Madrid fue esta semana escenario de una conferencia muy significativa para el futuro de la vida judía en Europa, pero más aún en España, donde la voz judía (dominantemente sionista) suele quedar mitigada entre el insoportable ruido de grupos propalestinos, medios y hasta políticos. Y fue importante porque, pese al rampante antisemitismo y el hostigamiento que sufren los judíos en distinto grado, el mensaje a las sociedades y gobiernos europeos fue el de que no quedan más excusas para luchar.
La European Jewish Association (EJA) reunió en Madrid a voces clave del liderazgo comunitario, la sociedad civil y el activismo por los derechos humanos a nivel internacional. En este contexto, cuatro voces españolas alzaron la voz con valentía: Raymond Forado, Estrella Bengio, Esteban Ibarra y Mordejay Guahnich. Sus mensajes, aunque distintos en tono y énfasis, dibujan un diagnóstico común y un llamado urgente: el antisemitismo sigue creciendo en España, y enfrentarlo exige más que declaraciones simbólicas.
Forado, presidente de la Comunidad Israelita de Barcelona (CIB), expresó sin ambages una verdad dolorosa: desde el 7 de octubre, las comunidades judías se han convertido en una pieza instrumental del juego político entre izquierda y derecha. No denunció solo el silencio institucional —como la falta de respuesta del presidente catalán a la histórica comunidad de Barcelona—, sino también el uso oportunista del conflicto de Oriente Medio con fines partidistas. Su indignación ante la normalización de lemas como "del río al mar" en boca de altos cargos públicos apunta a una dejación institucional que exige una respuesta legal y moral. No pidió privilegios. Pidió coherencia: Si se acepta la definición de antisemitismo de la IHRA, debe aplicarse en la práctica. Si se condena el odio, deben asumirse las consecuencias cuando se tolera en nombre de una agenda ideológica. Sus palabras nos recuerdan que el antisemitismo contemporáneo ya no se manifiesta con esvásticas, sino con exclusión institucional, complicidad política y marginalización de las comunidades.
En su correspondiente panel de debate, Bengio, presidenta de la Comunidad Judía de Madrid (CJM), aportó un enfoque distinto pero complementario. Afirmó con serenidad -pero con mucha firmeza- que para luchar contra el antisemitismo "no hacen falta más patrullas ni vallas más altas, sino más educación". Para ella, la solución no pasa exclusivamente por la seguridad física —que también es indispensable—, sino por una estrategia cultural profunda. El antisemitismo -señaló- no es solo un problema de odio, sino de "ignorancia". De desconocimiento de la historia, de la identidad judía, de los hechos. Su propuesta es clara: educación transversal en escuelas, universidades y medios. Educación no reactiva, sino preventiva. Porque cuando se educa, se construye convivencia.
En tiempos de posverdad y polarización, cuando los discursos de odio se viralizan más rápido que los argumentos, esta defensa de la pedagogía como herramienta de resistencia resulta no solo lúcida, sino imprescindible. Y más aún cuando proviene de una presidenta comunitaria que conoce de primera mano el delicado equilibrio entre identidad y pertenencia en una ciudad tan cosmopolita como Madrid.
Otro presidente comunitario, Mordejay Guahnich, de Melilla, expuso la tristeza de que "algunos políticos", que deberían gobernar para todo el pueblo, hagan declaraciones partidistas y sesgadas, sin darse cuenta del impacto de sus palabras a la hora de fomentar el antisemitismo.
El cuarto portavoz fue Esteban Ibarra, un veterano y experimentasdo paladín de los campos de batalla contra la discriminación y el antisemitismo. Su planteamiento fue, como siempre, directo y tajante: "En España no se lucha de manera decidida contra el antisemitismo". Ibarra denunció la ineficacia del actual plan estatal, la pasividad institucional tras el 7 de octubre y la falta de aplicación real de una legislación que, paradójicamente, ya existe. Para él, la clave no es normativa, sino de voluntad política. No basta con leyes: hay que aplicarlas.
Ibarra ilustró cómo incluso quienes denuncian el antisemitismo pueden ser perseguidos o señalados, lo que genera un clima de indefensión incompatible con un Estado democrático. Su testimonio —incluyendo su propia experiencia como víctima en procesos judiciales por denunciar este odio— es una alerta que no puede ser ignorada: estamos ante una amenaza estructural que requiere acción sostenida, no gestos puntuales.
Y si cabe destacar una coincidencia entre los cuatro es en algo tan esencial como que el antisemitismo en España no es una abstracción. Es real. Está presente en las aulas, en las redes, en la calle y, demasiadas veces, incluso en las más altas instancias de gobierno. Lo que parece crítica legítima no suele serlo y lo único que hace es alentar el antisemitismo. Alguien, por favor, que se lo explique al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
También coincidieron los cuatro portavoces españoles en que hay herramientas para combatirlo: educación, ley, memoria, cooperación… Lo que falta, como sugirió Forado, es una estrategia común y un compromiso firme que vaya más allá de los comunicados de prensa. Y si en España no progresa, que sea en instancias europeas, como él mismo sugirió.
En todos estos sentidos, la celebración de la conferencia de la EJA en Madrid no debe quedar únicamente en una foto institucional. Debe ser un punto de inflexión. Hace ya tiempo que la pregunta no es si el antisemitismo está creciendo, sino qué vamos a hacer ante ello: en España y en Europa. Porque como señaló Bengio: "Cuando el antisemitismo sobrepasa ciertos límites, también es un indicador de la salud de esa sociedad". Y España, como Europa, ya no puede permitirse ignorar la fiebre.