El 17 de Tamuz (Shivá Asar beTamuz) es uno de los días de ayuno menores del calendario hebreo, pero su significado es mayor. Según el Talmud (Ta’anit 26b), en esta fecha ocurrieron cinco tragedias que marcaron la fragilidad del vínculo espiritual del pueblo judío: la ruptura de las tablas de la Ley por Moisés (Éxodo 32:19), la suspensión del sacrificio diario (tamid) (ver Números 28:3–4), la apertura de una brecha en los muros de Jerusalén (Flavio Josefo, Guerras de los Judíos, libro VI), la quema de un rollo de Torá y la colocación de un ídolo en el Templo (según algunas versiones, por Apóstomos; Midrash Eichá Rabá).
A diferencia del 9 de Av (Tishá beAv), que recuerda la destrucción total, el 17 de Tamuz representa los primeros signos de deterioro. Es un día para detenerse antes del derrumbe, para atender las grietas internas antes de que se vuelvan ruinas.
Cada ayuno, una señal distinta
En el calendario judío existen varios ayunos, cada uno con una función espiritual específica. Yom Kipur se centra en la expiación y la pureza del alma; el 10 de Tevet recuerda el cerco inicial de Jerusalén; el 3 de Tishrei rememora el asesinato político de Guedaliá (2 Reyes 25:25); Tishá beAv es el duelo por la pérdida absoluta. El 17 de Tamuz, en cambio, apunta al momento en que se suspende la constancia.
Uno de los significados de tamid en hebreo es "continuo", pero su campo semántico es más amplio. También puede referirse a lo permanente, lo regular, lo estable, incluso a la fidelidad y la integridad mantenida.
El korban tamid, el sacrificio ofrecido dos veces al día (Éxodo 29:38–42), simbolizaba el compromiso constante con lo trascendente. Cuando ese acto cesó, el pueblo perdió no solo un ritual, sino un anclaje moral. El Sefer HaChinuj (mitzvá 401) señala que la constancia es una de las claves para sostener la vida ética: sin repetición disciplinada, incluso los principios más nobles se desvanecen.
Según el Rambám (Maimónides), en Hiljot Ta’anit 5:1–2, los ayunos no son ejercicios de sufrimiento físico, sino oportunidades de introspección. Hoy, más que nunca, esa pausa es esencial. En un entorno saturado de estímulos, procesos automatizados y polarización, frenar se convierte en un acto de resistencia ética.
¿Qué nos enseña el 17 de Tamuz?
Que no la persona o la sociedad no se cae de un día para el otro. Primero dejamos de estar presentes, se debilita la constancia, cedemos pequeñas convicciones. Luego naturalizamos lo anómalo. Y finalmente, llega el colapso.
El ayuno del 17 de Tamuz es una alarma anticipada. Nos recuerda que aún hay tiempo para restaurar el eje, para poner límites, para reconstruir desde adentro.
En definitiva, ayunar no es escapar del mundo, sino frenar a tiempo para no perderlo. Es un acto de memoria y de responsabilidad. Una pausa que reordena. Una llamada a volver al centro ▪