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Coraje narrativo: la minoría que eligió la verdad

Caleb y Yehoshua no discutieron los hechos, sino la narrativa. Frente a la manipulación del miedo, eligieron contar la verdad con coraje y esperanza.
Coraje narrativo: la minoría que eligió la verdad
Actualizado el 16/6/2025, 13:47 hs.

"Fuimos a la tierra… y ciertamente mana leche y miel… pero el pueblo que habita en ella es poderoso…" (Números 13:27–28). Así comienza el informe de los diez exploradores. Una mezcla de datos correctos con conclusiones temerosas que sembrarían pánico en el corazón del pueblo. Solo Caleb y Yehoshua respondieron con una narrativa distinta: "Subamos y conquistémosla, porque podemos" (13:30).

La diferencia no fue de hechos, sino de interpretación. Todos vieron lo mismo. Pero unos deformaron el relato para disuadir. Otros, para alentar. El pecado no fue decir que había gigantes, sino presentar ese dato como un veredicto de derrota.

El Rambán (Nahmánides) explica que los espías cayeron en error no por su descripción física de la tierra, sino por extrapolar —sin mandato ni fe— que sería imposible conquistarla. Para él, su pecado fue "añadir lo que no se les pidió: su juicio y miedo". Sforno, más crítico aún, destaca que "no confiaron en el favor divino, sino en su evaluación estratégica". Se posicionaron como analistas políticos, no como emisarios de una misión sagrada. Y el Midrash Tanjuma remata con fuerza: "todo el que habla mal de Eretz Israel es como si blasfemara contra Dios", porque no es la tierra la que falla, sino la mirada que sobre ella se proyecta.

En términos modernos, los espías crearon un "frame narrativo" —una interpretación de los hechos que estructura la percepción del oyente. El término, acuñado por estudiosos de la comunicación como George Lakoff, describe cómo no solo informamos, sino enmarcamos. Y en ese marco se juega la batalla de la realidad.

Hoy lo vemos en titulares ambiguos, encuestas sesgadas, imágenes seleccionadas para provocar reacciones viscerales. Lo vemos en redes sociales que amplifican el pánico o la desconfianza según lo que convenga a su algoritmo. No siempre se miente: basta con cómo se cuenta.

El informe de los espías no fue falso; fue derrotista, cínico, desmoralizador. Frente a eso, la postura de Caleb y Yehoshua no fue ingenua ni simplista. Ellos también vieron gigantes. Pero eligieron encuadrar el escenario como un desafío superable con fe, cohesión y propósito.

Este contraste cobra especial valor en una era de posverdad y polarización. Donde muchos optan por narrativas que refuercen su miedo o ideología, incluso cuando contradicen los hechos. Caleb y Yehoshua nos enseñan que la integridad narrativa —decir la verdad sin deformarla, ni para adular ni para asustar— es un acto de liderazgo ético.

Además, resistieron la presión de una mayoría. Según el relato, toda la comunidad lloró, se rebeló, quiso volver a Egipto. Pero ellos no cedieron. No es coincidencia que el texto diga que Caleb "tenía otro espíritu" (14:24). No buscaba popularidad, sino fidelidad.

Este tipo de coraje es raro y necesario. En una cultura donde la cancelación y el linchamiento digital acechan al que disiente, la figura del que se mantiene firme en su percepción íntegra es una luz entre la niebla.

El judaísmo no demanda que todos pensemos igual, pero sí que seamos honestos con lo que vemos, y valientes para decirlo sin adornos ni distorsión. El pecado de los espías no fue el miedo, sino la manipulación del discurso para justificar su falta de confianza.

Hoy más que nunca, necesitamos Calebs. Personas que puedan ver la realidad con lucidez, sin negar los desafíos, pero sin rendirse ante ellos. Que comprendan que el lenguaje no solo describe el mundo, sino que lo moldea. Y que elegir cómo hablar es, en última instancia, elegir qué mundo construir ▪

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