Crees que estás en el lado bueno. Luchas contra el racismo, el machismo, el colonialismo, las injusticias del mundo… Compartes artículos que te remueven, memes con garra, frases lapidarias… Señalas a Israel como el gran culpable… Y lo haces con la tranquilidad de quien se cree del lado correcto de la historia.
Pero hay un detalle que se te suele pasar por alto. Muchas de esas ideas tan contundentes, tan presentes, no nacieron en círculos progresistas ni en debates éticos de café. No salieron de pensadores humanistas ni de un aula universitaria. Las diseñó la KGB, con esmero. La mismísima agencia de inteligencia soviética. Un aparato diseñado para manipular, controlar y destruir. No, no es ninguna exageración.
Y antes de seguir, un poco de contexto: en 1948, cuando se fundó el Estado de Israel, su población estaba compuesta en su mayoría por refugiados. Supervivientes del Holocausto llegados de Europa con nada en los bolsillos y todo por reconstruir. Judíos expulsados de países árabes, perseguidos y despojados de sus hogares. Pioneros que ya vivían allí, empujados por la idea de construir un lugar seguro. No eran colonos con privilegios, eran personas que venían de la ruina, del miedo, de la pérdida. Lo que compartían no era poder, sino la urgencia de levantar algo que los salvara.
"Para la URSS, Israel era mucho más que un país pequeño en una región inestable: era la avanzadilla en Oriente Medio de su enemigo número uno, Estados Unidos"
Pero desde el punto de vista soviético, Israel era mucho más que un país pequeño en una región inestable: era la avanzadilla en Oriente Medio de su enemigo número uno, Estados Unidos. En plena Guerra Fría, eso lo convertía en un objetivo prioritario. Cuanto más se debilitara la imagen internacional de Israel, más se resentiría la influencia de Washington en una zona estratégica.
La desinformación como estrategia política
En los años 70, la Unión Soviética puso en marcha la Operación SIG. ¿El plan? Desgastar la imagen de Israel. Pintarlo como un Estado ilegítimo, opresor, al servicio de los intereses estadounidenses. Y hacerlo de forma sistemática, a escala global.
Para empezar, desempolvaron un clásico: Los Protocolos de los Sabios de Sión, ese panfleto antisemita infame que describe una conspiración judía para controlar el mundo. Aunque se sabía desde hacía décadas que era una falsificación grotesca, la KGB lo vio útil. Lo distribuyeron por toneladas en países árabes.
Y el veneno se coló. No porque la gente fuera especialmente ingenua, sino porque el mensaje se repitió tanto y por tantas bocas que empezó a sonar razonable.
Ion Mihai Pacepa, antiguo jefe de inteligencia rumano que desertó a Occidente, contó detalles jugosos. Como que fue la KGB quien aconsejó a Yasser Arafat que dijera que había nacido en Jerusalén (en realidad, era egipcio). Una pequeña mentira, pensada para reforzar su relato como líder de un pueblo expulsado de su tierra.
La KGB no solo editaba biografías, también redactaba manifiestos. Apoyó la fundación de la OLP, dio soporte propagandístico y militar a movimientos armados, y entrenó a líderes en cómo usar la narrativa para ganar simpatías internacionales. Todo con un objetivo muy concreto: debilitar a Estados Unidos atacando a su socio más incómodo en Oriente Medio.
Cuando la ONU se convierte en altavoz
En 1975, la Asamblea General de la ONU votó la resolución 3379, en la que describía "El sionismo como una forma de racismo". Aquel día, no fue la ética la que salió victoriosa: fue la propaganda. Esa resolución no cayó del cielo: fue fruto de años de presión del bloque soviético y sus aliados. Una jugada redonda. Fue derogada por la resolución 46/86 en 1991, pero durante más de 15 años sirvió de munición para discursos, manifiestos, conferencias. Y ese eco aún resuena. Cambian las formas, pero el fondo sigue intacto.
Fue la KGB quien aconsejó a Yasser Arafat que dijera que había nacido en Jerusalén (en realidad, era egipcio). Una pequeña mentira, pensada para reforzar su relato como líder de un pueblo expulsado de su tierra.
Se puede, y se debe, criticar a cualquier gobierno. También al israelí. Y claro que se puede hablar de las injusticias que sufre el pueblo palestino. Nadie serio lo niega. Pero si vamos en serio, hay que hacerse preguntas incómodas. ¿Quién es responsable de su sufrimiento? ¿Quién tiene interés en que el pueblo palestino no salga de la situación en la que está? ¿A quién le sirve que siga siendo la víctima eterna? ¿Quién capitaliza ese sufrimiento?
Porque si de verdad te preocupa su dignidad, lo mínimo es preguntarte si no están siendo usados como peones en una partida que no pueden ganar.
Lo mismo, pero en la era digital
La URSS desapareció. Pero su maquinaria retórica no. Solo cambió de plataforma.
Donde antes había panfletos, hoy hay hilos de X de perfiles con el pañuelito. Donde antes había discursos en congresos estudiantiles, hoy hay vídeos virales con música emotiva y letras blancas sobre fondo negro. Bots que repiten lo mismo una y otra vez. Y lo más inquietante: ¡Parece auténtico!
La estrategia, sin embargo, no ha cambiado: repetir hasta que cale. Quitar matices. Apelar a la emoción. Dividir el mundo en buenos y malos. Solo que ahora es más rápido, más efectivo, más difícil de desmontar.
Así que, la próxima vez que compartas algo sobre Israel o Palestina, o cualquier conflicto que no se resuelva con dos frases… hazte un favor: párate un momento. Pregúntate si lo que estás compartiendo es una reflexión propia o parte de un guion escrito hace más de cincuenta años por alguien que jamás creyó en la justicia, pero sí en la eficacia del odio bien repartido.
Porque si es lo segundo… igual no estás tan del lado bueno como creías. Y eso duele. Pero más duele seguir ahí sabiéndolo ▪