Hace unos días, un tuit llamó mi atención. Un periodista español, después de ver La lista de Schindler y El pianista, escribía: "Me siguen conmoviendo. He visitado muchos campos de concentración y exterminio en Europa en los últimos 15 años. Me pregunto: ¿Cómo es posible que un pueblo que sufrió tanto pueda actuar sin piedad?"
El post en cuestión está cargado de buena conciencia europea, de sensibilidad cultivada a base de películas de Oscar y visitas a museos del horror. Pero también está saturado de condescendencia, de paternalismo colonial, y, por qué no decirlo, de un antisemitismo reconvertido en moral humanista.
Lo que esta persona viene a decir, sin darse cuenta o con plena conciencia, es que los judíos solo les gustamos cuando estamos muertos, indefensos, desarmados, llorando en sepia. En blanco y negro, como las películas que les conmueven.
Occidente necesita víctimas bonitas
Hay una parte de Occidente que vive obsesionada con sentirse moralmente superior. Para ello necesita víctimas puras, sin mancha, sin agencia. Víctimas eternas. Cuando esas víctimas se levantan, se arman, se organizan, y además ganan guerras, levantan un Estado y desafían la narrativa, ya dejan de gustar.
El judío que camina al matadero conmueve. El judío que porta un fusil incomoda. El niño judío que se esconde en el gueto de Varsovia inspira ternura. El niño judío que crece en un kibutz en Sderot y termina en las IDF para defender su hogar nacional y su hogar físico… ése, provoca rechazo.
¿Por qué? Porque ese niño rompe el equilibrio emocional que muchos necesitan para sentirse los "buenos" de la historia. El sufrimiento judío, al parecer, solo se acepta si es impotente. Si lo convertimos en poder, en resistencia, en fuerza, se vuelve sospechoso. Incómodo. Como si hubiera algo indecente en haber sobrevivido demasiado bien.
No se trata de antisemitismo clásico, del que grita "judío" como insulto. Es algo más sutil, más educado, más cobarde: un antisemitismo con pretensiones morales, disfrazado de decepción ética. No odian al judío por codicioso, como en el siglo XIX. Lo odian por armado. Por existir sin pedir permiso.
El mensaje implícito en tuits como ese es claro: "No entiendo cómo os atrevéis a defenderos después de todo lo que sufristeis". Es una frase que solo se aplica a los judíos. Solo a los judíos se les pide que su sufrimiento histórico se traduzca en pasividad moral eterna.
Es como si la Shoá / Holocausto nos hubiera dejado una única función legítima: la de recordarle al mundo sus pecados. No para actuar, sino para servir de espejo. Para hacer sentir culpa, pero no para construir soberanía.
No tenemos que pedir permiso para vivir
La frase que más molesta, la que más rabia despierta en ciertos círculos, es quizás la más simple: "Nunca más". Porque nunca más significa que aprendimos. Que no vamos a morir en silencio. Que, esta vez, no dejaremos que nos amontonen en trenes ni nos encierren en guetos ni nos conviertan en escombros bajo la mirada indiferente del mundo.
Y eso, precisamente eso, es lo que a muchos les resulta insoportable: que hayamos aprendido la lección y estemos actuando en consecuencia. No según sus valores —que solo aplican cuando conviene— sino según los nuestros.
Israel no es perfecto. Ningún Estado lo es. Pero Israel es la única garantía de que el pueblo judío no volverá a ser reducido a escombros, ni en Europa ni en ningún otro lugar. Es la demostración viva de que los judíos ya no necesitan pedir permiso para existir. Para defenderse. Para vivir.
Cuando alguien dice "cómo puede un pueblo que sufrió tanto actuar sin piedad", lo que en realidad está diciendo es: "Si ustedes fueron víctimas, deberían quedarse en ese papel para siempre". Pero eso no es memoria. Es manipulación.
Memoria es recordar quiénes fuimos, para no repetir lo que nos hicieron. Pero también para no repetir lo que hicimos mal: el silencio, la pasividad, la obediencia. Por eso, cuando Israel responde con fuerza a quienes aún sueñan con destruirnos, no lo hace desde el olvido de la Shoá. Lo hace desde su recuerdo más vivo.
No nos interesa dar pena. No vinimos al mundo para ser tu catarsis moral, Gervasio. No existimos para redimir tus culpas ni para inspirar tus lágrimas.
¿Querías ver judíos como en El pianista? Lo siento: te tocará mirar al piloto de un F-35I Adir, al médico israelí que opera a heridos bajo fuego, al padre que llora a su hijo secuestrado, y al judío que, por fin, vive sin pedir perdón.
¡Y no vamos a disculparnos por ello! ▪