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Docencia en tiempos de antisemitismo

La clase del viernes 3 no era una clase normal. Estaba convocada una jornada de huelga en las universidades públicas. Pero, a veces, el destino nos hace regalos que inicialmente no sabemos apreciar pero que con algo de sosiego podemos detectar y agradecer: Impartir docencia en la universidad en tiempos de antisemitismo.

Carles Grima Camps

El día 3 de octubre se organizó una jornada de huelga en las universidades públicas para protestar por el asalto por parte del ejército de Israel a la flotilla que se dirigía a Gaza con ayuda humanitaria y, de paso, para denunciar el supuesto genocidio que está cometiendo Israel. No entraré a valorar si realmente hubo un asalto a los barcos, si había o no un cargamento con ayuda humanitaria o si la intención de los miembros de la flotilla era más una promoción política a nivel interno que un acto de apoyo a la población gazatí.

En cambio, sí que quiero exponer las vivencias y sentimientos que tuve el día 3 de octubre en una universidad pública donde tenía una clase programada sobre derechos fundamentales. Esta jornada venía precedida de otra huelga convocada por los estudiantes el día anterior para protestar contra el supuesto genocidio de Israel en Gaza y a favor de la ruptura de relaciones con Israel. Por ello, ya existía un caldo de cultivo favorable a que hubiera un seguimiento masivo de la huelga alimentado por el hecho de que esta huelga del día 3 también estaba convocada por el personal docente y de administración de las universidades públicas.

A pesar de recibir diversos correos electrónicos anunciando la huelga e instando indirectamente a su seguimiento decidí por una razón obvia ejercer mi derecho a no hacer huelga y presentarme a las 12:00 en la puerta del aula que tenía asignada. En mi opinión, el derecho de huelga es tan importante, que para ejercerlo no basta con estar de acuerdo con la causa que lo justifica, sino que quien lo ejerce lo debe entender necesario para la defensa de sus intereses. Intereses colectivos, claro, porque como tiene dicho el Tribunal Constitucional, se trata de un derecho individual, pero de ejercicio colectivo, precisamente porque su función es la de reivindicar o exigir el respeto a esos intereses colectivos a los que aduce el art. 28.2 de la Constitución. Y, sinceramente, no consideré que mis derechos laborales como docente estuvieran afectados por la actuación de Israel en Gaza -aunque se puedan criticar algunos hechos concretos y puntuales- ni que la finalidad de la flotilla fuera intentar para un genocidio que no existe.

En todo caso, la clase estaba programada a las 12:00 pero previendo las posibles afectaciones del tráfico a las 10:45 decidí dirigirme hacia la universidad para dar la clase programada. Lo cierto es que no me encontré con ningún atasco importante y a eso de las 11:15 ya tenía el coche aparcado cerca de la facultad de derecho. Me dirigí hacia el interior a través de las puertas de emergencia que se encontraban abiertas, puesto que las puertas principales habían sido bloqueadas para obstaculizar el acceso, y allí me encontré con varios alumnos que me saludaron y que me trasladaron su intención de hacer la clase. Por ello, después de comprobar que las puertas de las aulas estaban cerradas con llave, pedí a conserjería que me abrieran el aula 3, cosa que hicieron sin ningún problema.

Digamos que lo difícil ya estaba hecho: conseguir llegar a la universidad y disponer de un espacio digno para dar una clase de derechos fundamentales. En estos casos, siempre hay la posibilidad de dar la clase en el exterior, pero bajo mi punto de vista no es una opción docente, porque entonces la clase se convierte en un acto de protesta contra el impedimento físico de su realización. Mi intención era impartir la materia prevista con normalidad y no hacer ningún acto de protesta. También me encontré con otro profesor de la misma asignatura y cada uno se fue al aula asignada al objeto de impartir el temario previsto. Al cabo de 90 minutos la docencia ya estaba impartida sin ningún contratiempo. Paradojas de la vida, se debían tratar tres aspectos del temario: la reserva de ley, el contenido esencial y la titularidad de los derechos.

Dentro de este último aspecto, debía hacer referencia a un tema muy discutido doctrinalmente como es el derecho al honor del colectivo judío a través del análisis de una sentencia ya mítica del Tribunal Constitucional sobre el caso Violeta Friedman y las opiniones negacionistas de la Shoáh del nazi Leon Degrelle. Sin quererlo, la clase universitaria se convirtió en todo un símbolo de reivindicación judía en unos momentos en los que el antisemitismo parece haber obtenido carta de naturaleza en las sociedades occidentales.

A veces, el destino nos hace regalos que inicialmente no sabemos apreciar pero que con algo de sosiego podemos detectar y agradecer. En el fondo, la clase del día 3 no era una clase normal. Los judíos de todo el mundo celebramos el día anterior Yom Kipur, nuestra fiesta más sagrada, el momento en que cumpliendo todas nuestras mitzvot, nos presentamos ante Adonai para pedir perdón y para ser inscritos y sellados en el Libro de la vida. Y qué mejor vida para un judío, que impartir docencia en la universidad en tiempos de antisemitismo

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Carles Grima Camps es abogado y profesor de derecho constitucional

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autor
y no necesariamente reflejan la postura editorial de Enfoque Judío ni de sus editores.

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