La fuerza de una sociedad libre y próspera no radica en obedecer reglas a ciegas ni en repetir eslóganes seductores, sino en su capacidad de recordar con honestidad, discernir con pensamiento crítico y comunicarse con integridad: sin manipular, sin autoengañarse, sin renunciar a la búsqueda de lo justo. En un mundo saturado de narrativas manipuladoras, donde el discurso se vuelve instrumento de control, el libro de Devarim nos recuerda que las palabras importan no por su retórica, sino por su poder de despertar conciencia y cultivar libertad interior.
Devarim comienza con: "Estas son las palabras que Moshé habló a todo Israel" (Devarim 1:1). El mismo líder que se declaró "torpe de palabras" (Shemot 4:10) pronuncia ahora un largo discurso. Rashi señala que Moshé alude a los errores del pueblo sin humillarlos (Rashi sobre Devarim 1:1). Sforno explica que su objetivo es educar para la madurez (Sforno sobre Devarim 1:1). El Midrash lo compara con un comerciante que liquida cuentas antes de morir (Devarim Rabá 1:1). Jonathan Sacks subraya que Devarim marca el paso de una religión de milagros a una ética de responsabilidad (Covenant & Conversation: Deuteronomy).
Este giro refleja un cambio profundo: del liderazgo basado en la acción concreta del líder —estratégica, organizativa o milagrosa— a uno centrado en la transmisión ética mediante la palabra. La generación que entraría en la tierra Prometida necesitaba convicción interna, no dependencia de prodigios. Sin pensamiento propio ni memoria activa, la libertad se desvanece.
Moshé repasa el episodio de los espías, donde el miedo paralizó al pueblo. El Rambán aclara que el problema no fue enviar exploradores, sino la pérdida de confianza tras oírlos (Rambán sobre Devarim 1:22). La fantasía del desastre eclipsó la memoria de los milagros. Aquella generación, marcada por la esclavitud, no actuó libremente porque nunca pensó libremente.
Este fenómeno, que la psicología denomina "estado de dependencia aprendida", describe una pasividad y un estado de dependencia que persiste incluso cuando las condiciones permiten actuar con libertad. Se manifiesta en los grupos atraídos por figuras carismáticas que dispensan sentido prefabricado, cuando se establecen tribus ideológicas —digitales o analógicas— que ofrecen certezas sin reflexión, o en la tendencia a delegar la responsabilidad personal a cambio de comodidad emocional. El resultado son sociedades divididas y fácilmente manipulables, donde la necesidad de pertenecer prevalece sobre la voluntad de pensar.
Devarim enseña que la verdadera educación no adoctrina ni infantiliza. Apela a la historia compartida y al poder formativo de las palabras honestas. La pedagogía de Moshé no busca imponer ni dirigir voluntades, sino formar adultos libres, responsables y conscientes de su papel moral. Por eso mismo, es una forma de resistencia: porque una persona que piensa, que recuerda con criterio y que habla con verdad, representa una amenaza real para cualquier intento de dominación.
Las palabras importan. No solo por lo que dicen, sino por lo que despiertan. En una época donde la mentira se disfraza de virtud y el fanatismo se vende como identidad, recordar Devarim es resistir desde la libertad ▪