En estos días de guerra entre Israel y el régimen de los Ayatolas en Irán, vuelve a mi memoria el bíblico relato del Exilio babilónico hace 26 siglos, y la visión que las fuentes judías nos dejaron del rey persa Ciro.
Leemos en el capítulo 52 de Jeremías:
"Y ocurrió en el noveno año de su reinado, en el mes décimo, el día diez del mes, que vino Nabucodonosor rey de Babilonia, él y todo su ejército contra Jerusalén, y acamparon contra ella, y construyeron torres alrededor, de modo que la ciudad fue sitiada en el año onceavo del rey Sedecías (…) Y Nabuzaradán, capitán de la guardia, se llevó en cautividad a algunos de los pobres del pueblo al resto de los que quedaron en la ciudad (…). Esta es la gente que se llevó Nabuzaradán en cautiverio: En el año séptimo, tres mil veintitrés judíos; en el año decimoctavo de Nabucodonosor, de Jerusalén, ochocientas treinta y dos personas; en el año vigesimotercero de Nabucodonosor, Nabuzaradán, capitán de la guardia, llevó cautivos de los judíos a setecientas cuarenta y cinco personas, cuatro mil seiscientas personas en total".
Contexto histórico:
Tras la caída de Jerusalén en 586 a.e.c., miles de "judaítas" (del reino original de Judá o Judea) fueron deportados a Babilonia.
Allí no quedaron confinados en campos ni convertidos en esclavos, como a menudo se cree. Las fuentes arqueológicas, especialmente los documentos cuneiformes hallados en lugares como Al-Yahud ("la ciudad de Judá" o de los judíos), muestran una comunidad activa, integrada en la economía babilónica, pero fiel a su identidad.
En tablillas administrativas y legales escritas en acadio se registran préstamos, contratos, disputas agrícolas y herencias entre exiliados judaitas. Aparecen nombres hebreos como Tov-Shalem ben Ajikar, Azar-Yama ben Yehukol y Aji-Lomer ben Balsu, que reflejan continuidad cultural.
Este es el documento más antiguo que atestigua el exilio judío en Babilonia. Fue escrito quince años después de la destrucción del Primer Templo, en Al-Yahud, el 20 de Nisán del año 33 del reinado de Nabucodonosor (572 a. e. c.). El texto refleja una disputa sobre el pago de cebada entre miembros de la comunidad judía. Líneas de la 11-18: Testigos: Tov-Shalem, hijo de Ajikar, Ezer-Yama (Azarías), hijo de Yejukol, Ají-Lomer hijo de Balsu. Autor: Nabonido hijo de Nabu-zar-Iqisha. En Al Yahudiya, el 20 de Nisán del año 33 de Nabucodonosor rey de Babilonia

Los exiliados cultivaban cebada, criaban ganado, comerciaban y, en algunos casos, prosperaban. Incluso algunos adoptaron elementos del entorno babilónico, como el uso de nombres dobles hebreo-acadios, la grafía aramea o los nombres de los meses que hoy continuamos utilizando.
A nivel comunitario, se reorganizaron como clanes familiares. Aunque el Templo había sido destruido, desarrollaron formas de culto doméstico y colectivo que sentarían las bases de la sinagoga y de la vida religiosa descentralizada. Es probable que aquí comenzara también la recopilación y redacción de textos bíblicos como respuesta a la pérdida nacional. No podemos olvidar el Salmo 137: Junto a los ríos de Babilonia, ahí nos sentábamos y llorábamos recordando a Sión. Ahí nuestros captores nos exigieron que cantásemos y que con nuestras liras tocásemos. Música alegre: ¡Cantadnos una de las canciones de Sión! ¿Cómo podremos cantar la canción de Dios en tierra extranjera? Si te olvidare, oh Jerusalén, olvide mi diestra su habilidad. Adhiérase mi lengua a mi paladar si no te recordare, si no elevare a Jerusalén por encima de mi mayor alegría"
A diferencia de otras diásporas antiguas, los judaítas no se asimilaron. Mantuvieron su lengua, sus leyes y su memoria colectiva. El exilio en Babilonia no fue solo una tragedia, sino también un momento de reinvención. Desde las orillas del Éufrates, los descendientes de Judá supieron conservar su identidad y preparar el camino para el regreso, décadas después, bajo Ciro el Grande.
El regreso
En 538 a.e.c., Ciro el Grande, rey de Persia, permitió a los pueblos exiliados por Babilonia regresar a sus tierras y reconstruir sus templos. Entre ellos, el pueblo judío recibió una proclamación histórica que marcó el inicio del retorno a Jerusalén: Así dice Ciro, rey de Persia: el Eterno, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construirle un templo en Jerusalén" (Esdras 1:2).
Este decreto no solo tuvo implicaciones políticas, sino un profundo impacto espiritual. Por primera vez desde el exilio de Judá, se abría la posibilidad de restaurar el culto en Sión. Ciro fue visto por los profetas como un instrumento divino: Isaías incluso lo llama "el ungido" (meshíaj), destacando su papel como libertador.
Este otro documento fue escrito 110 años después de la destrucción de Jerusalén y más de 60 desde el edicto de Ciro, es decir, el 25 de Av del 477 a.e.c., noveno año de Jerjes. La importancia del documento radica en que extiende el rastro epigráfico del exilio hasta casi medio siglo después del famoso edicto de Ciro, mostrando que algunos judíos optaron por quedarse en la diáspora, incluso cuando el retorno a Sión ya era posible.

En la memoria judía, el decreto de Ciro representa el fin de la esclavitud babilónica y el inicio de una redención colectiva. Sentó las bases del judaísmo del Segundo Templo y convirtió el retorno a la tierra ancestral en un modelo perdurable de esperanza, restauración y fidelidad a la promesa divina.
2.563 años después del Edicto de Ciro, creo que va siendo hora de devolverles a los persas el favor… y liberarles de una tiranía que ya dura demasiado ▪