Últimamente, todas las noticias que llegan relacionadas con Israel y el antisemitismo, son grises, tristes y deprimentes. Hace unos diez días, las imágenes del rehén Evyatar David, desnutrido, cavando su propia tumba y sin esperanzas de volver a su vida anterior, nos quebrantaron mostrando una realidad brutal y desgarradora.
Es por ello que ver la película de producción brasileño-israelí —Viva la Vida, protagonizada por Thati Lopes, Rodrigo Simas, Renata Castro Barbosa y Diego Martins, y dirigida por Cris D’Amato— me resultó un bálsamo lleno de esperanza. Una historia que te acaricia el alma desde la distancia y en medio de tanto dolor que parece casi imposible de imaginar. Así que llevaré esta película a mi terreno personal. Lo que me hizo conectar con ella y emocionarme. Prometo que sin hacer spoiler.
La protagonista, Jéssica (interpretada por Thati Lopes), vive en Río de Janeiro, ciudad que alberga entre 20.000 y 30.000 judíos. Actualmente, se estima que la población judía en Brasil oscila entre 90.000 y 120.000 personas. La mayoría vive en São Paulo, seguida por Río de Janeiro y otras regiones del país. A raíz de un hecho inesperado, descubre que sus únicos familiares vivos residen en Israel. Desde ese momento, se embarca en un viaje para buscar sus raíces y llenar ese vacío de orfandad, abandono y soledad que lleva dentro.
Aunque trata temas profundos, la película es una comedia dramática con ese tono alegre, iluminado y suave que otorga la mezcla cultural brasileño-israelí a la vida. Verla en versión original en portugués fue, en mi caso, aún más especial.
El ser humano lleva intrínseco el deseo de entender sus orígenes. De saber de dónde viene, como bien plantea el guión de Viva la Vida. Solo con esa comprensión podemos dirigirnos con claridad hacia dónde vamos. Muchos judíos crípticos en Brasil lo saben: aunque pasen generaciones, siempre hay una que siente el llamado del alma para retornar a unas raíces que fueron borradas, con gran dolor, al emigrar debido a la persecución y el antisemitismo.
En lo material, todos necesitamos saber quiénes fueron nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros ancestros. En lo espiritual, quienes logran desapegarse, buscan a D—s, como consuelo, guía y ancla ante la fragilidad de la vida. Por eso los tzadikim (justos), los sabios del judaísmo que viven desprendidos del ego, resultan tan fascinantes: porque dedican su existencia a elevarse y refinarse, para poder habitar en la presencia de D—s.
Entre las localizaciones de la película, no podía faltar Jerusalén, cuna de las tres principales religiones monoteístas del mundo y ciudad sagrada para millones de peregrinos del judaísmo, cristianismo e islam.
Antes del 7 de octubre, más de 26.000 brasileños viajaban cada año a Israel, como parte de ese puente cultural entre Brasil e Israel. Esa cifra refleja un interés interreligioso y espiritual que hoy se ha reducido por el dolor del conflicto.
De vuelta a Viva la Vida, la película nos conecta con esa necesidad humana de sentirnos cuidados, de pertenecer a una tribu. Especialmente en esa etapa difícil en la que uno se enfrenta por primera vez a lo que significa ser adulto. Cuando falta uno o ambos padres, ese camino se vuelve aún más duro. Y desde mi experiencia personal, es una búsqueda que no acaba nunca. Puede suavizarse con la elevación espiritual, o con la llegada de los hijos, cuando dejamos de ser el centro de nuestra propia historia. O también cuando encontramos sentido en hacer felices a los demás.
La historia de Jéssica me hizo pensar en los niños judíos/israelíes, musulmanes, católicos y druzos, que han quedado huérfanos desde el 7 de octubre. Y más allá, en todos los niños del mundo que cada día pierden a sus padres por diferentes motivos, como el terrorismo o la guerra. Según la organización Orphans Lifeline, más de 5.700 niños quedan huérfanos cada día. Una cifra que hiela. Y que hace aún más necesarias películas como esta: historias que nos recuerdan que, incluso desde la pérdida, se puede volver a empezar.
Aunque trate temas profundos, Viva la Vida es un alegato dulce, íntimo y reflexivo. Prepara los pañuelos. Pero esta vez, para llorar lágrimas de emoción y alegría. Las únicas que de verdad renuevan el alma ▪
Tráiler | Película: ¡Viva la Vida! (2025)
Género: Comedia dramática / Inspiracional
Edad recomendada: 12+
Duración: 104 min
País de producción: Brasil / Israel
Distribuye: Netflix
Protagonizada por: Thati Lopes, Regina Braga y Jonas Bloch
Sinopsis: Un collar del pasado lleva a Jéssica a recorrer Israel en un viaje decisivo, marcado por giros familiares, un amor inesperado y la búsqueda del sentido de la vida. Una comedia luminosa con alma espiritual que mezcla humor, emoción y descubrimiento personal en el corazón de Tierra Santa.
—–
Rafaela Almeida, nacida en Brasil y nacionalizada española, es empresaria, escritora, educadora y presentadora de televisión. Es autora del libro Comunicación Internacional y Relaciones Públicas (Editorial Base, 2023), obra recomendada por la Escuela Diplomática española. Ha alzado la voz contra el antisemitismo en charlas TEDx y en medios nacionales e internacionales. Actualmente estudia Relaciones Internacionales en la UOC.