Hoy se cumplen dos años desde aquella mañana que partió el corazón de un país, y con él, el de un pueblo y el del mundo entero.
El 7 de octubre de 2023, terroristas de Hamas irrumpieron desde Gaza en territorio israelí y desataron el infierno sobre inocentes: más de 1.200 asesinados, 4.500 heridos, 251 secuestrados.
Dos años después, 48 personas siguen cautivas en la oscuridad de los túneles, lejos del sol, del aire, del abrazo de quienes los esperan.
Era un sábado tranquilo. Coincidía con la fiesta de Simjat Torá, la fiesta de la Alegría de la Torá.
Un día de música, de risas, de desayuno familiar, de niños jugando en pijama.
Y en un instante, todo se quebró.
Los gritos reemplazaron al canto de los pájaros, el humo al aroma del pan, el terror a la vida.
Hombres armados entraron en kibutzim, hogares, bases, y en un festival donde miles bailaban celebrando la libertad.
Entraron para destruir, para arrancar la vida de bebés, de madres, de ancianos, de jóvenes que solo querían amar y vivir.
Degollaron, quemaron, violaron. Filmaban mientras lo hacían, orgullosos de su crueldad.
Fue una orgía de odio, una noche que aún no ha terminado.
Hoy recordamos a cada una de las víctimas.
A los niños que no entendieron por qué mamá lloraba.
A las madres que se lanzaron sobre sus hijos para cubrirlos del fuego.
A los ancianos que se abrazaron en silencio esperando el final.
A los jóvenes del festival Nova, que creyeron que bailaban bajo el amanecer y encontraron la muerte.
Cada uno de ellos tenía un nombre, una voz, un perfume, una historia que se truncó con violencia.
Cada uno de ellos sigue viviendo en la memoria de quienes los amaron.
Sus risas, sus sueños, sus canciones siguen flotando, desafiando al terror.
Recordar el 7 de octubre no es un gesto político.
Es un acto de amor.
Es mirar al horror sin apartar la vista, y al mismo tiempo abrazar lo que queda de humanidad.
Porque quienes fueron asesinados no murieron solo en Israel, murieron en el corazón de todos los que creemos en la vida.
Y los que siguen cautivos, siguen respirando por todos nosotros, en la oscuridad, esperando que alguien los recuerde, que alguien no los suelte del pensamiento.
Hasta que todos vuelvan, no habrá consuelo.
El 7 de octubre no fue una batalla.
Fue una masacre, un crimen de lesa humanidad, una herida abierta en la conciencia del mundo.
Fue el rostro del mal mirándonos de frente.
Y frente a ese mal, solo nos queda una respuesta: la memoria, la compasión y la verdad.
Que no se olviden los asesinados.
Que no se abandonen los secuestrados.
Que no se justifique jamás el terror.
Recordar es resistir. Recordar es amar ▪