Desde el 7 de octubre, el conflicto entre Israel y Hamás ha escalado sin precedentes, pero lo ocurrido en los doce días de guerra con Irán ha redefinido por completo el equilibrio de fuerzas en Oriente Medio. Israel llevó a cabo una ofensiva estratégica directa contra su enemigo existencial con una precisión y profundidad que pocos esperaban. El ataque no solo ha retrasado el programa nuclear iraní, sino que ha dejado en evidencia la vulnerabilidad del régimen de los ayatolás.
Para entender el alcance de esta operación y sus consecuencias, Enfoque Judío conversa con Marta González, analista especializada en geopolítica de Oriente Medio. En esta entrevista, aborda las causas inmediatas del conflicto, la debilidad estructural del régimen iraní, las implicaciones para la seguridad internacional, y la reconfiguración de alianzas regionales. Un análisis que va más allá del momento bélico para explorar el nuevo orden que podría estar emergiendo en la región.
PREGUNTA – ¿Qué ha pasado estos 12 días? Y cuando me refiero a "qué ha pasado", me pregunto si esta guerra era necesaria o evitable.
RESPUESTA – Lo que ha pasado es que Israel ha perdido su paciencia estratégica. Una vez neutralizado el frente del norte y ante la falta de una salida política o militar clara en Gaza —especialmente en lo relativo a la eliminación de Hamás y la recuperación de los rehenes—, Israel ha decidido actuar.
Con información de inteligencia que apuntaba a un avanzado estado del programa nuclear iraní, vio una ventana de oportunidad para neutralizar de forma definitiva, o al menos a medio plazo, las capacidades nucleares y misilísticas de Irán, así como dañar el cuello de botella del programa: los científicos y el liderazgo político que lo impulsa.
P – ¿Era inevitable?
R – No, no era inevitable, pero era cuestión de tiempo. Israel ha considerado que el momento era el idóneo. Y ha actuado.

P – Muchos se han sorprendido de la aparente facilidad con la que Israel ha "neutralizado" militarmente a Irán, considerado una potencia militar regional. ¿A ti te ha sorprendido?
R – No demasiado. Militarmente, Irán lleva años demostrando ser un tigre de papel. Sus capacidades estaban mermadas por sanciones, falta de financiación y aislamiento. El régimen apostó por la guerra en la "zona gris": operaciones de influencia, subversión, guerra psicológica. Eso sí, Irán tenía también una contestación interna muy seria, tanto política como estratégica.
Desde el 7 de octubre, cuando Irán creyó que Israel era vulnerable desde dentro, Israel también vio la oportunidad de socavar el régimen iraní desde dentro, aprovechando el descontento de la población. Ha infiltrado inteligencia, apoyado a la oposición en el exterior, desestabilizado a Hezbolá y desmantelado su estructura en Líbano y Siria.
Israel ha trabajado meticulosamente durante, al menos, los últimos 20 meses. Ha sembrado inteligencia durante años, y al dejar a Irán sin radares ni defensas antiaéreas, ha podido desplegar operaciones especiales con éxito. El régimen iraní se ha visto solo: China y Rusia le han dado la espalda.
P – ¿Crees que el programa nuclear ha quedado realmente destruido, como insiste Trump?
R – No, no está destruido. Las declaraciones de Trump son triunfalistas. Ni Israel ni EE.UU., incluso actuando juntos, pueden eliminar un programa nuclear tan avanzado. Sí han conseguido paralizar su avance y neutralizar la capacidad de ensamblar una bomba nuclear, al menos por varios años.
No sabemos dónde está el material fisible: podría estar en Fordow, ahora destruida, o disperso en el país. Pero dudo que haya sido trasladado sin ser detectado: ese tipo de materiales son muy sensibles al rastreo satelital. Si Israel supiera dónde está, lo habría destruido.
Lo que ha hecho Israel es ganar tiempo. Hablamos de una pausa de quizá una década para reevaluar la situación regional. Un respiro.

P – Y en esos diez años… ¿Cómo puede evolucionar el conflicto?
R – El régimen iraní está tocado. Suficientemente tocado como para que haya un cambio. No sabemos en qué dirección, pero tal y como lo conocemos, está en sus últimas.
¿Se transformará en un régimen democrático y prooccidental? Lo dudo. Pero dentro del sistema hay elementos pragmáticos que desean un cambio. Esto podría abrir una etapa de distensión, no de paz, pero sí de distensión en la región.
P – Durante la guerra Trump y Netanyahu llegaron a insinuar un cambio de régimen. Si ya estaba tan debilitado como dicen, ¿por qué no lo intentaron?
R – Irán es un país muy heterogéneo: étnica, lingüística y socialmente. Tiene una clase media potente y solo un 20% de la población apoya activamente el régimen.
La Guardia Revolucionaria controla la represión, pero también más del 20% de la economía. Es un entramado político-militar-económico. Como en la Alemania nazi, muchos se unen por interés, no por convicción. Pero incluso dentro del régimen hay sectores que buscan una evolución pragmática.
En estos 12 días ha salido una parte del país a protestar. Algunos radicalizados, otros con voluntad de cambio. El mensaje de Israel ha sido claro: "Puedo hacer con vosotros lo que hice con Siria, con Gaza, con Líbano. Puedo entrar y salir de vuestro espacio aéreo cuando me parezca. Me fiaré solo en la medida en que os comportéis".

P – ¿Quiénes son los grandes vencedores y perdedores de esta guerra? ¿Qatar, Trump, Netanyahu…?
R – Netanyahu ha salido fortalecido. Un enemigo externo une a la nación. Si se consolida un acuerdo, con Irán neutralizado y Catar de vuelta al juego diplomático, Netanyahu podría reflotar su gobierno y su imagen. Israel es el gran ganador: ha demostrado capacidad estratégica y mantiene sus alianzas a pesar del 7 de octubre.
Irán, aunque no muerto, está herido. Puede seguir causando daño fuera —sobre todo en América Latina y Europa— pero no es una amenaza existencial. Si el régimen iraní cae o se debilita aún más, se reducirá su capacidad de financiar a Hezbolá y otros grupos. Esto es una buena noticia para América Latina, donde aún hay células activas.
El gran perdedor, en términos estratégicos, es Irán y sus aliados.
P – ¿Y los países árabes sunitas? Durante la guerra no se oyó una fuerte condena de su parte…
R – El mundo sunita ha desplazado al eje chií. Su principal temor era el programa nuclear iraní. Y muchos ya aceptaban que Israel es un actor regional necesario con mucho que ofrecer: inteligencia, seguridad, tecnología.
De cara a la galería condenan, pero en privado están satisfechos. También en las cancillerías europeas. Todos saben que Irán era un actor profundamente disruptivo.
Los países que más se benefician son Arabia Saudí, Catar y, en menor medida, Turquía. Los dos grandes perdedores del nuevo Oriente Medio que emerge son Turquía e Irán. Israel y el campo sunita salen reforzados.

P – ¿Estaríamos ante un nuevo orden regional?
R – Sí. Viene un nuevo orden económico en gestación, con rutas energéticas desde el Golfo y Catar hacia Europa, vía Israel (Haifa), Siria y Turquía. Oriente Medio está entrando en una etapa nueva. Yo creo que es una muy buena noticia la caída, o por lo menos la neutralización, del régimen de los ayatolas, que prácticamente, están neutralizados.
P – ¿Todo esto es compatible con la continuación de la guerra en Gaza? ¿Ve posible un acuerdo entre Arabia Saudí e Israel en el actual contexto?
R – Sí. Los palestinos son usados como instrumento político por los países del Golfo. Desde el 7 de octubre no ha habido un solo país árabe que haya ofrecido acoger a población palestina desplazada por razones humanitarias.
Entonces, es posible aunque quizá no se llegue a una solución en Gaza ideal para Israel.
P – ¿Y cómo la que propone España, de dos Estados?
R – España está completamente fuera del concierto internacional, está fuera de la ecuación del proceso de toma de decisiones, en Europa y a nivel internacional. La solución de dos Estados es inviable. Gaza no se convertirá en un Estado ni en un protoestado. Quedará bajo control militar permanente de Israel. Ya está dividida en tres zonas de influencia. Israel se quedará y seguirá entrando y saliendo para neutralizar amenazas residuales.
P – ¿Y Hamás?
R – Queda pendiente resolver qué pasa con lo que queda del liderazgo de Hamás. Hamás está buscando una salida digna. Hay una fractura entre el liderazgo exterior (en Catar y Turquía) y el interior (más radical). Pero el exterior acabará claudicando, por una razón muy sencilla: porque va a tener que salir de Catar.

P – ¿A qué se refiere con "tener que salir de Catar"?
R – Catar es un país ya hostil para Israel, pero también para EE.UU. que ve que es un problema a su seguridad interna por la forma en la que está diseminando la ideología de la Hermandad Musulmana. Es decir, Catar está en un momento muy delicado.
En este momento va a tener que dejar de apoyar, por lo menos de una forma visible, a los grupos terroristas y de mantener en su territorio a personajes hostiles a EE.UU. e Israel. Lo de Israel lo pongo en un segundo porque lo que realmente le importa es EE.UU.
P – ¿Qué implicaría eso para Israel?
R – Eso significa que puede haber una coordinación, una gobernabilidad mancomunada de Gaza, entre los países del Golfo (Arabia Saudí, Emiratos Árabes) y Egipto, que es la potencia regional en la zona, y con un acuerdo pragmático en la que Israel entre y salga a voluntad para descabezar posibles núcleos de insurgencia.
La pregunta es si van a ser capaces de entregar a los rehenes que todavía quedan vivos. Yo tengo la sensación de que va a ser muy difícil que Hamás, o lo queda de liderazgo de Hamás en el interior, quieran entregarlos con vida porque son su carta de salvación, y lo que buscan es una legitimidad interna que ni Israel ni Estados Unidos está dispuesto a otorgar. Quieren un acuerdo de paz, un acuerdo de reconocimiento y una foto en Camp David. Eso es inviable ▪