Cuando una periodista con cargo en una televisión pública como RTVE convierte su cuenta personal de X (Twitter) en una trinchera ideológica contra uno de los actores del conflicto que cubre, deja de ser reportera para transformarse en activista. Y cuando esa periodista es Almudena Ariza, corresponsal en Jerusalén, y lo que transmite es un relato sistemáticamente hostil a Israel, sin siquiera guardar las formas del equilibrio informativo, el problema deja de ser personal y pasa a ser institucional.
Lo que está en juego no es solo su criterio, sino la credibilidad de RTVE, una corporación financiada con dinero público que debería representar a toda la sociedad española —no solo a una facción política o ideológica. Ariza ha cruzado límites que un profesional del periodismo no puede permitirse. Ha roto el principio de ecuanimidad, que no es lo mismo que objetividad absoluta (que nadie exige), pero sí requiere la voluntad activa de escuchar y reflejar las distintas voces de un conflicto. Mínima empatía que se llama.
Los últimos mensajes públicos de Ariza, como aquel en el que afirma que "Israel se declaró unilateralmente independiente sin acuerdo con los palestinos", reducen la historia a una narrativa revisionista palestina que pone en duda la misma legitimidad del Estado de Israel. Esa afirmación no es solo imprecisa históricamente; revela una toma de partido que deslegitima todo su trabajo como corresponsal. En otro tuit, asegura que no se puede ser neutral ante una "masacre" y que "eso no es activismo, es ética profesional"… "Seguiré informando de los crímenes de guerra en Gaza", ha decidido ella por sí sola, sin esperar a ningún tribunal. Pero precisamente la ética profesional comienza cuando uno es consciente de que su rol no es juzgar ni editorializar, sino informar con responsabilidad y rigor, especialmente cuando se trata de zonas de guerra. En un conflicto, informar de las dos partes y dejar que su audiencia decida por sí sola.
El ex periodista y comunicador político Joan Maria Piqué ha señalado con contundencia el verdadero problema: Ariza ya no es percibida como una profesional confiable por una parte relevante de la audiencia, y su implicación emocional y militante afecta no solo su trabajo sino la imagen de todo RTVE. "El día que Israel tenga razón o haga algo bien, ¿usted qué hará?", pregunta Piqué, poniendo el dedo en la llaga: cuando un periodista pierde la capacidad de reconocer la verdad en todos los bandos, ha perdido su brújula.
Pero el problema va más allá del sesgo. Hay una desconexión sistemática de Ariza con el sufrimiento israelí, patente desde el 7 de octubre, cuando Hamas asesinó y secuestró a más de 1.200 personas, incluidos bebés como Kfir Bibas. Mientras el mundo se conmocionaba, la cobertura de Ariza evitaba el énfasis en las víctimas israelíes, mostraba escepticismo ante los testimonios y nunca profundizó en el impacto emocional y político de esa masacre en la sociedad israelí. Ese vacío es revelador.
Están, además, la falta de contraste informativo, la repetición acrítica de cifras e informes de fuentes ligadas a Hamas en Gaza, y la ausencia sistemática de reacciones oficiales de Israel en sus reportajes, que convierten su labor en un altavoz de una sola parte del conflicto. La ética periodística no exige que se dé espacio a todas las versiones "por cortesía", sino porque el periodismo de calidad exige contexto, verificación y contraste. Y si no es por profesionalismo, que sea por lo menos por aquella máxima con la mujer del César: debe serlo y, también, parecerlo.
A esto se suma un contexto institucional preocupante: desde que RTVE decidió posicionarse de facto en una campaña contra Israel durante el caso de Eurovisión, coincidiendo con declaraciones ciertamente desafortunadas del presidente Sánchez en el Congreso (como la de que Israel había invadido Gaza el 7 de octubre o que "no comerciaba con un Estado genocida"), Ariza ha intensificado su tono, su frecuencia de ataques, y su rol como portavoz de una narrativa monocorde que ya no busca explicar el conflicto, sino culpabilizar a una de las partes como agresora absoluta.
RTVE no puede permitirse seguir mirando hacia otro lado. Lo que Almudena Ariza publica en redes tiene consecuencias, porque tiene un cargo oficial, un salario público y una audiencia que no ha elegido su sesgo. La televisión pública no es una ONG ideológica ni una prolongación exterior del relato gubernamental. Es un servicio a todos los ciudadanos. Y cuando una corresponsal pierde la imparcialidad, está fallando a ese contrato implícito con la sociedad.
Por todo ello, Ariza debería tener la decencia profesional de inhibirse y pedir su traslado, y de no hacerlo, RTVE debe tomar una decisión responsable e inmediata: relevarla de su puesto en Jerusalén y abrir un debate interno serio sobre cómo preservar la independencia, la pluralidad y la credibilidad de su red de corresponsales. Ariza tiene derecho a criticar a Israel con la contundencia que considere oportuno, pero sin informar del conflicto como corresponsal de una cadena pública. No se trata de censurar ideas, sino de recuperar el principio fundamental que da sentido al periodismo público: servir a la verdad, no a una causa personal. Ni siquiera la de sus jefes en Moncloa ▪





