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Cuando colapsan los muros de contención del antisemitismo

El Informe 2024 del Observatorio contra el Antisemitismo no debe ser visto únicamente como una denuncia: Es más bien una llamada de emergencia.

El dato más impactante es numérico, 193 casos documentados, pero esta cifra es apenas la superficie visible de un problema mucho más profundo: la normalización del antisemitismo en el discurso público, político y mediático.

Durante años, tras cuantiosos esfuerzos educativos y jurídicos, los judíos españoles —y quienes se preocupan por la salud democrática de nuestra sociedad— confiamos en que se habrían levantado ciertos muros de contención frente al antisemitismo, un problema endémico en la sociedad española hasta bien entrado el siglo XX. Se asumía que el Estado, los medios de comunicación y el sistema educativo, incluidas las universidades, actuarían como freno ante cualquier brote de intolerancia. El Informe sobre Antisemitismo en España 2024, publicado por el Observatorio contra el Antisemitismo, constituido por la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE) y el Movimiento contra la Intolerancia (MCI), demuestra que esos muros han colapsado estrepitosamente.

El dato más impactante es numérico, pero no solo: 193 incidentes antisemitas documentados en 2024. Se trata del mayor registro histórico en España desde que existen estos informes, con un aumento del 321 % respecto a 2023 y del 567 % respecto a 2022. Esta cifra es apenas la superficie visible de un problema mucho más profundo: la normalización del antisemitismo en el discurso público, político y mediático.

Permisividad desde el Estado

Uno de los aspectos más alarmantes del informe es el papel del propio Gobierno. Ministros y cargos públicos han reproducido o legitimado expresiones directamente sacadas del manual del odio clásico. La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, grabó un vídeo institucional desde su despacho ministerial pidiendo romper relaciones con Israel, acusando al país de genocidio y cerrando con el lema "Palestina será libre desde el río hasta el mar", expresión considerada antisemita por EE.UU., Reino Unido, Alemania y otras democracias liberales.

No fue un hecho aislado. La ministra Sira Rego, de Juventud e Infancia, calificó de "limpieza étnica" las acciones israelíes, mientras otros líderes de Unidas Podemos comparaban abiertamente a Israel con el nazismo. Incluso el Congreso de los Diputados albergó una conferencia con activistas que justificaron la masacre del 7 de octubre como "resistencia legítima".

El antisemitismo ha dejado de ser marginal y ha penetrado en las instituciones. Peor aún: lo ha hecho bajo la bandera del antifascismo y los derechos humanos, desfigurando ambos valores.

Los medios: el altavoz de la intolerancia antisemita

El informe también documenta más de 40 ejemplos de antisemitismo en medios de comunicación (y se queda ampliamente corto). Desde viñetas donde la Estrella de David es retratada con colmillos o igualada con la cruz gamada, hasta artículos de opinión que repiten los estereotipos clásicos del "poder judío" y el "lobby planetario". El informe se salta a los tertulianos más ignorantes y devotos del "digo lo que sea contra Israel porque gano seguidores y contratos".

En los medios no faltan las comparaciones entre el Holocausto y las acciones del Estado de Israel —una forma moderna de banalización del exterminio— ni las referencias sarcásticas al "comodín del Holocausto" en espacios humorísticos de televisión pública. Este tipo de contenido no solo blanquea el antisemitismo, sino que le da un barniz de sofisticación que lo hace aún más peligroso. Metafóricamente hablando, el humor bueno nunca ha consistido en seleccionar, insultar y humillar a un miembro o dos de la audiencia. Esos "humoristas" suelen ser efímeros.   

Las universidades: fábricas de hostilidad

Otro elemento crucial del Informe 2024 es que lo que hasta hace poco era una preocupación creciente, y que en 2024 ha pasado a convertirse en una realidad alarmante: el antisemitismo se ha instalado en el mundo académico. El informe documenta decenas de ejemplos de acoso a estudiantes judíos, universidades que suspenden relaciones con instituciones israelíes, pintadas antisemitas y charlas organizadas por grupos vinculados al terrorismo. El discurso único en las universidades es aterrador, y supone una alerta temprana del tipo de profesionales que saldrán al mercado laboral español en apenas tres o cuatro años.   

Un caso simbólico: una estudiante de la Universidad Autónoma de Madrid fue escupida por llevar un pin con el símbolo de los rehenes israelíes del 7 de octubre. Pero las denuncias y quejas son incontables. En la Universidad de Granada se han vetado vínculos con universidades israelíes, y en la de Barcelona se han quemado banderas de Israel en el campus. La educación pública no se está utilizando para educar contra el odio, sino como plataforma para propagarlo.

¿Un antisemitismo "minoritario"?

Frente a este panorama, el Instituto Elcano tuvo el mal tino —o la desfachatez— de publicar la semana pasada un informe según el cual el antisemitismo en España es un "fenómeno minoritario" o incluso marginal. Uno se pregunta si los autores de ese estudio han leído el informe del Observatorio, si han hablado con los alumnos agredidos, si han visto las viñetas, las pintadas o los discursos de los ministros.

La minimización del problema no solo es un error metodológico, sino una irresponsabilidad ética. Mientras las comunidades judías reportan cifras récord de ataques y un clima de creciente miedo, el think tank más influyente de España se permite relativizar el problema. ¿A quién sirve esta negación? ¿A la verdad, o a una incomodidad política? Desde luego sirve para demoler lo poco que queda de los muros de contención contra el antisemitismo en España.

Antisionismo vs antisemitismo

Gran parte de los que incurren en este antisemitismo, incluidos miembros del Gobierno, apelan a su derecho a la crítica de Israel –que no el Gobierno israelí- por lo que ocurre en Gaza. Lo que gran parte de la sociedad española aún no entiende —y lo que el informe evidencia sin ambages— es que el antisemitismo se ha entrelazado con el antisionismo hasta convertirse, en la mayoría de los casos, en una sola y misma cosa. La crítica al Gobierno israelí es legítima —como a cualquier otro gobierno—, pero la demonización sistemática de Israel como "Estado genocida" no solo es falsa, sino que transmite una imagen colectiva del pueblo judío como enemigo moral, dentro y fuera de Oriente Medio. Esa generalización se traduce eventualmente, por ejemplo, en la expulsión de turistas israelíes de un restaurante en Vigo, como si llevar un pasaporte israelí implicara algún tipo de culpa individual o colectiva, o en un cartel como el de un bar en Málaga que afirma que una de las "verdades de este siglo" es que Israel es "un estado genocida".  ¡Cómo para tomarse un cerveza en ese bar siendo judío! Los españoles tampoco entienden aún que hay una relación directa entre demonizar a Israel y los fenómenos antisemitas que luego sufren los judíos.  

España ha firmado la definición de antisemitismo de la IHRA, que ofrece una guía clara en este sentido: se puede criticar la política israelí sin incurrir en antisemitismo, pero también se debe reconocer cuándo se cruza la línea del odio disfrazado de justicia. Nos guste o no, el Gobierno de Pedro Sánchez tiene plena autoridad política para suspender relaciones con cualquier país. Que le convenga, o no, a España es otra cosa. Pero lo que no tiene es el derecho a amparar o difundir discursos que alimentan el antisemitismo, porque ese es un límite moral que una democracia no puede permitirse traspasar.

A estas alturas, a Sánchez lo único que le falta es retirar su firma de la Declaración de la IHRA, una exigencia de Sumar y Podemos, y dado el contexto de acecho político en el que se sobrevive su Gobierno, cualquier cosa es posible.

No sólo los diques de contención se han roto

En conclusión, el antisemitismo en España ya no necesita camuflarse, es visible para todos (menos para el Instituto Elcano aparentemente) y ha roto todos y cada uno de los diques que antes lo contenían en mayor o menor medida. Hoy, ha penetrado con fuerza en las raíces del discurso institucional, en la opinión pública y en las aulas.

En ese sentido, el informe del Observatorio de 2024 no debe ser visto únicamente como una denuncia. Es una llamada de emergencia. Si los poderes públicos, los medios y el sistema educativo no recuperan su papel como garantes de la convivencia y el pluralismo, lo que se ha roto no será solo el muro de contención contra el antisemitismo. Será la credibilidad de nuestra democracia ▪

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