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Piedras que lloran: huellas arqueológicas de los Templos destruidos

Aunque los templos cayeron en 586 a.e.c. y 70 d.E., sus ruinas —la Casa Quemada y los bloques del Kotel— siguen contando la esperanza de un pueblo.
Piedras que lloran: huellas arqueológicas de los Templos destruidos
Bloques caídos del muro sur del Kotel tras la revuelta romana, hoy reposando a ras de suelo como cicatriz viva de la historia.

Actualizado el 5/8/2025, 10:42 hs.

David Yabo

Los templos de Jerusalén ya no están en pie, pero sus ruinas aún nos hablan. La destrucción del Primer Templo por los babilonios en el año 586 a. e. c. y la del Segundo por los romanos en el año 70 de nuestra era no solo arrasaron estructuras de piedra: rompieron el corazón de un pueblo. Y sin embargo, entre el polvo y la ceniza, la arqueología ha rescatado fragmentos que siguen latiendo.

Kotel piedras
En la zona sur del Kotel, hoy habilitada para el rezo masortí, descansan bloques caídos por la violencia romana. Piedras enormes, arrancadas con furia y abandonadas por siglos, que hoy pueden tocarse como quien toca una herida abierta.

En el Barrio Judío de la Ciudad Vieja se encuentra uno de esos testimonios conmovedores: la llamada Casa Quemada, descubierta bajo las ruinas de una antigua vivienda del periodo del Segundo Templo. Las paredes ennegrecidas, los restos calcinados de muebles, huesos humanos y una aguja de hueso aún sobre el suelo atestiguan el momento exacto en que el fuego romano consumió la ciudad. Entre los hallazgos, un sello con el nombre Bar Katros, familia sacerdotal mencionada en el Talmud. No son ruinas: son una fotografía congelada del desastre.

El único vestigio visible del Templo hoy es el Kotel, el Muro Occidental o de los Lamentos. No formaba parte del edificio en sí, sino del muro de contención que sostenía la enorme explanada sobre la que se erguía el Santuario. Y sin embargo, ese muro, que no era santo, se volvió sagrado porque ha sido testigo de todas nuestras lágrimas.

En la zona sur del Kotel, hoy habilitada para el rezo de la corriente masortí, descansan bloques caídos por la violencia romana. Piedras enormes, arrancadas con furia y abandonadas por siglos, que hoy pueden tocarse como quien toca una herida abierta.

Y fuera de Jerusalén, en Roma, el Arco de Tito exhibe la humillación en piedra: soldados desfilando con la Menorá y los utensilios sagrados. El botín del Templo sirvió para financiar el Coliseo romano, convertido así en monumento a la opresión y al olvido.

Pero el pueblo que lloró sobre esas piedras no se ha ido. Y los arqueólogos que excavan sus ruinas no solo desentierran el pasado: están reconstruyendo una memoria.

Porque aunque los enemigos destruyeron los Templos, no pudieron destruir la esperanza. Y mientras queden piedras que lloren, habrá un pueblo que escuche

Piedras del Kotel
Enormes piedras arrancadas del muro sur del Kotel, hoy amontonados como testigos mudos de un pasado violento.

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