Tras la caída de Lajís, ciudad fortificada clave al suroeste de Judá, el rey Ezequías se enfrentaba a una amenaza existencial: el poderoso imperio asirio, liderado por Senaquerib, se dirigía a Jerusalén. A diferencia de otros monarcas vasallos que cedieron ante la presión asiria, Ezequías se preparó para resistir. Su obra más emblemática fue el célebre túnel de Ezequías, una impresionante galería de 533 metros excavada en roca viva que desviaba el agua del manantial de Guijón al interior de la ciudad. Esta obra hidráulica, aún visible hoy en día en la Ciudad de David, tenía un objetivo claro: resistir el asedio sin perecer de sed.

La campaña de Senaquerib quedó registrada en el famoso Prisma de Senaquerib (701 a.e.c.), hallado en Nínive. Allí se menciona explícitamente a Ezequías "el judaíta" (𒅀𒌑𒁕𒀀𒀀 Ia-ú-da-a = Yehudāya), precedido por el determinativo 𒆳 (KUR) = "país", como uno de los reyes que se rebelaron. Aunque Senaquerib presume de haber encerrado a Ezequías "como a un pájaro en una jaula", nunca menciona la conquista de Jerusalén. Es decir: Judá resistió, y su capital no cayó.
Este episodio es uno de los pocos momentos bíblicos en que el relato bíblico (2 Reyes 18–19 e Isaías 36–37), las fuentes asirias y la arqueología convergen. La inscripción del túnel de Siloé, hallada en su interior, narra cómo dos equipos de obreros se encontraron excavando desde ambos extremos. Es uno de los primeros testimonios en hebreo bíblico antiguo.
El nombre de Ezequías (חִזְקִיָּהוּ, Jizqiyahu) significa "haShem fortalece", un reflejo perfecto del espíritu con que enfrentó la amenaza asiria. Y el hecho de que el gentilicio "Judá" aparezca en acadio como Ya-ú-da-a en los anales de Senaquerib demuestra que, para entonces, el Reino de Judá era reconocido como una entidad política definida, con Jerusalén como su centro.
