Moshé tiene 120 años. El pueblo está a punto de cruzar el Jordán y él debe anunciar que no irá con ellos. La escena es intensa: ¿qué será de Israel sin su guía? Sin embargo, lejos de aferrarse al poder, Moshé transmite la misión a Yehoshúa. La parashá no oculta la fragilidad del momento, pero enseña que la fuerza de un pueblo no reside en un hombre, sino en un legado.
Rashi aclara que Moshé no muere por debilidad física: "No se debilitó su fuerza ni se apagó su vista" (Rashi sobre Devarim 34:7). Su límite lo marca Dios, no el desgaste. Sforno subraya que Yehoshúa no debía ser solo caudillo militar, sino guía espiritual: "Le alentó para que enseñe al pueblo a caminar en los caminos de Dios" (Sforno sobre Devarim 31:7). El Midrash Tanjuma (Vaielej 2) compara la entrega de la Torá con un testamento: el maestro deja a sus hijos la herencia de su sabiduría. Y Rambán, al hablar del hakhel, explica que la lectura pública de la Torá cada siete años recordaba que esta es herencia de todos, no privilegio de élites (Rambán sobre Devarim 31:12).
En contraste, nuestras sociedades conviven con líderes ególatras, ebrios de poder, que se presentan como la única solución a los problemas del mundo. El peligro no está solo en las masas que los idolatran, sino también en las élites políticas, mediáticas o económicas que promueven ese culto personalista para debilitar la capacidad crítica de la gente. Cuando todo depende de un salvador, se anestesia la responsabilidad personal y colectiva.
Vaielej enseña otra lógica: Moshé no alimenta un mito de sí mismo ni busca eternizarse en el poder. Por el contrario, asegura la continuidad transfiriendo liderazgo y centrando la herencia en la Torá. La verdadera grandeza del guía no consiste en ser indispensable, sino en preparar a quienes lo suceden. El pueblo no queda huérfano porque la misión no se reduce a un hombre, sino que pertenece a todos.
Este mensaje tiene fuerza renovada hoy. En política, en empresas, en comunidades religiosas, vemos a menudo estructuras frágiles porque dependen de una figura carismática. Pero cuando los principios y las instituciones son sólidos, la transición puede ser firme y fecunda. La Torá nos recuerda que ningún líder es eterno y que el poder sin límites se convierte en tiranía.
Moshé muere, pero el pueblo vive. Moshé parte, pero la Torá queda. Ese es el secreto de una continuidad que no necesita caudillos: valores que trascienden, una herencia común que libera y no esclaviza. Elegir líderes capaces de transmitir, en lugar de retener, es la manera más segura de construir un futuro estable y digno.
