Miguel Steuermann, primer comisionado para la libertad religiosa en la OEA y embajador del Consejo Universal de la Paz, mantuvo una relación cercana con el recientemente fallecido Papa Francisco. En esta entrevista con Enfoque Judío, reflexiona sobre el legado interreligioso del pontífice, a quien conoció en cinco encuentros —cuatro de ellos personales— y define como "un hombre para toda la humanidad".
Pregunta: ¿Qué destacaría del vínculo del Papa con otras religiones?
Respuesta: Lo vivía con una naturalidad absoluta. Nació entre judíos, tuvo amistades profundas desde su época de estudiante y, como sacerdote, fue invitado regularmente a sinagogas para Janucá o cenas del Séder de Pésaj. No había nada en él que no fuera genuino. No pretendía evangelizar a nadie. Nunca fue impostado.
El Papa no te preguntaba si eras cristiano, judío, musulmán, agnóstico… No era su tema. Él quería seres humanos. Quería tratar de hacer algo por los seres humanos, especialmente en los dolores humanos, en la pobreza, en la guerra. Su servicio pastoral era para todos.
P.- ¿En qué se diferenciaba Francisco de otros líderes religiosos?
R.- Creo que tenía una comprensión muy profunda de lo humano como vía hacia lo divino. Como decía Martin Buber en el diálogo del "yo y tú", es ahí donde aparece ese Él con mayúscula. Nos hablaba a todos desde lo humano. Ahí me sentí profundamente identificado.
Como judío de formación rabínica, con más de 30 años dirigiendo una radio judía, teníamos distancias enormes en lo teológico. Pero coincidíamos en esa sensibilidad, en esa búsqueda del otro. Él nos hacía sentir en casa. No pedía que los judíos fuéramos cristianos. Al contrario: que fuéramos cada vez más profundamente judíos, orgullosos de nuestras diferencias y similitudes.
P.- ¿Cuándo fue la primera vez que se encontraron?
R.- Recuerdo especialmente una audiencia donde llevé a un imán y a un rabino. Nos dijo cosas muy personales. En ningún momento el diálogo giró en torno a grandes debates teológicos. Eso lo escribía en sus encíclicas. En esas reuniones había humanidad, generosidad, humor. En varias ocasiones, cuando el ambiente se ponía denso, le pedíamos un chiste, y entonces cambiaba el rostro. Se transformaba el momento en algo sublime.
Siempre, cada persona que salía de esas reuniones se llevaba una anécdota. Algo suyo. Eso era lo que realmente importaba.
P.- ¿Qué visión tenía del judaísmo y de Jesús?
Creo que su visión pastoral lo llevaba a buscar a ese Jesús histórico, ese rabino galileo un poco revolucionario, que vivía entre la pobreza, que no temía al poder y que vivía genuinamente su fe. Ahí se vinculaba muy bien con nosotros, con los judíos. Y también con los musulmanes. Tenía una apertura real. Lo de (la Declaración de) Abu Dabi (sobre la Fraternidad Humana), por ejemplo, fue muy significativo.
Decía que primero fuimos una familia humana, y después nos pusimos las camisetas del Barça y del Real Madrid. La familia humana está antes que las religiones. Esa era su claridad.
El cristianismo no puede ser entendido sin ese rabino de Galilea. Incluso la Eucaristía es un Séder de Pésaj. Acabamos de celebrar la Pascua judía, y ahí está todo: la vivencia judía en plenitud.
P.- ¿Cómo fue su estado de salud en los últimos encuentros?
R.- Lo vi en noviembre y diciembre del año pasado. En uno de los encuentros llevé una delegación interreligiosa. Estaba lúcido, con dificultad para caminar —no quería operarse de la rodilla—, pero con energía. Recibía a todos. Hablaba con cada uno.
Recuerdo que el rabino Joseph Garmon le mostró una calcomanía con la imagen de dos soldados israelíes muertos por Hamás al intentar evitar muertes civiles. El Papa le respondió: "Sí, sí, yo entiendo y comprendo". Tenía una sensibilidad enorme por la santidad de la vida.
Fue el líder que más veces recibió a familiares y liberados de los secuestros del 7 de octubre. Les dio contención, afecto. Hizo mucho más de lo que la gente sabe. Pero también tenía que hablar de la paz, de la tragedia de la guerra. Y no se le puede pedir a un Papa que sea el portavoz diplomático de Israel. Su rol era espiritual.
P.- Fue polémico el pesebre con el niño Jesús cubierto por la kefía palestina. ¿Qué ocurrió?
R.- Yo estaba ahí. Rápidamente salieron titulares, pero nadie investigó. El Vaticano tiene un protocolo: cada año, un país arma el pesebre. Este año tocó a Palestina, que está reconocida por el Vaticano. Pusieron la kefía. El Papa fue llevado en silla de ruedas, le sacaron una foto y se armó la polémica.
No había ninguna intencionalidad política. De hecho, días después la retiraron. El Papa había sido toda su vida un firme opositor al antisemitismo. En su última homilía de Pascua, antes de morir, volvió a insistir en ello. No tiene sentido vincularlo con ese tipo de mensajes.
P.- Usted fue nombrado comisionado de libertad religiosa en la OEA tras un encuentro con él. ¿Cómo fue?
R.- El entonces secretario general de la OEA, Luis Almagro, le anunció al Papa que iba a crear esta figura en la organización. Le dijo: "¡Este será el delegado!". Y yo le respondí: "Solo si tengo su bendición." Entonces el Papa me bendijo ahí mismo. Ya no le quedó otra a Luis, pobrecito.
Nuestra función es monitorear situaciones donde se vulnera la libertad religiosa, sobre todo en regímenes autoritarios. Vamos empezando. Nicaragua, Venezuela, Colombia, Cuba… hay mucho por hacer. Pero lo importante es visibilizar, estar atentos, como ocurre con la libertad de prensa.
P.- ¿Qué cree que deja como legado el Papa Francisco en este campo?
R.- Ha sido el Papa adecuado para este momento de la humanidad. No condenaba a nadie, buscaba siempre el diálogo, el perdón. Supo integrar. Se atrevió a hablar del rol de la mujer, de la moral sexual, del manejo económico de la Iglesia. Hizo autocrítica. Vino a hacer lío, como les decía a los jóvenes: "Hagan lío." Sabía que su misión era mover las estructuras.
Ha reconciliado a millones con su fe. Y creo que su legado recién empieza a valorarse.
Como dicen los Salmos: "Mejor el día de la muerte que el del nacimiento", porque ahí uno puede evaluar. Y este hombre, en sus 88 años, ha dejado un legado impresionante.
Incluso cuando decía: "Recen por mí." Y si no creés en nada —decía—, "tirame buena onda."
P.- ¿Cómo lo definiría en una frase?
Tuvo un enorme amor al diferente. Ese es su mayor legado.▪
