Tras la muerte del rey Salomón, su hijo Rejavam intentó consolidar su poder en Shjem, pero su incapacidad para ganarse el apoyo de las tribus llevó a la división del reino: al norte, Yarav’am regresó de su exilio en Egipto y fue proclamado rey sobre las diez tribus, formando el Reino de Israel; mientras que al sur, Rejavam mantuvo el Reino de Judá con capital en Jerusalén. Yarav’am estableció Shjem como capital y levantó altares alternativos para competir con el Templo de Jerusalén, introduciendo formas de culto cananeo.
Cinco años después, el faraón egipcio Sheshonq I (Sisac en el Tanaj) invadió Judá (926 a.e.c.), como menciona 1 Reyes 14:25-26, saqueando los tesoros del Templo. Aunque Jerusalén no figura explícitamente en la inscripción del Portal Bubastita en Karnak, se enumeran más de 150 ciudades del Néguev, Judá, Israel y Fenicia, lo que sugiere una amplia campaña militar. La ausencia de Jerusalén podría deberse a daño posterior en la inscripción o a razones ideológicas.
Arqueológicamente hablando, uno de los testimonios más antiguos sobre el Primer Templo de Jerusalén es una óstraca del siglo VI a.e.c. hallada en la fortaleza de Arad, una carta enviada a un oficial llamado Elyashiv. Allí se menciona "la Casa de Di-s", lo que indica la existencia de un santuario central reconocido desde Jerusalén.
Se estima que Sheshonq I saqueó alrededor de 400 toneladas de oro y plata, en base a los registros de su sucesor Osorkon I, quien distribuyó grandes cantidades de metales preciosos en templos egipcios. Esta invasión refleja tanto el declive político tras la división de la monarquía como la importancia estratégica y económica de Jerusalén ya en el siglo X a.e.c. ▪