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Occidente sin brújula

Durante décadas, nos repetimos que la historia tenía una dirección. Que habíamos llegado a una síntesis civilizatoria hecha de democracia liberal, derechos individuales, economía de mercado, consumo masivo y progreso continuo. El siglo XXI arrancó creyéndose el epílogo feliz de una larga novela. Pero ya no.

Dani Lerer

Las vidrieras de París están tapiadas. Las universidades de Estados Unidos están sitiadas. En Bruselas, Marsella o Malmö, el viejo cristianismo europeo convive, no sin conflicto, con el islam que llegó con las olas migratorias de las últimas décadas. Las calles cambian más rápido que las ideas. En España, los partidos tradicionales se desdibujan.

¿En qué momento Occidente dejó de saber hacia dónde iba?

Durante décadas, nos repetimos que la historia tenía una dirección. Que habíamos llegado a una síntesis civilizatoria hecha de democracia liberal, derechos individuales, economía de mercado, consumo masivo y progreso continuo. El siglo XXI arrancó creyéndose el epílogo feliz de una larga novela. Pero ya no.

Hoy el relato se volvió ruido. El mundo que se pensaba modelo se mira al espejo con sospecha. Las certezas se erosionan. Las instituciones tambalean. Las promesas ya no emocionan. El problema no es solo político ni económico: es simbólico. Occidente ha perdido su brújula, y no parece tener una de repuesto.




Los síntomas están por todas partes. Las democracias más antiguas sufren una polarización histérica, cada vez más parecida a un agotamiento moral. La juventud no milita, no cree, no espera: flota entre la ansiedad, el escepticismo y el sarcasmo. El algoritmo reemplazó al pensamiento. La fe en el progreso tecnológico convive con el terror al colapso climático, la inteligencia artificial y la guerra nuclear. Tenemos más información que nunca, pero menos confianza. Más libertad, pero menos dirección.

Y, a veces, el vértigo se vuelve evidencia brutal. La masacre del 7 de octubre, cuando Hamas asesinó, violó y secuestró a civiles israelíes, expuso un desconcierto moral que aún persiste. En vez de una condena unívoca, muchos gobiernos occidentales se enredaron en matices, equilibrios fríos y gestos tibios. Algunos terminaron justificando lo injustificable. Otros, directamente, optaron por el silencio.

Durante décadas, Israel fue visto como un faro de Occidente: una democracia liberal, rodeada de autocracias, sostenida en valores que decían ser universales. Sin embargo, cuando ese faro fue atacado con una violencia atroz, el reflejo no fue la defensa unánime, sino la duda, la relativización, incluso la acusación. Lo que antes era evidente, el derecho a existir, a defenderse, a no ser masacrado, hoy parece materia opinable. Como si el faro ya no iluminara nada, o como si Occidente hubiera dejado de mirar hacia donde solía mirar.

Mientras tanto, los intelectuales buscan enemigos: China, Rusia, el populismo, el islam político, las plataformas digitales. Pero quizás el mayor adversario no está afuera, sino adentro. Occidente no está perdiendo una batalla. Está perdiendo el sentido de su propio trayecto.




Ya no hay horizonte compartido. Ni utopía que movilice. Ni siquiera una narrativa del bien y del mal que funcione. ¿Qué quiere ser Occidente, además de lo que ya fue? ¿A qué le teme, además de a dejar de importar?

Eso no significa que todo esté perdido. Las crisis de sentido también son oportunidades para revisar lo heredado, abandonar los relatos vacíos y ensayar nuevas formas de vivir, de convivir, de pensar el futuro. Quizás se trate menos de recuperar una brújula que de aprender a caminar sin una. O de fabricar, desde los restos, una nueva.

No hay camino escrito. Solo preguntas abiertas. Y la necesidad, urgente, de volver a contarnos una historia ▪

Dani Lerer es licenciado en Ciencias Políticas, y se desempeña como analista internacional y experto en estudios de terrorismo y crimen organizado. Reside en Buenos Aires.

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autor
y no necesariamente reflejan la postura editorial de Enfoque Judío ni de sus editores.

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