Tras la victoria aliada en la batalla de Karkar contra Salmanasar III, la frágil coalición entre los reinos de Israel, Judá y Aram-Damasco se disolvió rápidamente. El equilibrio regional volvía a tensarse, especialmente con un viejo enemigo: el reino de Moab.
Mesha, rey de Moab, aprovechó la coyuntura para rebelarse contra el dominio israelita. Su ofensiva fue dirigida a recuperar ciudades que, según relata, Omrí había arrebatado a su pueblo. El eco de estas campañas ha llegado hasta nosotros gracias a la famosa Estela de Mesha, descubierta en 1868 en Dhiban (Jordania). En ella, Mesha presume de haber liberado Moab, reconquistado ciudades como Nebo y Atarot, y exterminado a sus habitantes en nombre de su dios Kemosh.

Un descubrimiento arqueológico más reciente en Khirbat Ataruz, posible ubicación de la Atarot mencionada en la Estela, refuerza este relato. Allí se halló un altar de piedra con inscripciones en moabita. En una se menciona el saqueo de objetos de bronce tras la toma de la ciudad; en otra, se alude a la deportación de cuatro mil extranjeros, probablemente israelitas.
Estos hallazgos no solo confirman la presencia israelita en la región durante el siglo IX a.e.c., sino que ilustran la brutalidad de los conflictos de la época y la dimensión política y religiosa de la guerra. Mesha no solo busca recuperar territorios, sino borrar todo rastro de la hegemonía israelita impuesta por Omrí y continuada por su hijo Ajav.
Este conflicto marcará el declive de la dinastía omrita y abrirá una nueva etapa de inestabilidad que terminará con el ascenso de Jehú. El enfrentamiento entre Israel y Moab, lejos de ser un episodio aislado, fue un punto de inflexión en la historia bíblica y en la configuración geopolítica del Levante ▪