Lo que ocurrido este sábado en Bilbao no fue un partido de fútbol: fue una demostración de cómo dos nacionalismos —el palestino y el vasco— han encontrado una sinergia política y emocional que desborda lo deportivo. Para la selección palestina, el partido de fútbol amistoso frente a la selección vasca era una oportunidad de visibilizar la situación en Gaza tras dos años de guerra. Para los independentistas vascos, una ocasión perfecta para reforzar su propia causa. Y en ambos casos, con un denominador común: Israel como enemigo útil.
En el País Vasco, donde la presencia pública de kefias es hoy más común que en la propia Ramala, la demonización de Israel se ha convertido en una rutina cultural. Una rutina tan instalada que cuesta percibir sus implicaciones. Pero están ahí: la equiparación con el nazismo, la cartelería llamando a la desaparición del Estado judío —"Israel desegin", "Israel suntsitu"— y la reiteración de acusaciones de "genocidio" no avaladas por ninguna instancia judicial. Todo ello encaja, punto por punto, en la definición de antisemitismo de la IHRA, a la que España está adherida.
Una jornada de protestas: iconografía, consignas y un enemigo común
Poco antes del partido "Euskal Herria-Palestina", disputado en San Mamés y que terminó en un 3-0 a favor de los vascos, miles de personas marcharon por Bilbao en protestas convocadas por Palestinarekin Elkartasuna, GKS y grupos ultras. Las calles se llenaron de bengalas, algunos contenedores quemados, pirotecnia y consignas que acusaban a Israel de "genocidio" y "limpieza étnica". La protesta, según medios locales, fue más numerosa que otras anteriores: un indicador claro de cómo la retórica antiisraelí se ha convertido en una causa transversal.

Otra manifestación, organizada por Gernika-Palestina, avanzó desde el puente del Arriaga hacia San Mamés tras una pancarta que mezclaba sin pudor el nacionalismo vasco con el palestino: "Euskal Herria Palestina. Genozidioa stop". El grito más repetido fue: "Boikot Israel. Palestina askatu".
No se trataba de crítica política ni humanitaria: los murales improvisados, carteles llamando al desmantelamiento del Estado judío y mensajes que no cuestionaban políticas concretas, sino la legitimidad misma de Israel, dejaban claro que el límite entre activismo y judeofobia ya no existe. La presencia de niños envueltos en banderas palestinas y de miles de jóvenes identificados con movimientos de izquierdas confirma que esa hostilidad se transmite generacionalmente sin freno.

El relato palestino, sin contraste, domina la escena
En este contexto, la comparecencia previa al partido consolidó un discurso monocorde. El entrenador palestino Ehab Abu Jazar fue recibido con honores en el Casco Viejo y en San Mamés. En rueda de prensa afirmó, pese al alto el fuego, que "el genocidio no ha parado", que "un millón de personas están sin hogar" y que su vivienda fue destruida. A su lado, el internacional palestino y vizcaíno Yaser Hamed agradeció un recibimiento "constante y sorprendente" y relató la pérdida de varios familiares.
Por parte vasca, el segundo entrenador Mikel Labaka —en ausencia de Jagoba Arrasate— reconoció que el relato emocional palestino hacía difícil centrarse en el fútbol: "Después de oír lo que están viviendo, cuesta centrarse en alineaciones o tácticas". Empatía selectiva, sí; pero sobre todo una muestra de cómo una sola narrativa se ha convertido en verdad social incuestionada en buena parte de Euskadi.

Homenajes, cifras infladas y discursos sin matiz
La jornada incluyó, a primera hora de la tarde, un homenaje a deportistas palestinos en la plaza del Arriaga. Allí se difundió la afirmación —sin aval de organizaciones deportivas internacionales— de que 1.300 deportistas de élite, incluidos 894 atletas olímpicos, habían sido "asesinados desde el 7 de octubre de 2023". Una cifra tan desorbitada que convertiría a Gaza en potencia olímpica mundial o en un paraíso de inversión deportiva por parte del Gobierno de Hamás. Difícil de creer. A menos que entrenaran dentro de los túneles de Gaza.
El comunicado del acto habló abiertamente de "genocidio", "limpieza étnica" y de un "proyecto sionista" sostenido por "los estados imperialistas del oeste". También se denunció la supuesta destrucción de "300 instalaciones deportivas" y se aseguró que "desde la firma del alto el fuego Israel ha asesinado a más de 500 palestinos". El homenaje concluyó con una ofrenda floral sobre una bandera palestina y una marcha hacia el Casco Viejo, antes de unirse a la kalejira rumbo a San Mamés.

Un partido con dos causas… y un mismo objetivo narrativo
El encuentro funcionó como plataforma política de doble vía: la visibilización del sufrimiento palestino —sin matices, contexto ni contraste— y la reivindicación de la oficialidad de la selección vasca. "Es un día para que el mundo vea quiénes somos", declaró Labaka. El jugador Aihen Muñoz añadió que era "un partido que emociona por todo lo que significa" y que Euskadi "merece ser oficial".
Mientras tanto, Abu Jazar insistía: "Nuestra presencia en Euskadi es muy importante para la causa palestina. El genocidio no ha parado". El mensaje palestino encajó sin fricción en el discurso nacionalista vasco. Parecía, literalmente, que la narrativa palestina hablaba en euskera. Ni Hamás habría logrado una simbiosis propagandística tan eficaz.
Pero lo que Bilbao vivió este sábado no fue solo una protesta masiva ni un amistoso teñido de reivindicación. Ni siquiera buen fútbol. Fue la constatación de que en sectores amplios de Euskadi la hostilidad hacia el Estado judío ha dejado de ser un posicionamiento ideológico para convertirse en un rasgo identitario asumido, normalizado y transversal. Un clima donde el antisemitismo ya no necesita disfrazarse. Lo de Bilbao no es una anécdota. Es una señal de alarma ▪

