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La disidencia como esperanza

Cuando se reduce a israelíes y palestinos a bloques cerrados y antagónicos, se alimenta la misma lógica totalitaria que perpetúa el conflicto. Por ello, se hace imprescindible visibilizar las posiciones que cuestionan las narrativas hegemónicas.

Alberto Bendahán

Ni todo palestino es un terrorista, ni todo sionista un colono. Esta afirmación, que podría parecer una obviedad, supone remover el marco cultural impuesto por los disparos y las bombas. Cuando se reduce a israelíes y palestinos a bloques cerrados y antagónicos, se alimenta la misma lógica totalitaria que perpetúa el conflicto. Por ello, se hace imprescindible visibilizar las posiciones que cuestionan las narrativas hegemónicas, especialmente para quienes sentimos que la disidencia se interpreta como traición y la duda como una amenaza.

En ese esfuerzo por resistir las tensiones, resulta vital identificar y señalar los discursos que reducen la complejidad del conflicto a consignas vacías o absolutismos morales.

Alzar la voz frente a quienes simplifican el discurso pro-palestino a la eliminación del Estado de Israel —"Del río hasta el mar" (sic), o refiriéndose a él como "ente sionista", "Isntreal" o "Estado inventado"— es una tarea necesaria. Pero también es imprescindible levantarse frente a quienes presentan el discurso proisraelí en torno a la anexión indefinida de territorios, más allá de cualquier frontera reconocida. El Estado judío, como advierte el periodista Ari Shavit, vive en una tensión constante entre saberse ocupante y sentirse amenazado en su propia existencia.



Precisamente por ello, resulta fundamental centrar el foco en quienes, desde dentro, rompen el muro del pensamiento único. Activistas y colectivos que apuestan por el reconocimiento de una otredad imprescindible rompen la perversa narrativa que equipara sionista con genocida. Organizaciones como Standing Together, cuyos miembros —judíos y árabes, israelíes y palestinos— alzan la voz en favor de una solución pacífica y de la protección de la población civil. Sus acciones, sean en la frontera de Gaza o en pleno corazón de Tel Aviv, reclamando la liberación de los rehenes, el fin de la violencia y la entrada urgente de ayuda humanitaria, constituyen la imagen más poderosa de una disidencia que no busca destruir, sino construir alternativas.

Frente a la imagen del soldado de las IDF, en el imaginario colectivo puede emerger el rostro del activista pro derechos humanos que, con una pancarta en alto, se niega a aceptar la guerra como única vía. Es una imagen que Israel no debería esconder, sino mostrar al mundo como testimonio de una democracia viva que se atreve a dudar, a discutir y a disentir. Porque la acción de un Gobierno no es lo que debería definir a un Estado.



También dentro de las instituciones, hay voces que disienten. El ex-general y líder de la izquierda israelí, Yair Golan, realizó unas polémicas declaraciones en las que dijo: "No podemos ser nosotros, el pueblo judío, quienes actuemos de forma inaceptable". Incluso figuras como el ex primer ministro Ehud Olmert se han atrevido a sugerir que algunas actuaciones de Israel podrían encajar en la definición de crímenes de guerra. Visibilizar estas discrepancias y estos puntos de vista no debilita la democracia israelí: la refuerza. Porque solo una democracia sólida se permite convivir con la contradicción.

Hoy, más que nunca, es urgente izar una bandera entre el cruce de acusaciones que proclaman que "no hay un solo inocente en Gaza" o que "todo sionista es un genocida". Ese terreno intermedio, incómodo pero fértil, es donde germinan los discursos necesarios en un tiempo en que parecen hablar únicamente las bombas. Porque lo disruptivo es hoy más necesario que nunca: aprender que la solución a los conflictos también puede llegar por vías distintas a la violencia. Recordar que la paz es el único camino ▪

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autor
y no necesariamente reflejan la postura editorial de Enfoque Judío ni de sus editores.

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