Cuando pensamos en el judaísmo bíblico, solemos imaginar un estricto monoteísmo
desde sus inicios. Sin embargo, en tiempos del rey Ezequías (finales del siglo VIII
a.e.c.), la realidad era muy distinta. La religión practicada por la mayoría de los judaítas
era henoteísta: se rendía culto principal a HaShem, pero no se negaba la existencia de
otras deidades. Esto se refleja incluso en la Torá, donde el segundo de los Diez
Mandamientos advierte: "No te postrarás ante otros dioses" (Éxodo 20:5), lo cual
implica su existencia, pero prohíbe su adoración.
En este contexto religioso pluralista, Ezequías destacó como un rey reformista que
buscó imponer un culto exclusivo a HaShem, centralizado en Jerusalén. Según 2 Reyes
18 y 2 Crónicas 29–31, ordenó cerrar santuarios locales (bamot), purificar el Templo y
destruir objetos de culto considerados idolátricos, como la serpiente de bronce hecha
por Moshé.

Estas reformas no son solo literatura sagrada: la arqueología ofrece un sorprendente
respaldo. El túnel de Siloé, excavado en la roca para proteger el suministro de agua de
Jerusalén, lleva una inscripción en hebreo bíblico que documenta su construcción bajo
el reinado de Ezequías. Esta obra se vincula tanto con su política religiosa (proteger
Jerusalén, el único lugar legítimo de culto) como con su preparación ante la amenaza
asiria. De esto hablaré en un próximo artículo.
Además, se han descubierto sellos reales con la inscripción: "Perteneciente a Ezequías
hijo de Acaz, rey de Judá", que revelan una administración centralizada y activa. A esto
se suman hallazgos como el altar desmantelado de Beerseba y el cierre del templo de
Arad, que muestran una campaña real contra los cultos fuera de Jerusalén.
Las reformas de Ezequías no eliminaron de inmediato el politeísmo popular, pero fueron un paso decisivo hacia la consolidación del monoteísmo. El culto centralizado en Jerusalén no solo reforzaba la unidad religiosa, sino también la identidad nacional frente a la amenaza asiria. Lo que comenzó como una estrategia teológica-política terminaría marcando el rumbo del judaísmo para siempre.