El judaísmo reformista se originó a principios del siglo XIX en Alemania, en el contexto de la Ilustración y la emancipación judía en Europa, y se consolidó en Estados Unidos hacia finales del siglo XIX con instituciones como el Hebrew Union College (1875).
Líderes como Abraham Geiger, Samuel Holdheim y otros pensadores de la Haskalá —movimiento de Ilustración judía que en los siglos XVIII y XIX promovía la educación secular, la razón y la integración social— propusieron que la tradición debía adaptarse a las realidades sociales, culturales y tecnológicas emergentes, interpretando la Halajá como un marco en evolución en lugar de un mandato inmutable. Su enfoque enfatiza el componente ético universal de la Torá, alentando la integración plena en la sociedad, la justicia social y el diálogo interreligioso.
En la práctica litúrgica, las comunidades reformistas adoptan el uso de la lengua vernácula junto al hebreo, organizan servicios más breves o adaptados al contexto local y permiten el uso de instrumentos musicales en Shabat. Estas decisiones se fundamentan en la idea de que la forma del culto puede ajustarse para favorecer la comprensión y participación de los fieles.
La igualdad de género es un rasgo esencial: desde etapas tempranas, el reformismo permitió y promovió el papel de rabinas, cantoras y la plena participación de mujeres en todas las funciones rituales, sin distinciones de género.
En cuanto a la interpretación de la Halajá, el reformismo otorga autonomía a comunidades y a los individuos para cuestionar y adaptar preceptos, guiándose por valores éticos contemporáneos. Esto abarca revisiones de prácticas ceremoniales y rituales siempre que se justifiquen por cambios sociales o avances en la conciencia moral.
Las distinciones con otras corrientes son hoy más sutiles que hace un siglo. El judaísmo ortodoxo conserva la Halajá como vinculante y la observa con rigor: liturgia casi íntegramente en hebreo, separación de roles por género en el ámbito ritual y resistencia a innovaciones que se perciban contrarias al esquema tradicional. El judaísmo conservador, originalmente concebido como posición intermedia, ha evolucionado de modo diverso: algunas comunidades tienden a enfoques estrictos similares al ortodoxo, mientras otras se acercan a la flexibilidad reformista. Esa variabilidad refleja la autoridad de los rabinos locales y la sensibilidad de cada congregación ante contextos sociales.
Además, dentro de la ortodoxia han emergido corrientes de "ortodoxia moderna" o "neoortodoxas" que, sin renunciar a la observancia estricta de la ley, incorporan elementos de la educación secular y de la vida contemporánea en su enfoque pedagógico y comunitario.
La clave de las diferencias actuales radica en el método y grado de interpretación de la Halajá: el reformismo concede amplia libertad interpretativa basada en valores éticos universales y adaptación a la sociedad contemporánea; el conservadurismo aplica un proceso más estructurado de revisión halájica que, según la comunidad, puede inclinarse hacia mayor rigidez o hacia mayor flexibilidad; el ortodoxo moderno muestra cierta apertura en ámbitos educativos y sociales, pero mantiene una observancia normativa más estricta; y las corrientes ortodoxas tradicionales preservan la Halajá según interpretaciones históricas sin cambios significativos.
El movimiento reformista se define por su énfasis en la evolución de la tradición conforme a las necesidades y valores actuales, promoviendo servicios accesibles en lengua local, igualdad de género y autonomía en la interpretación de la ley, en contraste con enfoques más rígidos o metódicos de otras corrientes, aunque en la práctica existan espacios de convergencia y diálogo entre ellas ▪