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La maldición que nos separa: el odio cotidiano

Ser empáticos de forma desmedida, sin análisis ni contexto, nos vuelve manipulables. Vivimos en un país donde muchos toleran el odio, la incitación o la burla en redes sociales por parte de líderes políticos.

Rafaela Almeida

Cada vez que el conflicto entre Israel y Hamás irrumpe en el debate público, en España se despierta una antigua herida: el antisemitismo disfrazado de activismo y causa política. Y lo más doloroso es que se presenta como un debate legítimo, cuando en realidad deja a familias judías españolas —incluidos niños— en una situación de inseguridad y estigmatización.

Los españoles somos nobles. Y digo "somos" porque, aunque nací en Brasil, llevo 28 años viviendo en Barcelona, profundamente vinculada a la cultura catalana y española. Desde esa pertenencia me duele ver cómo, una y otra vez, surge en este país una especie de maldición: una pulsión por dividirnos, por enfrentarnos, por elegir bandos incluso cuando no comprendemos del todo el conflicto.

Desde el procés catalán no había percibido tanta crispación en la sociedad española como la que estamos viviendo actualmente. El problema no es solo el sufrimiento real derivado de las guerras, sino también el uso de propaganda deliberada —impulsada por Hamás y amplificada por medios nacionales e internacionales— que alimenta una narrativa emocional, simplista y profundamente injusta.

New York Times hambruna en Gaza
Disculpa a medias del New York Times por una foto descontextualizada de la supuesta hambruna en Gaza. El niño palestino sufre de un cuadro médico mucho más complejo que la hambruna.

Un ejemplo reciente ha sido el caso de The New York Times, que publicó la imagen de un niño en estado de desnutrición como símbolo de una supuesta negligencia atribuida a Israel. Días después, el propio medio rectificó: el menor padecía enfermedades genéticas preexistentes. Aun así, la fotografía ya había cumplido su función propagandística, reforzando un juicio inmediato contra un país que, además de defender su seguridad, ofrece ayuda humanitaria a diario.

En este contexto, ser empáticos de forma desmedida, sin análisis ni contexto, nos vuelve manipulables. Como se dice en Brasil: "Querer tapar el sol con un colador". Por más que se intenten ocultar o distorsionar hechos, la verdad siempre atraviesa el tamiz.

Mientras esa luz tarda en llegar, ¿cuántos amigos perdemos?, ¿cuántos vínculos familiares se rompen en comidas de domingo por temas políticos?, ¿cuántos niños judíos sienten que deben callar su identidad por miedo a ser rechazados?

Yo misma he sido insultada en redes sociales por expresar mi apoyo al derecho de Israel a existir y a recuperar a sus rehenes inocentes tras el innombrable 7 de octubre. No estuve allí, pero viví de cerca sus consecuencias: acogí durante un mes en mi casa a una amiga de Tel Aviv que huía del trauma. Fue un mes intenso, ofreciéndole apoyo mientras ella recibía noticias desgarradoras de amigos asesinados, secuestrados o alistados en el ejército para rescatar rehenes.

Ese dolor fue real. Y sin embargo, aquí en España la respuesta de muchos fue el odio: pintadas, amenazas, cancelaciones. Hace poco, un restaurante en Vigo expulsó a un grupo de turistas israelíes sin motivo alguno. ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo cuando se discrimina así en la calle? ¿Qué educación reciben nuestros hijos si una aerolínea permite humillar a niños judíos que vuelven felices de un campus de verano, acusándolos injustamente de comprometer la seguridad de un vuelo?

Son hechos que no pueden normalizarse. No se trata de política exterior: se trata de derechos humanos, convivencia e integridad moral.

Vivimos en un país donde muchos toleran el odio, la incitación o la burla en redes sociales por parte de líderes políticos —como el actual ministro de Transportes, entre otros.

Pero la verdadera maldición no está en tener ideas distintas. Está en ser engañados, autoengañarnos y finalmente permitir que nos dividan con estas ideas polarizadas. Como sociedad, y especialmente como educadores y padres, no podemos mirar hacia otro lado. La solución no está en el silencio, sino en la educación, en la empatía con contexto y en el coraje de defender la verdad.

Esta necesidad de hablar no es nueva para mí. Hace un tiempo lo hice también en una charla TEDx, donde compartí cómo abordar crisis y conflictos a gran escala desde una mirada empática y crítica, inspirada por mis raíces judías askenazíes.

Aunque no tuvo gran repercusión, acepto con humildad que quizás el mensaje aún no encuentra el momento o el espacio adecuado. Pero no por eso voy a rendirme. Romper la maldición de los españoles pasa por algo tan sencillo —y a la vez tan necesario— como elegir no odiar ▪

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Rafaela Almeida, nacida en Brasil y nacionalizada española, es empresaria, escritora, educadora y presentadora de televisión. Es autora del libro Comunicación Internacional y Relaciones Públicas (Ed. Base, 2023), obra recomendada por la Escuela Diplomática española. Ha alzado la voz contra el antisemitismo en charlas TEDx y en medios nacionales e internacionales. Actualmente estudia Relaciones Internacionales en la UOC.

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autor
y no necesariamente reflejan la postura editorial de Enfoque Judío ni de sus editores.

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