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Tiempo ganado, tiempo prestado

El conflicto y la amenaza de Irán sobre Israel no ha terminado con el alto el fuego de Trump. Israel sólo ha ganado tiempo, al igual que Netanyahu al frente del Gobierno. Tras el 7-O, el espíritu democrático le exige apartarse o pedir de nuevo la confianza del electorado.

Tras doce días de enfrentamientos directos entre Irán e Israel, el alto el fuego declarado por ambas partes marca el fin –provisional– de una fase de guerra abierta. Pero no marca el inicio de la paz. Si algo caracteriza el momento actual, es la incertidumbre: Oriente Medio entra en una nueva etapa cargada de incógnitas y amenazas latentes, pero también de oportunidades frágiles. Israel ha ganado tiempo; ahora, resta ver si sabrá y podrá administrarlo.

Militarmente, Israel ha logrado un objetivo estratégico claro: frenar el avance del programa nuclear iraní, contener el desarrollo de su programa de misiles balísticos y golpear con dureza el llamado "Eje del mal", que Teherán patrocina a través de grupos como Hamás en Gaza, Hezbolá en el Líbano, los hutíes en Yemen y diversas milicias chiíes en Siria e Irak. La red de proxies iraníes ha quedado debilitada y, por momentos, desorganizada. Pero nadie debería llamarse a engaño: no ha sido completamente destruida.

La gran pregunta es qué hará Irán ahora. ¿Optará por seguir profundizando su proyecto desestabilizador en la región, con nuevas inversiones en armamento y guerra por intermediarios, o, por el contrario, extraerá alguna lección de los golpes sufridos y abrirá la puerta a una redefinición de su papel regional? Si el régimen de los ayatolás escoge el primer camino, la próxima guerra (abierta o encubierta) será solo cuestión de tiempo. Pero si opta por recalibrar, reconociendo los límites de su capacidad, quizás podamos asomarnos –por primera vez en años– a una transformación genuinamente positiva en Oriente Medio. En esta encrucijada, también se producirán injerencias externas que vienen definidas por intereses geoestratégicos.

No olvidemos que la masacre del 7 de octubre se inició poco después de que se anunciara un posible acuerdo entre Israel y Arabia Saudí, un pacto que Irán veía y ve con recelo, y que le llevó a la activación de sus proxies para torpedearlo. Irán nunca imaginó la firmeza de los israelíes por sobrevivir, ni su habilidad histórica para salir de situaciones difíciles. La Inteligencia israelí, la misma que había fallado de forma estrepitosa antes del 7-O, supo renacer de sus cenizas y ofrecer tanto en Líbano (frente a Hezbolá) como en Irán una sinfonía colosal que ha dejado boquiabiertos a sus colegas occidentales. Un trabajo de décadas que, quién sabe, quizás nos explique algún día que la mayoría de los recursos y ojos estaban puestos, antes del 7-O, en esos países, y no en Gaza.

Analogías recurrentes

Una sinfonía que no puede menos que evocar la de otra guerra preventiva, la de 1967, en la que Israel, apenas 19 años después de nacer, se convirtió en potencia regional y en la que estableció la "supremacía aérea" como doctrina militar. En la guerra con Irán, a unos 1.500 km de distancia, hemos visto la proyección más moderna y contemporánea de esta doctrina. Entonces, el rechazo de un humillado mundo árabe, trasladado meses después a los "Tres Noes" de la Declaración de Jartum de la Liga Árabe, sembró la dinámica regional durante dos décadas, con la única excepción de Egipto. Irán pasa en este momento por ese síndrome de la derrota y de él, y sólo de él, dependerá la evolución regional. Irónicamente, Donald Trump ha bautizado este conflicto como la "Guerra de los 12 días", una más que curiosa analogía con la de los "Seis días".

Pero la del ’67 fue una guerra que introdujo a los israelíes en un halo de victoria y supremacía militar que los dejó hechizados y sumidos en una sensación de superioridad que pagarían caro en 1973, la del Yom Kipur. Otra guerra que tiene su propia y casi aterradora analogía con la del 7 de octubre. Después de su guerra con Irán, que también se ha cobrado un alto precio en la ciudadanía israelí (29 muertos, más de 1.400 heridos y más de 10.000 desplazados) y su economía (más de 10.000 millones de euros en 12 días, la más cara de Israel en su historia), el Gobierno israelí debe mostrar, por tanto, una doble cautela, y aprovechar el impulso ganado para resolver dos prioridades inmediatas.

Primero, el regreso de los rehenes aún en manos de Hamás: 50 personas, de las cuales 23 estarían vivas. La obligación moral y política de traerlos de vuelta debe estar en el centro de toda estrategia política y diplomática. Segundo, resolver una salida a la situación en Gaza y terminar la guerra. Israel debe convencer a la comunidad internacional de que Gaza no puede volver a manos de Hamás, pero su presencia allí, en medio de la población palestina, debe ser mínima. El ideario de un islamismo palestino sanguinario como el de Hamás posiblemente perdure durante años, quizá décadas; pero sus líderes responsables del 7 de octubre, no deben quedarse. No dentro de Gaza.

Cautela interna

Cautela también merece la dinámica interna social y política en Israel. El país se enfrenta a otro cruce de caminos. Más allá del excepcional trabajo de la Inteligencia y de los pilotos, Netanyahu también emerge merecidamente fortalecido por la guerra con Irán, pero el trauma nacional que comenzó el 7 de octubre no puede cerrarse sin rendición de cuentas. Es imprescindible la creación de una comisión pública independiente que investigue qué falló ese día y por qué. Solo una crítica honesta y sincera, sin rencores políticos, permitirá reparar la fractura entre gobernantes y gobernados, y lo más temible aún: entre gobernados de un bando, y gobernados del otro. La nueva condición de Netanyahu como "cónsul victorioso" debería ahora agilizar ese proceso.

El Gobierno, además, debe abrir la puerta a elecciones anticipadas. Israel no puede seguir paralizado por disputas internas como la ley de alistamiento obligatorio para los ultraortodoxos o las controvertidas reformas judiciales. Es hora de desescalar también la situación interna, y permitir que la sociedad israelí respire, se reconstruya y recupere su rumbo democrático.

Investigado desde hace años por la justicia y procesado, Netanyahu ha restaurado su imagen como un líder firme frente a las grandes amenazas regionales. Ha cumplido su promesa de poner fin al programa nuclear de Irán, epicentro de su política exterior y de seguridad desde que volvió al poder en 2009. Pero el verdadero liderazgo exige algo más: exige la capacidad de retirarse cuando el interés del país lo demande. Quizás, con su dignidad restaurada tras la mascare del 7 de octubre, haya llegado el momento de echarse a un lado y seguir los pasos de Golda Meir en 1974. Como Israel en su alto el fuego con Irán, Netanyahu ha ganado tiempo, pero también en su caso es un tiempo prestado

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