Muchos desearían ver colapsar al régimen de Irán. Estados Unidos, Israel, varios países árabes del Golfo: todos entienden que mientras la República Islámica de Irán se mantenga en pie, la inestabilidad regional persistirá. Sin embargo, no hay atajo posible: el régimen iraní no caerá por presión exterior. Su final, si llega, será un proceso interno, largo y complejo.
El régimen no se sostiene ya por su legitimidad ideológica o religiosa. Lo hace por el poder de la fuerza, por su aparato de seguridad y por la red paralela de intereses que ha creado a lo largo de décadas. La población iraní está agotada, desilusionada y desconectada del proyecto revolucionario. Pero el régimen, pese a sus grietas, sigue firmemente atrincherado.
El ataque reciente contra las instalaciones nucleares iraníes fue un paso significativo. No fue improvisado ni solo una cuestión de centrifugadoras: fue el resultado de una coordinación total entre Washington y Jerusalén, destinada a debilitar el centro de poder iraní. Durante meses se venía trabajando en neutralizar los tentáculos de influencia regional de Teherán -Hamás, Hezbolá, las milicias chiíes en Irak, los hutíes en Yemen-. Esta vez, el golpe fue directo a la cabeza del pulpo.
Pero ni siquiera un ataque de esta envergadura puede desmantelar un régimen desde fuera. Se puede presionar, condicionar, ralentizar su agenda nuclear o militar, incluso fracturar su sistema de alianzas. Lo que no se puede hacer es imponer un cambio de régimen sin generar consecuencias potencialmente más caóticas. En Irán no existe hoy una figura alternativa, ni un liderazgo con legitimidad suficiente como para asumir el poder tras una caída forzada. La experiencia en Oriente Medio muestra que el vacío de poder suele ser más peligroso que el adversario conocido.
Lo que sí se puede hacer es crear condiciones que refuercen las fisuras internas. El pueblo iraní será quien provoque el cambio, si se le da tiempo, apoyo indirecto y esperanza de un horizonte político distinto. La juventud iraní, las mujeres, los sectores urbanos, llevan años expresando su rechazo al régimen. Pero un movimiento de transformación solo cuajará si emerge desde abajo y no si se percibe como una imposición extranjera.
El régimen también lo sabe. Por eso, pese a su retórica desafiante, ha evitado una respuesta directa tras el ataque. La humillación ha sido seria. Washington planteó lo que en términos diplomáticos es una rendición: cero enriquecimiento de uranio, entrega del material acumulado, y monitoreo internacional exhaustivo. Para Jameneí, aceptar eso sería como firmar el acta de defunción de la revolución islámica.
Por ahora, el equilibrio regional ha cambiado. Lo construido por Irán en los últimos cuarenta años se ha debilitado gravemente. Hezbolá ya no opera con libertad. Siria ha perdido centralidad. Las milicias proiraníes en Irak están paralizadas. Incluso los países del Golfo, que piden públicamente contención, observan en silencio una oportunidad largamente esperada: la erosión del régimen que más ha desestabilizado la región.
Pero ese deseo -legítimo, comprensible- no debe confundirse con una hoja de ruta. Porque forzar un colapso sin una alternativa clara puede derivar en mayor fragmentación, en nuevas guerras, en más caos. Lo que puede -y debe- hacerse es mantener la presión militar e internacional, impedir que Irán recupere su capacidad nuclear, y debilitar sus brazos operativos. Pero siempre sabiendo que la cabeza solo puede caer cuando deje de sostenerse desde dentro.
En mi opinión, estamos asistiendo a un punto de inflexión. No es aún el final, pero el régimen iraní ya no es el mismo. Sus aliados están en retirada, su retórica pierde eco, y su pueblo sigue buscando un cambio que no llega. Tal vez aún falte tiempo, pero ya no es imposible imaginar un nuevo Oriente Medio. No una utopía de paz inmediata, pero sí un reordenamiento donde Israel, con firmeza y resiliencia, juega un papel central.
Y eso, por sí solo, ya es un cambio histórico ▪
Prof. Uzi Rabi es un reconocido investigador y ex director del Centro Moshé Dayán de Estudios Africanos y de Oriente Medio de la Universidad de Tel Aviv. Da conferencias en todo el mundo sobre geopolítica regional, Israel y Oriente Medio, y es analista en un sinnúmero de medios nacionales e internacionales.