El 28 de Iyar de 1967, soldados israelíes cruzaban el portal de los Leones y entraban a la Ciudad Vieja de Jerusalén. Por primera vez en casi dos milenios, el pueblo judío retomaba el control soberano sobre su capital ancestral. Los testimonios de la época —las lágrimas del Rabino Goren, el silencio reverente frente al Muro Occidental— revelan algo más que una victoria militar: revelan una reparación espiritual, histórica y existencial.
Pero esa imagen heroica no está sola. Hoy, para muchos fuera (e incluso dentro) del mundo judío, Jerusalén aparece como sinónimo de conflicto, exclusión o disputa territorial. En medios, redes y universidades, se libra una guerra narrativa donde la ciudad es reducida a símbolo geopolítico, ignorando su centralidad milenaria en la espiritualidad judía.
Basta recordar que Jerusalén es mencionada en el Tanaj (Antiguo Testamento) 669 veces y Sion (otro de sus nombres) 154 veces; mientras Sion Gadol (Gran Sión) 11.
Yom Yerushalayim, en este contexto, no es solo una efeméride moderna. Es un campo de batalla simbólico: ¿Quién tiene derecho a contar Jerusalén? ¿Qué narrativas prevalecen, y qué verdades son silenciadas?
La generación desenraizada
Actualmente, miles de jóvenes israelíes acuden a Jerusalén en este día en una demostración de su conexión con la ciudad, en un llamado "desfile de la banderas" que busca reclamar el vínculo histórico con el pueblo judío y el Estado de Israel. Pero se trata en su mayoría de jóvenes de movimientos juveniles religiosos, de la derecha, o judíos de la Diáspora que se encuentran en programas de estudio y excursiones.
La pregunta se vuelve por tanto más delicada cuando observamos a las nuevas generaciones israelíes y judías laicas. Muchos de estos jóvenes, especialmente en la diáspora de Occidente, se sienten emocionalmente desconectados de Israel, de su tradición religiosa y, por supuesto, del espíritu de Jerusalén. No porque la rechacen, sino porque no la comprenden. Su Jerusalén es la de Google Maps, la de los hashtags, o la de alguna controversia universitaria de la que prefieren mantenerse al margen.
Este fenómeno no es casual. Es parte de un proceso más amplio de pérdida de referencias estables, donde términos como "verdad", "historia" o "espiritualidad" se han vuelto sospechosos. Vivimos en la era de la posverdad, donde la autenticidad se mide por likes y no por raíces. Jerusalén, con su carga de memoria y trascendencia, se vuelve una rareza en ese paisaje.
Jerusalén como brújula
Pero quizás precisamente por eso necesitamos volver a "contar" Jerusalén, su mensaje, su significado, su trascendencia… No como mito romántico ni como consigna política, sino como brújula identitaria. Una ciudad que no es solo geografía, sino también la respuesta a muchas preguntas: ¿Quién soy?, ¿De dónde vengo?, ¿Qué es sagrado para mí?.
Los sabios del Talmud enseñaban que "Jerusalén es el corazón del mundo" (Midrash Tehilim 76). No lo decían en un sentido geopolítico, sino existencial. Jerusalén representa la posibilidad de anclar el alma en medio del caos, de recordar lo esencial cuando todo lo demás se dispersa.
Para los jóvenes de hoy, eso no es nostalgia: es necesidad. Redescubrir Jerusalén es redescubrir una historia más grande que uno mismo, que no niega la modernidad pero tampoco se somete a sus falsos dioses.
¿Y si enseñáramos Jerusalén no como un conflicto, sino como una conversación pendiente? ¿Y si cada joven tuviera la oportunidad de reconstruir su vínculo con ella, no por obligación, sino por elección? ¿Y si el relato de Yom Yerushalayim no fuera solo un recuerdo militar, sino una invitación espiritual a reconquistar la verdad? ▪