuros imperios que dominarán y caerán, una historia de ascensos y descensos colectivos. Rambán subraya otro punto: Yaakov descubre que, incluso lejos de la tierra de Israel, la presencia divina lo acompaña. La imagen es poderosa: los pies de la escalera están firmemente plantados en la tierra, pero su extensión se pierde en lo alto. No se trata de elegir entre cielo y suelo, sino de aprender a unirlos.

Sin embargo, la vida de Yaakov después del sueño está muy lejos de una trayectoria lineal y luminosa. Llega a la casa de Laván y, en la primera gran escena, el engañador de la bendición se convierte en engañado en la noche de bodas. Creía casarse con Rajel y despierta junto a Leá. A partir de ahí, comienza una larga temporada de trabajo duro y condiciones cambiantes. El mismo Yaakov reconoce que su suegro le "cambió el salario diez veces" (Gén. 31:7).

Laván es el arquetipo del poder que se disfraza de familia. Llama a Yaakov "hueso y carne mía", pero sin embargo lo usa como mano de obra barata. Promete, posterga, ajusta las reglas según su conveniencia. Los comentaristas ven en él al manipulador que explota la necesidad del otro, que apela al afecto y al lenguaje de parentesco para justificar la falta de límites. La casa de Laván es una escuela de trabajo, pero también de conciencia: revela lo que ocurre cuando la confianza no se acompaña de responsabilidad.

En paralelo, la dinámica entre Leá y Rajel muestra otro rostro de la misma tensión. Leá anhela ser vista y amada; Rajel anhela ser madre. Cada nacimiento lleva un nombre que expone una herida: "Ahora mi esposo se unirá a mí", "Dios ha escuchado mi aflicción", "Quizás ahora me dará atención". No compiten sólo por hijos, sino por significado. Buscan saber que valen algo más que su función dentro de la familia.

Vayetzé enseña que incluso quien ha visto una escalera al cielo puede ser engañado, usado o desorientado. Tener una experiencia espiritual intensa no garantiza relaciones sanas ni trabajos justos. Yaakov no fracasa por falta de fe; tropieza porque el mundo está lleno de "Lavanes" que cruzan líneas, y porque él mismo llega con una historia marcada por el engaño. La vida lo obliga a enfrentar su propio estilo y a decidir quién quiere ser a partir de ese punto.

Con el tiempo, algo cambia. Yaakov aprende a leer las reglas ocultas del juego, a planificar, a decir basta. Organiza su salida, asume el riesgo de irse, pacta límites claros con Laván. La escalera del sueño deja de ser sólo visión para convertirse en proyecto: une la confianza en la promesa con la capacidad de actuar, poner condiciones y cuidar su propia dignidad.

No es un camino limpio ni perfecto, pero es un camino de crecimiento. Vayetzé recuerda que se puede vivir con los pies en la tierra y la mirada al cielo, siempre que aceptemos que habrá tropiezos, engaños y ajustes de rumbo. La cuestión no es evitar todo fracaso, sino decidir qué hacemos después: quedarnos atrapados en la casa de Laván o dar el paso difícil de construir una vida donde la espiritualidad y la responsabilidad se miren de frente ▪️

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