La caza de brujas que ha emprendido la radiotelevisión pública española —a estas alturas más "gubernamental" que "pública"— contra la participación de Israel en Eurovisión, y contra quienes votaron a su representante, Yuval Raphael, no ha sentado nada bien en la comunidad judía, por decirlo suavemente. De hecho, ha provocado que muchos rememoren algunos de los capítulos más oscuros de la Historia española y europea. Basta con echar un vistazo a las redes sociales para entender la magnitud del malestar.
"¿Lo próximo qué será, ponernos una estrella de David?", preguntaba una usuaria en X, aludiendo al símbolo con el que los nazis obligaban a identificarse a los judíos durante el Holocausto. Otros hilos no han tardado en recordar los procesos inquisitoriales de antaño.
Desde Israel, el ex primer ministro Naftali Bennet fue aún más contundente: "¿Expulsando judíos otra vez?", escribió en redes sociales. Por su parte, la exalcaldesa de Jerusalén, Fleur Hassan, acusó a medios españoles y a Televisión española de "hacer propaganda yihadista", y no dudó en señalar al presidente Pedro Sánchez por "atacar a Israel para esconderse de sus problemas en España".
El hecho de que algo tan trivial como un concurso musical genere la presión que ejerce sobre los judíos es una señal inequívoca: algo huele a podrido, y se llama antisemitismo.
Y es que ni el Gobierno actual, ni ciertos sectores de la izquierda, ni buena parte de la ciudadanía, parecen ser conscientes de que esa obsesión enfermiza con Israel tiene un impacto directo sobre los judíos que viven en España. Afecta a nivel emocional, pero también físico, hasta el punto de que muchos se ven obligados a ocultar su identidad. Esta misma semana, una trabajadora judía contaba que el lunes y martes evitó por completo cualquier conversación sobre Eurovisión en la oficina. El hecho de que algo tan trivial como un concurso musical genere esta presión es una señal inequívoca: algo huele a podrido, y se llama antisemitismo.
Para la inmensa mayoría de los judíos españoles, Israel no es un país más: es parte de su identidad. Y aunque se pueda —y deba— criticar a cualquier Estado, lo que hemos vivido estas últimas semanas con Eurovisión supera con creces los límites de la crítica legítima y encaja de lleno en los criterios de antisemitismo que recoge la definición de la IHRA. Las sospechas infundadas y las teorías conspiranoicas sobre Israel desembocan, de forma sistemática, en discursos de odio que acorralan al judío de a pie, amplificados por medios y redes sociales. Sí, también en España.
En este sentido, la actitud de RTVE ha sido tanto vergonzosa como vergonzante. Sorprende, por ejemplo, la torpeza con la que justificó su protesta, alegando que "el televoto (en Eurovisión) está afectado por los conflictos bélicos y hace que el certamen pierda su esencia cultural". ¿En serio? ¿Dónde han estado durante las últimas cinco décadas, cuando Chipre y Grecia se intercambiaban sistemáticamente los 12 puntos, o cuando ambos ignoraban por completo a Turquía? ¿O en esta misma edición, cuando los jurados profesionales otorgaron apenas 60 puntos a Israel? ¿Ellos no estaban ideologizados? No se puede querer comerse el pastel y que quede entero. Si RTVE contribuyó de manera activa a politizar el certamen —con sus comentarios, sus rótulos y sus silencios—, no puede ahora escandalizarse porque la parte señalada responda.
Influir en el resultado del voto popular en Eurovisión no es tarea titánica. Solo hace falta un poco de implicación y, como siempre, algo de generosidad… Gastarse 21 euros para vivir un momento de alivio emocional frente al antisemitismo rampante en España, no parece precisamente un lujo.
Más absurda aún fue la insinuación de que los votos a la candidata israelí podrían haber sido orquestados por algún tipo de injerencia. Para disipar dudas, bastaba con hacer un mínimo esfuerzo de observación en redes sociales. Allí se ve con claridad la movilización de círculos judíos e israelíes, perfectamente organizados. Y no, no necesitaban ninguna agencia estatal para coordinarse. Con algo tan sencillo como aplicar estadística básica, se entiende todo: si se registraron 153.633 votos por internet, SMS y llamadas, y cada persona podía otorgar hasta 20 votos desde una misma tarjeta de crédito o cuenta, estaríamos hablando de unos 7.600 votantes. Influir en el resultado no era tarea titánica. Solo hacía falta un poco de implicación y, como siempre, algo de generosidad. Incluso si cada uno hubiera emitido un solo voto, en un país de 50 millones de habitantes, la cifra sigue siendo irrisoria. Gastarse 21 euros para vivir un momento de alivio emocional frente al antisemitismo rampante que, desde el 7 de octubre de 2023, sufrimos los judíos en muchas democracias occidentales —incluida España—, no parece precisamente un lujo.
Y además, no estuvimos solos. Ni mucho menos. Basta con bucear en las redes para encontrar a numerosos españoles —en su mayoría, cabe suponer, de derechas y desencantados con Sánchez y su RTVE— que hicieron de la candidatura israelí su estandarte. "Voy a gastarme 21€ en dar todos mis televotos a Israel sin conocer la canción para que se fastidie Sánchez, que apoya a los terroristas. Corre la voz, todos votando a Israel", escribía una usuaria. Otro comentaba: "Acabo de votar en Eurovisión por Israel (y mi mujer también). Si alguien tiene dudas, para hacer lo correcto sólo hay que hacer lo contrario de lo que dice @rtve".
Está claro que, en este contexto, muchos judíos hubiéramos querido ver ganar a Israel. Y también, por supuesto, a nuestra Melody. Porque nuestra identidad multicultural no puede analizarse desde la lógica de la lealtad exclusiva —como hacen los antisemitas—, sino desde el afecto. ¡No se puede querer más a papá que a mamá! Pero en este caso concreto, y después de tanto dolor acumulado, la "bofetada" simbólica a RTVE bien valía los 21 euros. Y los hubo que gastaron bastante más▪