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9 de noviembre, la memoria que no aprendimos

Que este 9 de noviembre no sea solo una fecha en los calendarios, sino un recordatorio de que ningún pueblo, ninguna fe, ningún ser humano debería volver a temer por existir.

Nataniel Castaño

En la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, el sonido del vidrio roto inundó las calles de Alemania y Austria. Eran los escaparates, las ventanas, las sinagogas de los judíos, destrozadas solo por existir. Aquella "noche de los cristales rotos" (la Kristallnacht) fue el preludio de la barbarie. Aquel estallido de odio marcó el paso de las palabras a los hechos, de los prejuicios al crimen.

Ochenta y seis años después, el eco de aquellos cristales vuelve a resonar en Europa. También en España.

El antisemitismo nunca se fue, aunque muchos prefieran no verlo. Ha estado ahí, latente, escondido como una brasa bajo las cenizas, nuestras cenizas, y en los últimos meses ha vuelto a encenderse, ha explotado. Ya no se presenta con uniformes ni brazaletes; se disfraza de causa justa, de consigna política o de moral superior. Se camufla en pancartas, en redes sociales, en tertulias, en murales, en universidades. Se nos dice que no es antisemitismo, sino "crítica a Israel". Pero cuando se grita "muerte a los judíos" en las calles de una capital europea, cuando se atacan sinagogas, se pintan estrellas de David en los portales o se señala a estudiantes judíos en las universidades, la frontera ya se ha cruzado. Eso ya lo vivimos una vez.
Y el silencio entonces fue cómplice.

No hay que confundir justicia con odio. Defender la causa palestina no debería implicar deshumanizar a los judíos. Pero demasiadas veces, ese matiz desaparece.
Hoy, muchos que enarbolan banderas por la libertad de unos callan ante el sufrimiento de otros. No hay manifestaciones por los miles de muertos en Sudán, ni flotillas rumbo a las costas africanas para salvar a los cristianos masacrados. No hay pancartas por las mujeres asesinadas en Irán o por los niños esclavizados en Yemen.
La indignación selectiva se ha convertido en una forma moderna de hipocresía moral.

La historia nos ha enseñado que el antisemitismo no nace del pensamiento, sino del resentimiento. Es una reacción emocional, instintiva, irracional. En los años treinta, se culpó al judío de la crisis económica; hoy, de los males del mundo globalizado. Entonces fue el oro; ahora, el capitalismo, el poder, la influencia. Siempre hay una excusa.
Y siempre el mismo objetivo: el judío. Porque el antisemitismo nunca desapareció, solo cambió de disfraz.

Goebbels, el ministro de propaganda nazi, lo comprendió antes que nadie, dijo que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Y hoy, en la era de las redes sociales, la mentira se repite no mil, sino millones de veces en cuestión de minutos. Se comparten imágenes falsas, frases manipuladas, titulares sin contexto, y la emoción se impone a la razón. Pocos se detienen a contrastar, a pensar, a dudar.
Y así, la vieja maquinaria del odio vuelve a funcionar, ahora con algoritmos y pantallas en lugar de megáfonos.

Pero no todo es oscuridad. Hay también quienes levantan la voz, judíos y no judíos, que se niegan a aceptar que el pasado se repita. Gente que recuerda que el judaísmo no es una ideología, sino una ética milenaria basada en el respeto y la compasión.
Cuando a Hilel el Sabio alguien le pidió que resumiera toda la Torá mientras se mantenía sobre una pierna, respondió:

"No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. El resto son comentarios". En esa frase se resume el alma del judaísmo: humanidad, justicia, tikún olam (la reparación del mundo). No hay en ella odio, ni superioridad, ni venganza.

A lo largo de los siglos, el pueblo judío ha sido chivo expiatorio de los males ajenos. No porque hiciera algo, sino porque no tenía quien lo defendiera. Ese reflejo sigue vivo en el inconsciente colectivo. Cuando las cosas van mal, se busca al culpable más fácil, aquel que es diferente, aquel que no levanta la voz. Por eso, hoy más que nunca, no podemos callar. Callar es dejar que la historia vuelva a escribirse con las mismas letras.

Recordar la Kristallnacht no es un gesto conmemorativo, es un acto de conciencia.
Es mirar al espejo del presente y reconocer que el odio empieza siempre con palabras y termina con fuego.

Y también es una llamada a todos, judíos o no, a no dejarse arrastrar por la manipulación y la masa. A recuperar el pensamiento crítico, la empatía, la verdad completa, no las verdades a medias.

Porque una verdad a medias es más peligrosa que una mentira entera.

Que este 9 de noviembre no sea solo una fecha en los calendarios, sino un recordatorio de que ningún pueblo, ninguna fe, ningún ser humano debería volver a temer por existir.

Y que la memoria no sirva solo para recordar a los muertos, sino para defender a los vivos ▪

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autor
y no necesariamente reflejan la postura editorial de Enfoque Judío ni de sus editores.

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