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El fuego que no debe apagarse

¿Qué significa mantener viva la llama interior en una época de automatización y desconexión emocional? Esta reflexión sobre la parashá "Tzav" conecta antiguos rituales con hallazgos modernos en neurociencia y motivación, proponiendo una espiritualidad constante, profunda y silenciosa, capaz de sostenernos incluso sin aplausos.
El fuego que no debe apagarse
Actualizado el 2/5/2025, 21:03 hs.

¿Qué significa vivir con una llama encendida en tiempos de automatización y apatía emocional? Como en la parashá de Vayikrá, también en la de Tzav seguimos leyendo sobre los rituales del Templo y, entre ellos, aparece un versículo de enorme fuerza simbólica: "El fuego encendido sobre el altar no se apagará, el sacerdote lo avivará cada mañana…" (Levítico 6:12-13).

Este mandato se repite con insistencia, pero… ¿Por qué tanto énfasis en mantener un fuego encendido? ¿Por qué no simplemente prenderlo cuando sea necesario?

Los comentaristas clásicos lo entienden como mucho más que una regla logística. Rashi explica que la palabra "tzav" (ordenar) implica diligencia inmediata y a largo plazo. El fuego constante simboliza la necesidad de mantener viva la devoción interior, incluso cuando no hay espectadores ni recompensas visibles. El altar externo refleja el altar del corazón: no debe apagarse nunca.

La llama como símbolo de vida interior

El Rambán (Najmánides)  y el Sefer HaJinuj, una obra del siglo XIII que explica los preceptos de la Torá desde una perspectiva educativa y ética, enseñan que este fuego no era solo una llama física, sino una forma de disciplinar el alma. Avivarla cada mañana era un acto que modelaba la constancia.

Hoy, cuando casi todo está valorado y medido por los resultados visibles, esta enseñanza desafía nuestra lógica: ¿Para qué nos sirve encender un fuego que nadie ve? En un mundo donde la atención dura segundos… ¿Tiene sentido cultivar hábitos que no son compartibles en redes sociales?

La respuesta en "Tzav" es rotunda: Sí. Porque la vida humana no depende de estímulos externos, sino de una llama interna que se alimenta todos los días, incluso —y sobre todo— cuando no hay público.

Ciencia del hábito, alma del rito

Las neurociencias han confirmado lo que el judaísmo enseña hace milenios: la repetición diaria de actos significativos moldea el carácter, refuerza la motivación intrínseca y protege del desgaste emocional.

El psicólogo y neurocientífico Richard Davidson, de la Universidad de Wisconsin, expuso que los hábitos diarios de contemplación —como meditar o rezar— generan mayor actividad en zonas cerebrales asociadas al bienestar emocional. La teoría de la autodeterminación, desarrollada por los psicólogos Edward Deci y Richard Ryan, señala que el ser humano necesita sentir autonomía y propósito interno para sostener el esfuerzo a largo plazo.

El fuego interior no nace del deseo momentáneo, sino de la estructura voluntaria, de la decisión de levantarse cada mañana y seguir avivando la llama, aunque no haya "likes" ni recompensas palpables.

Contra la cultura del apagón emocional

Vivimos en una época saturada de información y carente de sentido. La hiperconexión tecnológica no ha traído más vitalidad espiritual, sino un fenómeno creciente de aplanamiento emocional, fatiga moral y cinismo.

Frente a esa desconexión interna, la parashá de esta semana nos recuerda que el alma necesita fuego. Pero no cualquier fuego: uno que no se extinga con la frustración, que no dependa del aplauso, que se mantenga con acciones pequeñas, constantes y sagradas.

Un estudio de Harvard en 2019 que ha seguido a varias generaciones desde 1938, descubrió que quienes mantenían prácticas regulares —no necesariamente religiosas— tienen mayor resiliencia frente a la ansiedad y menor sensación de vacío existencial.

Y si la llama se apaga…

¿Qué pasa si uno siente que su fuego ya no está? El versículo 6:12 en Levítico responde con delicadeza: "el sacerdote lo avivará cada mañana". No se trata de grandes gestos heroicos, sino de una constancia renovada. El judaísmo no exige perfección, sino retorno. No pide fuegos artificiales, sino brasas firmes.

Volver a encender la llama puede comenzar con una bendición, una pausa, una acción ética, una conversación auténtica. El fuego se aviva con aire, con espacio, con intención. Y todos somos, de algún modo, sacerdotes de nuestro propio altar.

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