Pésaj no es solo una festividad conmemorativa, es también una oportunidad para hacernos preguntas muy profundas. ¿Quién no ha sentido alguna vez que vive con el alma afligida por exigencias que no han sido de su elección, o con la sensación de estar atrapado en ritmos que le imponen más de lo permisible?
En medio de la rutina y las urgencias, esta celebración abre una puerta para preguntarnos si realmente somos "libres" o si arrastramos grilletes invisibles. El relato milenario de la salida de Egipto nos interpela cada año: ¿Hemos salido realmente de nuestros propios "Egiptos"?.
Porque a diferencia de la esclavitud en la época faraónica, que era perceptible, concreta, despiadada… hoy, las cadenas pueden ser sutiles, seductoras, imperceptibles. ¿Qué es lo que más nos esclaviza hoy? ¿Qué voz, sumisión o miedo dirige nuestros pasos? En todos estos sentidos, Pésaj es nuestra cita anual con el espejo. Es decir, que para muchos de nosotros no se trata únicamente de recordar lo que aconteció en Egipto, sino más bien de discernir nuestra situación actual y nuestros servilismos con situaciones que no controlamos.
Los "nuevos faraones": la otra esclavitud
Es cierto que, al menos físicamente, ya no estamos bajo el látigo, pero también lo es que vivimos desde hace unos años bajo la opresión de otros elementos, y entre ellos los tan cacareados algoritmos (¡Pareciera que tienen hasta personalidad propia!) o la hipercompetitividad.
Los "faraones" de hoy no se autoproclaman como tales, son más bien encantadores de serpientes que se disfrazan de necesidad, oportunidad y modernidad. Están en la velocidad con la que vivimos, en la presión por competir, en la dependencia tecnológica que nos arrastra sin pausa ni descanso. El sociólogo Zygmunt Bauman (1925-2017) sostenía que habitamos un mundo líquido, que fluye sin forma fija, con la intensidad de un río caudaloso y sin margen para detenerse.
Otro elemento de esclavización moderna es nuestro servilismo a las redes sociales, que moldean nuestra identidad a cambio de atención y reducen nuestra valía a un simple "me gusta", y a estadísticas de seguidores y visualizaciones. Según un estudio de IAB Spain para 2024, en España el 86% de los internautas entre 12 y 74 años usan redes sociales de forma activa —alrededor de 30,5 millones de personas— y el tiempo promedio diario dedicado a estas plataformas es de casi dos horas diarias. Esta exposición constante genera un fenómeno silencioso: la identidad personal se configura en función del "aplauso digital" y de una validación externa que reemplaza la introspección. A nivel mundial se estima que más de 210 millones de personas sufren algún grado de adicción a estas plataformas.
Esclavitudes internas: el enemigo dentro
Pero incluso si todo lo externo se ordenara aún quedarían batallas por librar en nuestro interior. A veces nuestras prisiones están hechas de pensamientos que nunca cuestionamos, de hábitos automáticos, de heridas por sanar.
Estas auto-cárceles adoptan muchas formas. La ambición desmedida nos consume y nos hace perder de vista lo esencial. El miedo al cambio paraliza cualquier intento de transformación. La falta de sentido convierte la rutina en una forma de apatía. Y la ignorancia voluntaria, fruto muchas veces de una búsqueda de comodidad, termina por dejar nuestra libertad en manos de otros.
Hoy parte de la estrategia de quienes desean manipularnos pasa por vaciarnos de pensamiento crítico y espiritualidad. Socavar la vida interior es debilitar la última trinchera de libertad personal. Sin raíces profundas, es más fácil ser arrastrado por lo inmediato, lo impuesto o lo deseado por otros. Abandonar toda forma de vida reflexiva, filosófica o espiritual no nos hace más libres, sino más vulnerables a quienes sí tienen un plan. En la medida en que se desacredita lo profundo y se promueve lo superficial, se entorpece la posibilidad de resistir internamente.
Porque como planteaba el neurólogo y psiquiatra austríaco Viktor Frankl, es en la búsqueda de sentido donde el ser humano se eleva por encima de sus circunstancias y encuentra en esa elección su forma más auténtica de libertad. Cuando ese propósito es interior y no impuesto, se convierte en una fuerza de resistencia frente a todo intento de manipulación. La vida interior cobra un valor esencial, porque es allí donde el alma se debate entre lo inmediato y lo esencial. La verdadera libertad comienza cuando reconocemos ese conflicto y decidimos no responder automáticamente, sino ejerciendo nuestra conciencia.
¡Jag Jerut Sameaj! ¡Feliz fiesta de la libertad!▪






