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Bezot Habrajá · Bereshit

El verbo como origen de sentido

Del último verbo de Moshé al primero de Dios: la palabra modela la realidad, ordena el mundo, sostiene el alma.
El verbo como origen de sentido

Actualizado el 8/10/2025, 21:12 hs.

Las dos últimas parashiot que cierran y abren la Torá —Bezot Habrajá (Devarim 33–34) y Bereshit (Génesis 1–6)— están unidas por un hilo invisible pero poderoso: el lenguaje como fuerza generadora de realidad. Moshé, el profeta que habló "cara a cara" con Dios, no deja leyes ni decretos finales, sino palabras de bendición. Y Dios, al comenzar la creación, no moldea con manos: crea con palabras.

Según el Sifrei (comentarios legales y exegéticos del siglo I al II e.c.), Moshé bendice a las tribus antes de morir para despertar en ellas lo que ya está sembrado por Dios. La palabra no impone, revela. Rashi explica que sus bendiciones están inspiradas en las de Yaakov a sus hijos (Génesis 49), pero que Moshé las amplía, actualizándolas según la historia y la identidad de cada tribu. No son deseos poéticos, sino lecturas espirituales del alma colectiva.

Abarbanel subraya que Moshé habla como líder y como profeta, combinando visión política y penetración espiritual. Cada tribu recibe palabras que delinean su rol en el tejido de Israel. Así, la palabra bendecidora se convierte en un acto de ordenamiento del mundo social y espiritual.

La parashá siguiente, Bereshit, comienza con un silencio cósmico interrumpido por la primera expresión: "Y dijo Dios: Sea la luz". Rambán observa que Dios pudo haber creado el mundo con el pensamiento, pero eligió decirlo, para enseñarnos que el lenguaje es el puente entre la voluntad y la existencia. El verbo divino no es una metáfora: es una fuerza ontológica.

El Midrash Rabá sobre Bereshit enseña que "con diez dichos fue creado el mundo" (Avot 5:1). Cada uno contiene una estructura ética y simbólica. El Zóhar va más allá: cada palabra pronunciada por Dios durante la creación contiene luz espiritual que sostiene aún hoy la realidad.

Rav Hirsch escribe que el hecho de que Dios nombre las cosas —"llamó a la luz día"— indica que el acto de nombrar es parte de la creación. Nombrar es dar identidad, y eso solo puede hacerse desde un lenguaje que no destruye ni manipula, sino que esclarece.

La conexión entre la bendición y la creación

Hay una profunda simetría entre Bezot Habrajá y Bereshit. En ambas, la palabra no es una reacción, sino un acto inaugural. Moshé, al bendecir, no responde a una necesidad: habla porque comprende que el fin de su vida necesita ser sellado con palabras que otorguen forma y continuidad. Dios, al crear, tampoco reacciona: su palabra funda el tiempo, el espacio y el alma humana.

Ambas escenas nos muestran que la palabra verdadera no es decorativa ni funcional. Es generativa. Organiza, ilumina, conecta. Como enseña el Zóhar, "el mundo fue creado con letras" (Zóhar I, 2a), y cada una tiene una energía espiritual particular. La palabra no es un medio: es la materia misma del cosmos espiritual.

Moshé muere, pero su palabra queda

La Torá termina con la muerte de Moshé, pero sus últimas acciones son todas verbales: bendice, habla, transmite. No deja construcciones físicas ni jerarquías de poder. Deja verbo. El Talmud (Sotá 13b) dice que "la Shejiná habló por la garganta de Moshé". Su voz era conducto, no propiedad.

La Torá comienza y termina en la palabra. No en la espada, ni en el milagro, ni en el decreto. En el habla. Por eso, nuestros sabios enseñaron (Avot 1:1) que la Torá fue transmitida miPi el Pi, "de boca en boca", no de mano en mano. Porque una palabra dicha con integridad puede seguir obrando mucho después de haber sido pronunciada, para bien o para mal: el lenguaje construye o fractura, pero nunca es neutro

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