El fichaje de Manor Solomon por el Villarreal debería haber sido analizado únicamente desde el prisma deportivo. Hablamos de un extremo de 26 años, internacional con Israel, con paso por clubes de la Premier League, que llega cedido desde el Tottenham. Sin embargo, la operación no ha sido recibida con el entusiasmo normal de una incorporación de este nivel, sino con una oleada de insultos, ataques y llamadas al boicot que nada tienen que ver con el fútbol.
Porque lo que se le reprocha a Solomon, desde hoy número 6 del Villarreal, no es su rendimiento en el campo, sino su nacionalidad y su condición de israelí. Desde el mismo momento en que se hizo oficial su llegada, parte de la afición groguet y grupos pro-palestinos se movilizaron con mensajes en redes sociales que iban desde "¿Cuántas personas ha matado?" hasta comparaciones delirantes con Himmler. Un linchamiento digital en toda regla, amplificado por medios españoles que llegaron incluso a afirmar que Solomon "ha defendido la ocupación de Gaza", acusación sobre la que no han presentado prueba alguna. Bastante lo contrario. Solomon sólo expresó solidaridad con su país, sus amigos, su familia.
No es la primera vez que sucede. A Shon Weissman, exjugador del Granada, también se le cerraron puertas en España y Alemania tras una campaña organizada en redes, más vinculada a su pasaporte que a su nivel futbolístico. En su caso particular, también se interpusieron algunos mensajes algo beligerantes (algunos borrados, otros no) que no debieron haber saltado a las redes.
Pero ello no quita que a los jugadores israelíes se les exija lo que a ningún otro: no solo rendir en el campo, sino renegar de su país.
La paradoja resulta grotesca: cuando Solomon expresó su dolor tras el 7 de octubre, compartiendo la imagen de una camiseta ensangrentada con el nombre de Israel y recordando la masacre de más de 1.200 civiles a manos de Hamás, se le reprochó por apoyar a un genocidio. ¿Qué se esperaba? ¿Que apoyara a Hamás? ¿Que negara la realidad de que su país fue víctima del peor atentado de su historia reciente? ¿Un atentado que nos tocó en el alma y en el corazón a todos los judíos del mundo, no sólo a los israelíes? ¿Acaso se pidió a algún deportista estadounidense que renegara de su país tras el 11-S? Al contrario, el lazo negro del luto era generalizado.
En este clima, sorprende la vara de medir. Mientras a Thomas Partey se le abren las puertas pese a estar pendiente de juicio por cinco cargos de violación, la controversia que rodea a Solomon se debe exclusivamente a que es israelí y se atreve a decir que "Israel tiene derecho a defenderse". La diferencia no puede ser más reveladora: la sospecha permanente, el escrutinio político, la estigmatización pública recaen únicamente en el jugador judío. ¡No es anti-israelismo, es antisemitismo!
Muchos medios españoles, está claro que no todos, tampoco han sido ajenos a esta dinámica. Al contrario, algunos han amplificado los bulos, colocando titulares que mezclan contexto geopolítico con fichajes de mercado, y presentando como prueba de cargo el simple hecho de que Solomon sea un ciudadano comprometido con su país. Lo que en cualquier otra nacionalidad se entendería como normal —el vínculo con la selección, la solidaridad en tiempos de guerra—, en el caso israelí se convierte en pretexto para el odio. Lo hemos visto en el cine, en el arte, en la ciencia… también en el deporte. La Vuelta ciclista a España es otro ejemplo. Y ni que hablar de ese medio deportivo que describía a Weissman como "el jugador hebreo" al informar de la rescisión de contrato en el Granada. A Zidane no lo calificaban el "técnico musulmán". Ni a Lamine Yamal. ¿Por que sí con Weissman?
Las manifestaciones durante La Vuelta contra el equipo Israel Premier Tech, de capital privado y con una abrumadora mayoría de corredores extranjeros, han dejado patente que la sociedad española está dispuesta a volver a tolerar el antisemitismo… si es que alguna vez se fue realmente. La mera presencia de la palabra Israel en su nombre les indigna hasta el punto de dejarse llevar por una minoría satánica de izquierdas al servicio del islamismo más radical. La ceguera se impone a narraciones falseadas desde Gaza, Catar y otras capitales con regímenes oscurantistas que no dudarían en llevar a más de un manifestante a la horca por hacer lo mismo en su país.
En ese sentido, el deporte español, que tantas veces se ha presentado como espacio de convivencia, vuelve a mostrar sus grietas más oscuras. El antisemitismo se cuela en las gradas, en las redes y en las redacciones. Y no, no se trata de "criticar al gobierno de Netanyahu": se trata de atacar a un deportista por ser judío, por ser israelí, por no arrodillarse ante quienes le exigen renunciar a su identidad.
Y de la misma forma que los corredores del Israel-Premier Tech deben soportar a los manifestantes durante el recorrido de cada etapa -"abandonar supondría un peligroso precedente para el deporte", dijo su CEO Ido Shavit-, Solomon tendrá que jugar en La Cerámica, como antes lo hizo Weissman en Los Cármenes, bajo cánticos que ningún otro profesional de su liga padece. Pero el verdadero examen no es para él, sino para quienes jalean o justifican este linchamiento. El deporte español tiene que decidir si quiere ser un espacio de convivencia o un altavoz para el odio ▪