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Kristallnacht: Cuando la violencia antisemita se disfraza de "espontánea"

Cuando un jefe de gobierno como Pedro Sánchez apoya públicamente el boicot a la Vuelta Ciclista a España por la participación de un equipo israelí; cuando repite incansablemente el término injustificado de “genocidio”, acusa a Israel de matar de hambre a niños inocentes o de exterminar a un pueblo indefenso; cuando incluso afirma que España carece de bombas nucleares o recursos para detener la ofensiva israelí, lo que se está produciendo no es un debate político, sino la peligrosa validación del antisemitismo desde el poder.

Jimena García Herrero

El 9 de noviembre de 1938, Alemania y los territorios anexionados por el Tercer Reich fueron escenario de una de las jornadas más oscuras de la Europa contemporánea: el pogromo conocido con el eufemismo de la Noche de los Cristales Rotos. Más de 1.400 sinagogas fueron incendiadas, 7.500 comercios destruidos, centenares de hogares judíos asolados, numerosos cementerios profanados, decenas de judíos asesinados mientras la policía observaba o participaba, disfrazada de civil, en la destrucción y, a la mañana siguiente, 30.000 judíos alemanes enviados a los campos de concentración de Dachau, Buchenwald y otros. Simplemente por ser judíos.

No, no fue una noche de "cristales rotos". Llamemos a las cosas por su nombre. Fue la Noche del Pogromo. Y "pogromo", en castellano, viene claramente definido en el Diccionario panhispánico de dudas como "matanza, masacre, acompañada de pillaje, realizada por una multitud enfurecida contra una colectividad, especialmente contra los judíos". Y eso, exactamente eso, ocurrió aquella noche 9 al 10 de noviembre de 1938.

Tras aquella orgía de violencia, los líderes nacionalsocialistas afirmaron que se trataba de una reacción popular espontánea, una supuesta "ira del pueblo" provocada por el asesinato del diplomático alemán Ernst vom Rath a manos de un joven judío. Pero los hechos y los documentos demostraron que fue una operación planificada y dirigida desde el Estado, utilizando la emoción colectiva como excusa para desatar el odio.

El 7 de octubre de 2023, Israel sufrió otra orgía de matanza, crueldad y barbarie. Cientos de civiles fueron asesinados, torturados y secuestrados por Hamás en un ataque planificado y celebrado públicamente por sus ejecutores. En 1938, la barbarie del pogromo desató una oleada de condenas internacionales, pero tras las palabras, nadie ayudó realmente al pueblo judío. Del mismo modo, las críticas al horror del 7 de octubre apenas duraron un día. Muy pronto, la empatía hacia las víctimas judías fue sustituida por una nueva ola de antisemitismo global, que volvió a transformar su rostro presentándose como "solidaridad humanitaria".

Hoy, casi nueve décadas después, vemos reproducirse los mismos mecanismos, aunque bajo las nuevas banderas y consignas. La violencia antisemita vuelve a presentarse como un estallido "natural", una respuesta comprensible al sufrimiento del pueblo palestino. Se nos quiere convencer de que las agresiones, los boicots o los ataques al Estado de Israel, a los ciudadanos israelíes, a las comunidades judías y a todos los que lo apoyen o defiendan son simples expresiones de empatía o justicia.

Sin embargo, cuando se justifica el odio, aunque sea con palabras nobles, el resultado siempre es el mismo. No es casualidad que, tras declaraciones políticas cargadas de sesgo, la violencia encuentre legitimidad en las calles. Cuando un jefe de gobierno como Pedro Sánchez apoya públicamente el boicot a la Vuelta Ciclista a España por la participación de un equipo israelí; cuando repite incansablemente el término injustificado de "genocidio", acusa a Israel de matar de hambre a niños inocentes o de exterminar a un pueblo indefenso; cuando incluso afirma que España carece de bombas nucleares o recursos para detener la ofensiva israelí, lo que se está produciendo no es un debate político, sino la peligrosa validación del antisemitismo desde el poder.

Como relata Martin Gilbert en su libro La noche de los cristales rotos. El preludio de la destrucción, en 1938, Ulrich von Hassell, diplomático alemán que acabaría uniéndose a la resistencia contra Hitler, escribió en su diario que "los profesores habían armado a los colegiales con garrotes para que pudieran destruir comercios judíos" y que muchos de aquellos fanáticos eran adolescentes. Hoy, en nuestras escuelas, vemos cómo se cuelgan banderas palestinas, se impulsa a los jóvenes a tomar partido en una causa política ajena a su formación y se promueven huelgas que normalizan el odio hacia Israel y los judíos.

El recuerdo del 9 de noviembre no debe ser solo un ejercicio de memoria, sino una advertencia. La violencia antisemita nunca surge de manera "espontánea", siempre necesita del silencio de unos, de la complicidad de otros y, sobre todo, de la instigación o permisividad del poder. Por eso es imprescindible escuchar las señales de advertencia, reconocer los discursos que justifican o disimulan el odio, y no olvidar que cuando el antisemitismo cuenta con el aval del gobierno o de las instituciones, la historia siempre termina del mismo modo. Esta vez, no podemos fingir que no la oímos ▪

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Jimena García Herrero es miembro de la Asociación Asturiana de Amigos de Israel y de la Coordinadora Estatal de Lucha Contra el Antisemitismo.

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autor
y no necesariamente reflejan la postura editorial de Enfoque Judío ni de sus editores.

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