30 diciembre 2025
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Editorial

"Hamás Primero"

La cumbre del Grupo Madrid+ fue como uno de esos fuegos artificiales sin sonido: mucho brillo, pero ningún ruido. La ambición de Sánchez y Albares expone una sonora falta de comprensión del momento que vive la región. Si bien la idea de dos Estados debe seguir vigente, en plena guerra la prioridad diplomática debe ser un alto el fuego que resuelva la situación humanitaria, garantice la liberación de los rehenes israelíes y erradique a Hamás.

Allá por 1994, cuando israelíes y palestinos daban sus primeros pasos en el llamado Proceso de Oslo, el primer acuerdo al que llegaron, tras el reconocimiento mutuo, fue el conocido como "Gaza y Jericó primero". Aquel fue el segundo peldaño en el intento de poner fin a una enemistad de décadas, marcada por un brutal terrorismo palestino y una Primera Intifada que, comparada con las guerras posteriores, parece hoy casi un juego de niños. Entonces no había aún terroristas suicidas, ni túneles, ni cohetes. Todo eso vendría después. Tampoco la cifra de israelíes en Cisjordania llegaba a los niveles de hoy. Eran apenas 115.000, a priori manejables mediante un canje de tierras. Es más, muchos de ellos se habían mudado a esa zona por razones económicas y no ideológicas.

El principio de escalonamiento se inspiraba en una técnica de negociación conocida como slicing fine (cortar por partes), que consiste en abordar los problemas más difíciles de un conflicto uno a uno, de forma que, para cuando los opositores se dan cuenta, la mitad del "salami" ya está consumido. Es decir, pequeños pasos para superar la hostilidad histórica y la desconfianza mutua sin que los pueblos percibieran el gran sacrificio requerido. Pero el proceso gradual no tuvo éxito. Los atentados de Hamás y la Yihad Islámica -los mismos grupos que encabezaron la masacre del 7 de octubre- se encargaron de torpedearlo mediante sucesivos ataques, muchos suicidas, en espacios públicos israelíes. La derecha israelí, encabezada también entonces por Netanyahu, tampoco puso las cosas fáciles, por decirlo suave. Rabin pagó con su vida la permanente instigación contra él.



Tampoco tuvieron éxito los intentos de acuerdo global de Camp David y Taba (2000-2001), en los que Israel presentó ofertas muy avanzadas. Ni las negociaciones Abbas-Olmert en 2008. Los palestinos rechazaron todas las ofertas de Israel, una tras otra.

Con este contexto y tras la tragedia del 7 de octubre de 2023, que dejó una estela de horror a ambos lados de la frontera, sorprende la insistencia del Gobierno de Pedro Sánchez —y en particular de su ministro de Exteriores, José Manuel Albares— en su llamamiento a la comunidad internacional de declarar de forma inmediata un Estado palestino virtual, como si eso fuera a detener la guerra, revertir el pasado, o siquiera ofrecer un futuro. Mientras Hamás siga afincado en la sociedad palestina con la connivencia de Occidente, la solución de dos Estados es inviable. Imponer soluciones desde fuera pareciera que también.

Resulta desconcertante que un diplomático ya experimentado como Albares parezca ignorar los procesos negociadores previos en Oriente Medio: sus virtudes, sus errores, sus límites. Si los hubiera estudiado con detenimiento, sabría que este conflicto no está ni de lejos "maduro" para una resolución definitiva, y menos aún bajo fórmulas caducas como las resoluciones 242 y 338. Lo que se requiere en este momento es "pensar fuera de la caja". Trump, al menos, intentó hacerlo con su ciertamente extraño plan para Gaza. ¡Cuánta falta de comprensión también en él!

Hoy el conflicto hierve. No hay visos de alto el fuego ni partners  para soluciones permanentes. Israel, bajo un gobierno maniatado por la extrema derecha de Itamar Ben Gvir y un primer ministro herido por casos judiciales, está convencido de que aún puede ganar esta guerra. Hamás, de que ya la ha ganado. El precio en vidas humanas —sea cual sea la cifra— no parece aún suficiente como para desactivar la bomba de relojería que late en la región. No en Oriente Medio.



Para colmo, Albares, como sus predecesores, sigue apostando al caballo perdedor: la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Ha puesto todas sus cartas en una ANP moribunda, corroída por la corrupción, sin elecciones en décadas y completamente desconectada de su propia población, entregada a Hamás tanto en Gaza como en Cisjordania. Su presidente, Mahmud Abbas, tiene la friolera de 90 años. ¡Noventa!

Puede que, para satisfacer necesidades políticas internas del PSOE, la cumbre del Grupo Madrid+ fuera un éxito, o, como sugieren algunos medios, un intento de desviar la atención de los problemas de su jefe (Israel siempre es presa fácil en un país donde gran parte de los medios -al menos en el caso israelí- siempre se suman al coro del gobierno de turno). Pero desde el punto de vista diplomático, la cumbre fue como uno de esos fuegos artificiales sin sonido: mucho brillo, pero ningún ruido. Alemania se lo aclaró apenas un día después.

Si Albares estuviera haciendo diplomacia —y no política—, sabría que cuando los cañones aún truenan, lo urgente es detener la guerra. Sin promesas a priori irrealizables, sin grandes declaraciones. Y conociendo las legítimas condiciones que exige Israel -liberar a sus rehenes y extirpar el cáncer de Hamás-, Albares quizá tenga las herramientas correctas para realmente atribuirse algún logro internacional. Más que nada por su creciente popularidad en ciertos círculos yihadistas de Gaza, Líbano, Yemen o Irán. Sí, los de los comunicados de felicitación.

Como lección del viejo "Gaza y Jericó primero", Albares haría bien en no ser tan ambicioso. El único principio viable hoy, en bien de la paz, es "Hamás primero". Es decir: ¡Hamás fuera!

Solo así, algún día, israelíes y palestinos podrán volver a soñar con la ansiada solución de dos Estados ▪

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